ROMA, viernes 6 julio 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 14º domingo del Tiempo ordinario.
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Pedro Mendoza LC
«Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte». 2Cor 12,7-10
Comentario
El pasaje escogido como 2ª lectura para este domingo forma parte de la perícopa 12,1-9a, que constituye a su vez la segunda parte del discurso en el que san Pablo se vanagloria. Hay que notar, en primer término, que ofrece un contraste con la primera parte (11,22-33). En esta parte el Apóstol habla de privilegios terrenos (11,22), pero, sobre todo, de trabajos, sufrimientos y flaquezas del apóstol (11,23-33). En la presente perícopa, en cambio, descubre las extraordinarias revelaciones divinas con que Dios le ha honrado. Con todo, como recoge el final del texto de la 2ª lectura, también esta gracia es una gloria de la debilidad, pues el Apóstol afirma que la gracia se concede a los que sufren y que, también aquí, el poder de Dios actúa en la debilidad (12,9-10).
San Pablo insiste una vez más en que él se gloría sólo porque se ha visto obligado. Sabe muy bien que no es conveniente. El Apóstol renuncia a gloriarse porque él sólo quiere ser juzgado por las cosas ordinarias, por los hechos y las manifestaciones que todo el mundo puede ver y percibir (vv.5-6). No quiere que nadie ponga a su cuenta las experiencias extraordinarias, algunas de las cuales acaba de mencionar (vv.1-4).
A partir del v.7 afirma el Apóstol que, si bien ha sido favorecido por la gracia más que ningún otro, Dios le somete a un correctivo, para preservar de toda soberbia a este favorecido de la gracia. Este correctivo de Dios, que san Pablo ha de experimentar, es un sufrimiento grave, que debe llevar sobre sí. A ello se refiere de un modo misterioso por medio de dos imágenes. En primer lugar, con la imagen del «aguijón a mi carne». Según la opinión más predominante se trataría de una enfermedad que limita sus fuerzas y le humilla: ¿cuál enfermedad concretamente? Permanece desconocida. Con esta imagen sacada de la esfera natural el Apóstol nos describe en parte esta enfermedad. Percibe el sufrimiento corporal como una espina o aguijón, que está continuamente clavado en su cuerpo y le atormenta. En la segunda descripción metafórica de su sufrimiento utiliza palabras y conceptos de la mitología: «un ángel de Satanás». Él siente su enfermedad algo así como si un ángel de Satanás le golpeara a puñetazos e intentara derribarle. Repetidamente dice el Apóstol que Satanás pone obstáculos a la misión (cf. 2,11 y 11,4). Esta concepción paulina que considera a Satanás causa de las enfermedades se acomoda a la mentalidad bíblica general (cf. Job 2,6s; Lc 13,16). Según ella, Dios permitió y permite a Satanás que hiera al Apóstol con la enfermedad. Pero Satanás no es un señor de poder ilimitado, sino que tiene que servir a los planes y objetivos de Dios. Por tanto, el «aguijón en la carne» o el «ángel de Satanás» que golpeaba al Apóstol ocasionaron un serio obstáculo a su trabajo porque le fallaban las fuerzas corporales. Pero precisamente así se preservaba a este hombre, tan altamente favorecido por la gracia, de la soberbia idea de que él podía conseguirlo todo con sus fuerzas solas.
Ante esta situación, san Pablo pide tres veces ser liberado de aquel opresivo sufrimiento (2Cor 12,8). Por dos veces fue desatendida su oración. Sólo a la tercera recibió respuesta. ¿Quién es este Señor al que dirige su oración? Desde luego, no es simplemente Dios, tal como pudiera interpretarse la palabra, sino el Señor Cristo, lo cual revela la dignidad divina de Jesús, que san Pablo reconoce. La respuesta de Cristo fue una negativa a la petición. En efecto, la respuesta sonaba así: La fuerza de la gracia, que tú tienes, basta. No es necesario liberarte del ángel de Satanás (v.9). La gracia divina actúa como una fuerza en favor del hombre. Y esta fuerza actúa y se manifiesta con tanta mayor transparencia cuanto más débil es la fuerza del hombre en el que ejerce su poder. Por eso no puede exigirse que se haga desaparecer el estado de debilidad del Apóstol. Al contrario, sólo en la debilidad –y precisamente en la debilidad– del Apóstol alcanza su plenitud la gracia divina.
San Pablo, consciente de que en la debilidad encuentra la fuerza que viene del Señor, de nuevo asegura que él quiere gloriarse de su flaqueza (v.9b). Gloriarse significa ahora renunciar a su deseo de verse libre de su carga, sabiendo al mismo tiempo que «todo lo puedo en aquel que me da fuerzas» (Fil 4,13). Y así puede concluir señalando su complacencia en medio de todas las pruebas y sufrimientos que gustosamente abraza (2Cor 12,10a), y que explicitan el contenido de la palabra flaqueza. La mención de las «injurias» recuerda lo que el Apóstol ha tenido que pasar a causa de los juicios injustos; las «persecuciones» aluden a las iniquidades de los judíos, cristianos y gentiles; con «necesidades y angustias» expresa la desbordada medida de los sufrimientos. En las palabras finales repite el Apóstol la respuesta que le dio el Señor: «cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (v.10b). San Pablo se somete de buena gana y sin reservas a la decisión de su Señor, y hace de la palabra y de la voluntad de Dios norma y fundamento de su vida.
Aplicación
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza».
La liturgia de la Palabra de este domingo tiene en común un reclamo a la fe, a vencer las dificultades para creer. En la primera lectura, Dios anuncia al profeta Ezequiel que no será creído y aceptado por los hebreos a quienes le envía. El episodio narrado en el Evangelio nos presenta a Jesús que sufre el rechazo de sus paisanos a quienes dirige su predicación en la sinagoga de Nazaret. Por último, la lectura de san Pablo nos presenta la actitud de fe adecuada ante los acontecimientos de nuestra vida y la comunicación de Dios a través de ellos: la fe permite al Apóstol superar las dificultades que encuentra en su apostolado.
En la primera lectura (Ez 2,2-5), en el momento de enviar al profeta Ezequiel, al pueblo de Israel, Dios se muestra severo con relación a este pueblo, pues son una «nación de los rebeldes, que se han rebelado contra mí» (v.3). Tantos profetas antes de Ezequiel habían recriminado la falta de fe en Dios por parte del pueblo y ahora el Señor señala esta dureza de corazón: «Los hijos tienen la cabeza dura y el corazón empedernido» (v.4). Es a estos hijos rebeldes e incrédulos del pueblo de Israel a quienes Dios envía al profeta para comunicarles su mensaje. Dios procede así porque quiere atestiguar la presencia del profeta entre ellos y porque tiene la esperanza de que esta vez su mensajero será acogido.
Parecida a la resistencia del pueblo de Israel ante los anuncios de los profetas es la de los paisanos nazarenos de Jesús ante su predicación y ante el llamado de ésta a descubrir desde la fe quién es Él realmente (Mc 6,1-6). Conocedores de los milagros obrados por parte de Jesús en Cafarnaúm y ante la sabiduría que refleja su predicación en la sinagoga, los nazarenos reaccionan con estupor, pues conocen a este hombre quien juntamente con su familia ha vivido entre ellos hasta entonces. Pero no son capaces de reconciliar su origen humilde co
n lo que ahora ven y escuchan de Él, y terminan por rechazarlo, cerrándose a una llamada de fe para descubrir la verdadera realidad de Jesús, como enviado del Padre. Con tristeza Jesús reprocha esta actitud de incredulidad, recordándoles que en ello se identifican con quienes les precedieron: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio» (v.4).
Como refiere la 2ª lectura (2Cor 12,7-10), a diferencia del pueblo de Israel al que es enviado el profeta Ezequiel y de los contemporáneos de Cristo, san Pablo no pone obstáculos a Dios en su vida y a la gracia que Él le confiere. Él abraza con fe la presencia de Dios y sus manifestaciones en su vida. El Apóstol acoge con fe una manifestación difícil de aceptar en su vida, pues no correspondía a sus expectativas. A ello se refiere con dos expresiones metafóricas: «un aguijón a mi carne» y «un ángel de Satanás» que le abofetea. Es su fe inquebrantable en Dios la que le lleva a aceptar gustoso la respuesta del Señor a su petición de verse librado de este sufrimiento: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza».