Por José Antonio Varela Vidal
ROMA, martes 17 julio 2012 (ZENIT.org).- Hablar del Siervo de Dios, cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuân, es situarse ante una vida probada en el sufrimiento, la injusticia y en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Porque a él le tocó pasar el hambre, el frío y el desprecio de un encarcelado. Fue víctima de un sistema totalitario enceguecido que lo detuvo sin acusarlo de nada, solo porque era “peligroso”. Pero tuvo fe en que había un plan de Dios para él a través de esa vida cruenta; esperó contra toda esperanza junto a los suyos, y amó hasta el extremo a sus perseguidores, algunos de los cuales se convirtieron mientras lo cuidaban en su celda…
ZENIT conversó con el doctor Waldery Hilgeman, postulador en Roma de la causa de beatificación de este miembro del “equipo victorioso”, al que se refería el papa Benedicto XVI, cuando quiso alentar días atrás a la Iglesia Universal en estos tiempos difíciles.
De todo lo que viene estudiando del cardenal Van Thuân, ¿qué le ha llamado más la atención?
–Dr. Hilgeman:Es un personaje muy complejo, en la medida en que toda su vida ha sido como gotas continuas de evangelio, una lluvia incesante de santidad; esto desde el principio. Algo que me toca en su espiritualidad es la constancia del amor al prójimo. Porque él estuvo encarcelado, y en este encarcelamiento no ha dejado de amar a aquellos que eran sus perguidores, desde los funcionarios más altos de aquel régimen, hasta el guardia del más bajo rango. Este amor de Cristo total, desinteresado, incluso hacia el enemigo, nos toca muy fuerte hoy en el contexto social en que vivimos de tanto egoísmo.
¿De qué fue acusado específicamente?
–Dr. Hilgeman:El cardenal Van Thuân fue un prisionero injusto, en el sentido de que nunca hubo una acusación real, como tampoco hubo un proceso y menos aún una sentencia. Por lo tanto, poder decirle de qué fue acusado, es un gran interrogante incluso para nosotros. Hay muchos aspectos en el contexto social de ese tiempo, que indican sobre este obispo peligroso para un sistema vacío, un sistema basado en la nada, como es aquello del comunismo; pero una acusación formal no existió.
Usted que lee los escritos del cardenal en la cárcel, ¿cuál era su espíritu, su reflexión como prisionero?
–Dr. Hilgeman:La reflexión que lo ha tocado desde el primer momento de su encarcelamiento, que duró trece años, fue que Dios le pedía que le diera todo, dejar todo y vivir para Dios. Porque el cardenal distinguió –sobre todo en el primer período de su encarcelamiento–, algo muy fuerte que es esto: la obra de Dios, es Dios. Y ya como arzobispo coadjutor vivía para la obra de Dios. Y percibió que con este encarcelamiento Dios le pedía que dejase su obra y que viva solo para Él.
Debe haber leído muchas anécdotas e historias de testigos durante este periodo en cárcel, ¿no?
–Dr. Hilgeman:La anécdota más bella es la conversión de uno de sus guardianes. No olvidemos que varios de estos guardias, encargados de cuidar a ese prisionero, al final se convirtieron. El cardenal Van Thuân, con el amor total hacia estas personas, ha demostrado lo que es el amor de Cristo; sin poder predicar, sin poder hablar directamentrte de Cristo con estas personas, con su ejemplo de Cristo encarnado ha logrado convertirlos, lo que se vuelve un aspecto peculiar.
¿Para el proceso en curso, la Iglesia ha podido tener algún contacto con estos guardias, recoger sus testimonios?
–Dr. Hilgeman:El contexto político es muy difícil para tener contacto con estas personas. Ciertamente no han sido interrogadas en el proceso, pero quizás de un modo extraordinario logremos incluir sus testimonios en las actas, sobre lo cual se pueda construir la vida y las virtudes heroicas del siervo de Dios Cardenal Van Thuân.
Después de su traslado a Roma, ¿en qué se centra su aporte principal a la Iglesia universal, por ejemplo como jefe de un dicasterio vaticano?
–Dr. Hilgeman:En realidad, parece que Dios hubiese querido desde el comienzo preparar al cardenal Van Thuân a su ministerio ante la Curia romana y al servicio del papa y de toda la Iglesia universal. Esto lo digo porque ya de joven obispo se había empeñado mucho acerca del laicado, y en la implicación de los laicos en el tejido social vietnamita. Basta pensar que en poquísimos años, logró duplicar el incremento de las vocaciones, sin esperar a tener sacerdotes, porque él lo hizo apuntando hacia buenos laicos al servicio de la Iglesia, que pudieran ser llamados por Cristo.
¿Trabajó también en el dicasterio de los laicos, no?
–Dr. Hilgeman:Él se ha batido por aquello que era el rol de los laicos en su país, porque justificaba la presencia de los laicos como testigos directos de Cristo en la política, la vida social, en el trabajo… No por casualidad fue uno de los primeros llamados al Consejo Pontificio para los Laicos, que aún era una institución que estaba montándose. No obstante que estaba al otro lado del mundo, la Santa Sede ya desde los primeros tiempos tenía el ojo en el potencial de este hombre.
Y luego “Justicia y Paz”…
–Dr. Hilgeman: Se puede decir que con su llegada a Roma, los hechos se han traducido, porque el rol del Consejo Pontificio Justicia y Paz es de extrema sensibilidad en nuestro contexto, ya que dedica atención a la economía, a la justicia, al hambre en el mundo, a la paz, a la solidaridad y así sucesivamente; engloba toda la doctrina social de la Iglesia. Así, un obispo que viene de un tejido social de pobreza extrema, como era Vietnam, y que aún había estado encarcelado, ha vivido entonces sobre la piel la injusticia en el mundo por el simple hecho de ser cristiano. No hay duda de que Jesús lo había preparado muy bien para lo que fue su ministerio aquí en Roma.
¿Qué puede decirnos acerca del proceso de beatificación?
–Dr. Hilgeman:Somos afortunados de que este proceso se esté realizando en el Tribunal de la Diócesis de Roma, que sin duda tiene una gran experiencia. Es una causa muy grande, es una causa de un personaje que ha viajado mucho, que implica a fieles e inmigrantes que viven en todos los continentes. Sin duda que desde que el proceso se inició en la Diócesis de Roma en octubre de 2010 hasta hoy, hemos dado pasos de gigante, escuchando a cerca de 130 testigos entre cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, a toda la realidad de la Iglesia. También se ha ido hasta Australia donde se ha entrevistado a numerosos testigos; a los Estados Unidos de América, donde una proporción significativa de la población ha sido interrogada, y también inmigrates vietnamitas han sido entrevistados. Hemos estado en Alemania, donde muchos fieles de los países vecinos, Holanda, Bélgica, han llegado hasta allí; hemos estado en Francia. Diría que estamos en una fase muy avanzada.
¿Se ha sabido de algún presunto milagro?
–Dr. Hilgeman:Hay varios. Como postulador, con el asesoramiento del Consejo Pontificio Justicia y Paz que promueve la causa, estamos estudiando con la ayuda de expertos –médicos en este caso–, cuál podría ser el caso más idóneo para iniciar un eventual proceso sobre un milagro, que después pudiera llevar al cardenal Van Thuân a ser santo.
¿Qué mensaje le puede enviar a tantos “devotos” del cardenal Van Thuân, quienes esperan tenerlo pronto en los altares?
–Dr. Hilgeman:En sus escritos y en sus libros, él tiene un término al cual regresa siempre, y aparece también en los testigos que llegan delante del Tribunal de Roma, y es este: la esperanza, no perder la esperanza en Dios. Y podrá ser el «santo de la esperanza».