Por Salvatore Cernuzio
ROMA, viernes 18 mayo 2012 (ZENIT.org).- “¿Tienen presente las dos fontanas con dos niveles que están en la Plaza de San Pedro? Aquellas en donde el agua moja el primer nivel y después baja al segundo? Así es la gracia de María: sobreabunda en Ella y después llega a nosotros”.
Este es uno de los significativos ejemplos que el cardenal agustino maltés, Prosper Grech, utilizó en la misa que celebró este miércoles 16 en la iglesia de ‘Santa María de la Gracia en Fornaci’, donde ha sido recibida la imagen de la Virgen de Fátima, que permanecerá hasta el 20 de mayo junto a las reliquias de los beatos Francisco y Jacinta.
El miércoles fue la jornada dedicada a los enfermos y a las personas que sufren. Al concluir su homilía, toda centrada en la oración del Ave María, el purpurado distribuyó el aceite sagrado para la unción de los enfermos, a los numerosos fieles enfermos que llegaron a la iglesia para venerar a la imagen peregrina.
“María es salud de los enfermos”, recordó el cardenal en su meditación. “Ella nos da la fuerza de soportar el sufrimiento y los males”; y al recordar la importancia de la oración invitó a los fieles a “no abandonarla en este mes mariano”, porque la Virgen “es la vía segura que lleva a Cristo, refugio seguro hacia la salvación”.
Entrevistado por ZENIT el cardenal explicó que “depende de nuestra fe” creer en el poder de intercesión de María y por lo tanto de la eficacia de la oración. “Se puede rezar a María sin fe –dijo–, y Ella en su misericordia puede también escucharnos”. Si bien solamente “a través de una relación personal con Cristo y después con su Madre” se puede llegar a “una oración que sale del corazón y que responde con el corazón de María”.
“¿Cuántas ‘Ave María’ hemos rezado en nuestra vida? se preguntó el purpurado que respondió: “Miles yo creo, y ¿qué es lo que rezamos? Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. “María en aquel último momento –explicó–, nos toma por la mano, no solamente para confortarnos, sino para darnos la fe, para hacer ese salto hacia los brazos de Cristo, de manera que Ella nos presente a Jesús, y Jesús al Padre”. Y añadió que “la penitencia, el ayuno y la oración son las vías concretas de salvación indicadas por María”.
Durante la entrevista a ZENIT reafirmó dicho concepto: “Jesús ha predicado en el evangelio la penitencia por todos nuestros pecados, para así poder entrar en el Reino de Dios. Por ello su Madre nos invita en cada aparición a la confesión, como un acto de verdadera y sincera contrición, así como también a la oración”.
La oración en particular es un acto fundamental de la vida del cristiano, especialmente cuando va dirigida a la Virgen: “Lo que no osamos pedir al Padre o por miedo o por falta de fe –dijo–, lo ponemos en las manos de nuestra mamá”.
El purpurado añadió que por ese motivo Ella diversas veces “nos indicó el rosario como un instrumento fuerte en las manos del cristiano, instrumento al cual es necesario retornar. Una vía no solamente de oración, sino también de meditación”.
En el tercer misterio glorioso por ejemplo, decimos: el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles… Padre Nuestro… Ave María.. etc. ¿Pero qué significado tiene esto para nosotros? ¿Estamos realmente reflexionando sobre el hecho de que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, sobre la Iglesia y por lo tanto sobre mi? Es necesario entrar plenamente en el significado de estas palabras”, indicó.
A la pregunta sobre el significado del mes mariano, tiempo de gracia en el cual florecen tantas iniciativas que llevan elevan el corazón a María, el cardenal Grech respondió que se trata de “un tiempo rico de oportunidades para nosotros, porque se descubre la devoción por la Madre de Dios que en la iglesia católica empezó desde el inicio, y seguirá siempre en cuanto está íntimamente unida al Señor”.
Al concluir, el alto prelado dedicó un pensamiento hacia los enfermos y personas que sufren, y que tuvieron el miércoles una jornada dedicada a ellos: “En mi escudo cardenalicio están escritas las palabras “In te Domine speravi” y naturalmente “non confundar in aeternum”. O sea, “Oh, Dios, espero en ti, y a Ti me confío para no perderme para siempre”. Esta debería ser nuestra oración continua. Confiemos nuestra oración a María, la Madre, para que la ofrezca a Jesús”, concluyó.
Traducido del italiano por Sergio H. Mora