España: La Iglesia no debe "recortar" su solidaridad evangélica

Carta del presidente de la CONFER

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MADRID, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo de un nuevo año de actividades pastorales, académicas y sociales de las congregaciones religiosas en España, el presidente de la Conferencia Española de Religiosos, padre Elías Royón, SJ, ha enviado un mensaje que reproducimos para nuestros lectores.

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Dadles vosotros de comer… (Mc. 6,37)

Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera saludaros al inicio de un nuevo curso, que el Señor nos ofrece para seguir “gastándonos y desgastándonos” por el Evangelio (cfr 2 Cor 12,15) llevando la esperanza de Jesucristo a nuestro mundo.

Con mi saludo deseo compartir con vosotros y vosotras algunas reflexiones sobre la situación que más preocupa a nuestra sociedad y que está afectando ya a un número dramático de personas y familias: la crisis económica y social. Una situación que nos afecta como ciudadanos y de modo particular como hombres y mujeres seguidores de Jesucristo, pobre y amante de los pobres, que ha proclamado la igualdad y la fraternidad entre todos los hombres. A este Jesús hemos prometido imitarle con una vida pobre y una entrega gratuita para servir a sus predilectos.

Es justo reconocer que a niveles institucionales y personales, la Vida Religiosa está respondiendo con gran generosidad, de mil maneras diversas, a tantas urgencias y tantas tragedias, cuyas lágrimas y angustias conocemos bien, cuyos nombres y apellidos son para nosotros rostros concretos, más allá de una solicitud burocrática de ayuda.

Comprendemos bien que llamados a ser testigos de Jesucristo en esta Iglesia y esta sociedad, no podemos permanecer insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a aquellos que para Jesús son el centro. “Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos guardianes de nuestros hermanos…” (Benedicto XVI, Cuaresma 2012), y que preguntemos con inquietud y libertad evangélica a los responsables de la toma de decisiones si se están repartiendo justamente las cargas, si se busca con eficacia y creatividad poner realmente todos los recursos posibles para remediar lo que ya son necesidades primarias como el comer y la salud; si la honradez, la integridad y la verdad presiden siempre las actuaciones de los políticos. (Intención del Papa para el mes de septiembre del Apostolado de la Oración).

Como cristianos y religiosos no podemos ser ajenos al compromiso con la justicia que nace de la fe en Jesucristo; no acoger a los que más sufren los efectos económicos y morales de la crisis: las familias. La caridad nos debe llevar a denunciar las injusticias en el reparto de sus consecuencias; a ser palabra de los obligados de mil maneras a callar; a proteger a los que hemos dejado “sin papeles” arrebatándoles su dignidad de personas, de hijos de Dios; a ser consuelo para los que viven en el abandono y la soledad, y esperanza para los jóvenes desilusionados y frustrados de tantas vanas promesas sociales y políticas.

Tal vez nos podría ayudar reflexionar en los equipos de trabajo pastoral y en las comunidades sobre estas dos cuestiones: la compasión humana hacia la persona que ayudamos y sobre nuestra pobreza religiosa.

Efectivamente, nuestra acción caritativa y social no respondería a la dimensión evangélica si no integrara una cercanía compasiva a las personas, si no nos interesara y compartiéramos sus sentimientos, su vida. Jesús cautiva a la muchedumbre porque tiene un corazón compasivo, porque se le conmueve las entrañas ante el dolor y el sufrimiento humanos. La situación de crisis debería ser leída por nosotros como “un signo de los tiempos,” una palabra de Dios, una llamada a la reflexión orante respecto a nuestra pobreza religiosa. No vivimos con largueza pero sí lejos de las carencias de muchos. Que no solo ayudemos
con la presencia, sino también compartiendo nuestro poco, nuestros cinco panes y nuestros pocos peces. Aquel joven del evangelio no sabía que Jesús los multiplicaría, sólo supo poner a disposición de los demás lo que tenía. En nosotros no cabe hablar de “recortar” tantos por cientos, sino de una voluntad decidida y eficaz de solidaridad evangélica que nos lleve a compartir lo que se tiene, llegando en ocasiones a hacerlo incluso de lo necesario. No lo dudemos el Señor sabrá multiplicarlo.

Todos necesitamos convertir el corazón.Y es que la injusticia hunde sus raíces en un problema que es espiritual. Por eso su solución requiere una conversión espiritual del corazón de cada uno y una conversión cultural de la sociedad, de tal manera que prevalezca la voluntad de cambiar las estructuras de pecado que afligen a nuestro mundo.

3 septiembre 2012

Elías Royón, SJ
Presidente de CONFER

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ZENIT Staff

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