ROMA, viernes 20 julio 2012 (ZENIT.org).-Ofrecemos el comentario al evangelio del domingo por el padre Jesús Álvarez, paulino.
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Jesús Álvarez, SSP
«Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?» Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron». (Juan 6, 1-15).
La orden de Jesús «choca» con la pregunta de los discípulos: ¿Cómo podemos dar de comer a tanta gente en un descampado? En realidad, Jesús solo les pedirá que repartan los panes y pescados que Él va a multiplicar. Con la multiplicación de los cinco panes y los dos pescados, el Maestro quiere preparar a los discípulos para la revelación sobre el Pan Eucarístico y el Pan de la Palabra, que ellos –-y sus sucesores a través de los siglos–, multiplicarán y repartirán a multitudes hasta el fin del mundo, para la salvación de los hombres.
El Maestro quiere enseñarles a la vez que en su misión evangelizadora deben preocuparse también de las necesidades materiales y humanas de la gente. Él no vino sólo a predicar, sino también para ayudar de forma concreta a los necesitados de pan, salud, amor, justicia, paz. La ayuda material y humana es parte integrante de la evangelización. Eso hizo Jesús. Y eso hace hoy la Iglesia católica en todo el mundo mediante Caritas parroquiales, diocesanas, nacionales e internacionales. Caritas es el organismo de ámbito mundial que más ayuda presta a los necesitados en todo el orbe, sin distinción de razas ni religiones. Los católicos construyen hospitales, centros de enseñanza, lugares de acogida para pobres, migrantes, enfermos, abandonados, desde niños hasta ancianos… Madre Teresa, san Alberto Hurtado, san Camilo de Lellis, Don Orione, san Pío de Pietrelcina, san José Benito Cottolengo, san Vicente de Paul, san Martín de Porres, el beato Giovanni B. Scalabrini, entre otros, son claros ejemplos a seguir.
Cuando socorremos las necesidades del prójimo, también compartimos con Jesús su obra de evangelización y salvación. Él mismo se identifica con los necesitados: “Lo que hagan con uno de éstos, conmigo lo hacen”. Multiplicar los panes es compartir con gozo parte de lo que Dios nos ha dado para vivir y compartir: vida, capacidad de amar, fe, alegría, talentos, profesión, tiempo, salud, alimentos, bienes materiales… Y a la vez tratar de convencer a quienes más han recibido para que compartan más.
¿Cómo mentalizar a los grandes de la tierra –-individuos y pueblos–, para que cambien su corazón de piedra por un corazón humano? Les sobra mucho más de lo que necesitan, mientras que la mayoría tiene mucho menos de lo que necesitan. Por otro lado, también hay quiénes reparten o comparten el Pan Eucarístico y el Pan de la Palabra, mas se quedan impasibles ante el hambre físico, moral y espiritual de sus hermanos. Quien no ama al prójimo, no comulga a Cristo, que vive en el prójimo, sino que “se traga su propia condenación”, como afirma san Pablo (1 Cor. 11, 29).
Compartir es la mejor forma de agradecer, conservar, multiplicar y eternizar lo que se es, se ama, se tiene, se sabe, se goza y se espera: todo ello es don generoso y gratuito de Dios para compartir. Si ponemos lo que está de nuestra parte, Dios pondrá lo demás. “Den y se les dará… con una medida generosa y rebosante”. “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
A la vida eterna solo llevaremos lo que hemos compartido. Que podamos escuchar al fin de esta vida las palabras consoladoras de Jesús: “¡Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes!”