ROMA, viernes 13 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al evangelio del domingo por el padre Jesús Álvarez, paulino.
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Jesús Álvarez SSP
“Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan en la alforja ni dinero en la faja; que llevasen sandalias y solo un manto. Y añadió: Quédense en la casa donde les den alojamiento, hasta que se vayan de ese sitio. Y si en algún lugar no los reciben ni escuchan, al salir sacudan el polvo de sus pies para dar testimonio contra ellos. Salieron, pues, a predicar la conversión; echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. (Marcos 6,7-13)
Jesús envía a los discípulos a proclamar el Evangelio, y les dice que vayan con lo indispensable, pues solo de Él depende la eficacia salvadora de su misión; y que no confíen en la sola eficiencia de su saber y de los recursos materiales.
Difundir el Evangelio es el objetivo prioritario de la vida y misión de los discípulos, que no pueden ocupar su corazón, su mente y su tiempo con otros intereses. Por su parte, los destinatarios, agradecidos, sostienen con sus bienes a los mensajeros que les ofrecen el bien máximo: el Evangelio de Cristo, mensaje de la salvación, que es absolutamente impagable.
Jesús manda a sus discípulos no sólo a predicar, sino también a obrar como él: curar enfermos, expulsar demonios, denunciar injusticias… Y así lo hacen. La gran mayoría de las enfermedades de hoy se curan gracias a los adelantos “milagrosos” de la medicina y a las manos de los médicos, entre los cuales se encuentran verdaderos discípulos de Cristo, declarados o anónimos, que prestan al Señor sus manos para curar los enfermos, con los cuales Él se identifica.
Por otra parte, muchos sacerdotes, consagrados, consagradas, catequistas, misioneros y simples cristianos, curan y evitan innumerables enfermedades con la Palabra de Dios, la oración, los sacramentos, el consejo y la orientación, y así vencen al demonio y al pecado, causa primera de tanta enfermedad física, moral, psíquica, espiritual y social.
Los discípulos de hoy siguen la lucha contra las otras grandes enfermedades que amenazan al hombre: egoísmo, injusticia, vicios, violencia, abusos, pobreza, hambre, corrupción, explotación, mentira, hipocresía… Donde llega la palabra y la acción del discípulo unido a Cristo, el mal queda al descubierto y retrocede.
Los gobernantes y los poderosos suelen pretender que la Iglesia se limite a sus templos, que solo rece y no se meta en asuntos sociales o políticos: que no defienda la vida, que no salga a favor de los pobres y de los explotados.
Seguir a Cristo, obrar y hablar en su nombre, no es un privilegio del clero, sino también derecho, vocación y gloria de todo bautizado, consciente de que la palabra más eficaz no es la que sale de los labios, sino la que brota de una vida unida a Cristo: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, sea sacerdote, religioso o laico.
No se pueden buscar fáciles pretextos para no escuchar ni vivir la Palabra de Dios, alegando que no se simpatiza con el predicador, que no cumple lo que predica, que no tiene cualidades, que hay pastores y fieles que escandalizan… Pero Jesús declara: “Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha, y quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza”. Hay que fijarse en el Buen Pastor y en los buenos pastores, no en los malos.