Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 1 junio 2012 (ZENIT.org).- “Aprender de la Virgen María cuya fe nos invita a mirar más allá de las apariencias”. Esta fue la invitación de Benedicto XVI en la conclusión del mes mariano que se realizó anoche en la gruta de Lourdes situada en los jardines del Vaticano.

Al atardecer de una jornada de primavera romana, unas cuatro mil personas partieron desde la plaza Santa Marta --situada atrás de la basílica de San Pedro- en una procesión que se dirigió hacia la gruta de la Virgen de Lourdes, situada en la parte posterior y más alta de los jardines vaticanos.

Velas en la mano, con paso lento, los feligreses rezaron el rosario intercalado con cantos y letanías marianas, mientras anochecía a la luz de la luna y un cielo límpido entre la fragancia de los árboles de los jardines. Una vez ubicados en la zona de la gruta de Lourdes, la banda de los gendarmes tocó algunas notas y después de las letanías marianas llegó el santo padre en auto.

Benedicto XVI con la amabilidad que lo caracteriza inició sus palabras agradeciendo las oraciones de los presentes por su viaje a Milán, con motivo del Encuentro Mundial de las Familias, y manifestó su alegría al participar en la vigilia mariana “un momento que, incluso con la presencia de tantas personas conserva siempre un carácter íntimo y familiar”.

El santo padre indicó que el mes de María se “concluye con la fiesta litúrgica que recuerda el segundo misterio gozoso” y por ese motivo evocó el Magnificat “canto de alabanza que se eleva desde la humanidad redimida por la divina misericordia” al mismo tiempo que “es un himno que denuncia la ilusión de quienes se creen señores de la historia y árbitros de su propio destino”.

“María –prosiguió– ha puesto a Dios en el centro de su propia vida, se abandonó con confianza a su voluntad en una actitud humilde y dócil a su diseño de amor” lo que la hizo “elegida para ser el templo que lleva en sí el Verbo, el Dios hecho hombre”.

“Queridos amigos –dijo el santo padre– esta noche queremos dirigir nuestra mirada a María con renovado afecto filial” puesto tenemos que “aprender de nuestra Madre celeste: su fe nos invita a mirar más allá de las apariencias y a creer firmemente que las dificultades cotidianas preparan una primavera que ya inició en Cristo Resucitado”.

Al corazón Inmaculado de María el papa se dirigió “con renovada confianza” y como “san Pablo nos recuerda: Sed felices en la esperanza, constantes en la tribulación , perseverantes en la oración”. Palabras del Apóstol que son “como un eco del Magnificat de María y nos exhortan a reproducir en nosotros mismos, en la vida de todos los días, los sentimientos de alegría en la fe, propios del cántico mariano”.