por Tommaso Evangelista*
ROMA, Viernes 18 mayo 2012 (ZENIT.org).- La lectura de la inseparable relación entre arte y fe, y el análisis de las dinámicas contemporáneas arroja nueva luz sobre el actual sistema del arte y sobre la esencia más profunda de la pintura proponiendo una vía de salida y una ayuda a la liturgia.
Hay personas que se pasan la vida poniendo libros en una biblioteca y otras que ponen una biblioteca entera en un libro. Discorsi sull’arte sacra (Cantagalli 2012) de Rodolfo Papa se coloca en esta segunda categoría y es, efectivamente, una summa del sistema del arte puesta al servicio del auténtico arte sacro. Papa escribe una obra tan singular como indispensable, fruto de su rica experiencia de veinte años como historiador del arte y artista, pero también con intervenciones en el ámbito de la filosofía, historia, crítica del arte, teniendo siempre como puntos de referencia los textos del magisterio. Su obra es singular porque difícilmente en la actual literatura sobre el arte, se encuentre un volumen que combine con lucidez la lectura de las condiciones actuales con un descubrimiento y actualización de los escritos del pasado. A su vez, su obra es indispensable porque evitando el camino de las infinitas redefiniciones del arte fruto de saberes particulares y, por lo tanto, ulteriores nuevas fragmentaciones teóricas, busca salir del relativismo presente para proponer estables y lógicos modelos de referencia.
La estructura escogida para analizar este complejo sistema es la del discurso, como género literario y forma expresiva, que permite la focalización en diversos puntos y contemporáneamente el avance hacia un objetivo final que es el de la definición de los fundamentos del arte sacro. Los capítulos afrontan diversas cuestiones particulares que incluyen reflexiones teoréticas y exempla extraidos de la historia del arte que ayudan a contextualizar y definir los razonamientos. Se ha concedido una gran atención al esclareciemiento de los términos lingüísticos, indispensables en la economía del análisis, mientras que el uso abundante de citas –nunca simples referencias sino indicaciones funcionales al texto–, permiten, por una parte, seguir la relación entre escritura e imagen en la historia del cristianismo y por otra, conocer textos contemporáneos de estudiosos que, aunque lejos del cristianismo, llegan a intuir la solución del problema.
El objetivo del texto es el de llegar a definir el arte sacro y sus propiedades intrínsecas en una época que no solo ha perdido el concepto de arte, devenido líquido y subjetivo, sino también la noción de lo sacro, una verdadera apostasía por la cual Papa individua orígenes y consecuencias. Razonando así, el autor llega a proponer una definición general, tomada de los textos clásicos, que no presenta como dogma sino que la injerta en las actuales especulaciones demostrando que todavía es posible reflexionar en términos positivos en el estatuto epistemológico del arte: ars est recta ratio factibilium. Esta enunciación es la premisa para la individuación de al menos cuatro caracteres fundamentales propios del arte sacro (y en modo especial del arte de la pintura): universalidad, belleza, figuratividad y narratividad.
En Discorso sulle Arti, después de haber analizado diversas contribuciones de los teóricos y críticos actuales (Warburton, Shiner, Danto, Belting, Didi-Huberman), Rodolfo Papa muestra la dificultad para arribar a enunciados estables y omnicomprensivos, y propone la célebre frase de santo Tomás para la cual el arte es la correcta forma de hacer las cosas según la razón (recta ratio) y declina al plural la cuestión: “si el término arte es declinado al plural, como un género que comprende varias especies, la cuestión de su definición aparece soluble, incluso en la situación contemporánea”. En esta óptica la “specie” de la performance o de la instalación o incluso el body art tendrá necesidad de un estatuto propio y de peculiares reglas que alguien deberá proporcionar y así se garantizará, por diversidad, la identidad y la definibilidad, por ejemplo, de la pintura y la posibilidad de afirmar lo que es arte y lo que no lo es. Observando el sistema desde este punto de vista, también el arte llamado “contemporáneo” con sus rituales de producción, fruición e historización aparece ya cristalizado, y la aparente multiformidad se demuestra ya codificada y globalizada por el mercado que desde el ‘Pop Art’ en adelante, es expresión vacía de esta aparente creatividad.
Naturalmente, no todos los géneros pueden estar al servicio de la iglesia y a ese respecto Papa muchas veces se centra en las intrínsecas diferencias y en sus peligros. Revivals diatópicos y diacrónicos, utópicos y ucrónicos, la recuperación del “pensamiento salvaje” y de un primitivismo original, instancias liberales, libertinas y neopaganas, la búsqueda del irracionalismo y del esoterismo son todos caminos recurrentes desde el Iluminismo en adelante con el fin de introducir formas nacidas en diversos sistemas de arte para desquiciar la estructura interna y descristianizar el arte. A diferencia de la recuperación de la cultura greco-romana en el Renacimiento, recuperación tendiente a cristianizar los elementos paganos, el anacronismo propio de ciertas vanguardias históricas no tiene relación con la iglesia pero apunta a una cultura arcaica y a una visión distorsionada de lo sacro.
Interesante y original, el ‘Discurso sobre la Luz’ evidencia cómo en el arte contemporáneo se ha pasado “de una visión metafísica a una materialista” por culpa del abandono y/o del exceso de la luz. Si en pintura la claritas, la claridad y el esplendor, cede el lugar al color, o a la materia que no comunica más visiones celestes sino que cada vez más se enfoca en las bajezas humanas, en arquitectura sucede lo contrario: el exceso de luminosidad conduce a una desmaterialización que rechaza la dimensión creatural de la realidad. Indispensable, el ‘Discurso sobre las imágenes y sobre el cuerpo’ parte de una paradoja: aún viviendo en una “sociedad de la imagen” la imagen (y el cuerpo) resulta muchas veces ausente incluso en el ámbito litúrgico, donde más que nunca es reclamada la presencia, ya que la religión cristiana comienza realmente con el encuentro con la corporeidad de Cristo, del Dios hecho hombre. La única imagen hoy es la tecnológica que tiene fines mucho menos elevados. La imagen satinada, retocada, técnicamente perfecta (“photoshopeada”), nos habla de un mundo que ha perdido la búsqueda de una experiencia interior, que rechaza la complejidad y la apertura que solo un arte que trata de superar los límtes de la imitación puede garantizar. Desde este punto de vista, es de rechazar la fotografía, en cuanto evidencia excesiva de lo real que anula la mediación personal y, en consecuencia, el hiperrealismo: a diferencia de la perspectiva nacida para representar el mundo y la historia sacra, cuanto más cercana temporalmente y espacialmente al usuario, educando el sentido de la vista, la imagen de hoy aparece desencarnada y no adecuada a la devoción.
Fundamental resulta la recuperación de la belleza que Papa considera en los términos ontológicos de los “trascendentales”: la belleza es integral, armonía y esplendor (integritas, proportio y claritas) y está asociada a la bondad y al bien. La belleza trasciende al hombre y es capaz de revelarle algo de la realidad, en este sentido comunica también la verdad; el hombre, por su parte, es naturalmente proclive a acogerla y encontrarla. Tampoco el arte, especialmente si está al servicio de la liturgia, puede prescindir de la belleza, dado que las obras de arte deben expresar la infinita belleza divina y orientar el alma hacia Dios. Son desechables, entonces, las actuales concepciones relativistas de la belleza (
belleza como ausencia, como desarmonía) o las estéticas de lo feo así como no existe un mal absoluto, pues el mal es la falta de un bien, así tampoco puede existir la fealdad absoluta que es la pérdida de lo bello o su no perfecto desarrollo. El ‘Discurso sobre el arte sacro’ es la conclusión de los discursos precedentes pues confirmar la centralidad de las imágenes sacras aparece siempre más fundamental en una sociedad “líquida” o “neotribal” que ha perdido todo ligamen con lo trascendente. Como ha escrito Joseph Ratzinger, la crisis del arte es un “síntoma de la crisis existencial de la persona” y por tanto poner algunos puntos ciertos en un momento tan confuso no puede ser más que un factor positivo. El capítulo es muy complejo y explicativo gracias a la constante referencia a los textos del magisterio pontificio de los cuales emerge claramente cómo el arte debe celebrar la infinita belleza divina poniéndose al servicio de la liturgia, iluminada por la fe, evitando el excesivo simbolismo y el exagerado realismo.
El arte sacro, a diferencia de las más variadas expresiones creativas que parecen durar el tiempo de una exposición en un contexto saturado de novedad y provocaciones, es siempre vivo y se renueva continuamente en el surco de la tradición. Dadas tales caracterísiticas fundamentales e imprescindibles como la universalidad, la belleza, la figuratividad y la narratividad, la libertad del artista (de fe) es muy amplia. Papa, un verdadero artista al servicio de la iglesia, nos muestra con este texto cómo hay todavía caminos por recorrer y cuán irracional es hablar de la “muerte del arte”. Y también, en el hipotético caso de que todo este saber se destruya y que las dimensiones del sentimiento, del instinto, de la arbitrariedad sustituyan a la proficua relación entre Fides y Ratio, retomando el parágrafo ‘El arte en la espiritualidad’ (en referencia a la imagen de la Divina Misericordia), es reconfortante saber que todavía hay un Otro, más allá de críticos y teorías, que continúa comunicándose a través de imágenes.
*Historiador del arte, periodista cultural, experto en didáctica museográfica.
Traduccion de P. Pedro Gómez, OSB