No acumular riquezas podridas y vestidos apolillados (Tiempo ordinario 26º, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, viernes 28 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Dado que en el 26º domingo del Tiempo ordinario la segunda lectura dominical corresponde a un pasaje de la carta de Santiago, en esta ocasión nuestra columna «En la escuela de san Pablo…», escrita por nuestro colaborador el padre Pedro Mendoza, LC, ofrece el comentario y la aplicación de dicho pasaje.

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Pedro Mendoza LC

«Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste». Sant 5,1-6

Comentario

En este pasaje, Santiago prosigue la línea señalada por Jesús en su visión profética de los ayes por las desgracias que han de sobrevenir sobre los ricos, los que están repletos, los que ríen, y los que se complacen en los aplausos (Lc 6,24-26).

En la primera parte del pasaje (Sant 5,1-3), indica Santiago que ya se ha pronunciado la sentencia contra ellos y contra todos los que no tienen más riqueza que estos bienes perecederos. Santiago juzga a los «ricos» con la nueva escala de valores que la venida y la obra de Cristo ha establecido y les echa en cara su impotencia, su inseguridad y su pobreza. Su invitación a llorar anticipa los lamentos por el castigo que, sin duda, se aproxima (v.1).

Una miseria trágica caerá sobre los que son ricos tan sólo en bienes terrenales. Aquello en que confiaban, lo que les ganaba aprecio, les daba prestigio, influencia y placer, lo que debía servirles para su seguridad, aparece ahora como engañoso, porque los poderes de la corrupción triunfan sobre ello (v.2). El orín y la polilla serán testigos contra estos ricos y revelarán sin piedad su dureza de corazón, porque prefirieron que sus bienes se echasen a perder antes que prestar ayuda a los necesitados (v.3). Esta dureza de corazón es la causa de su ruina.

Además de su culpa, Santiago les echa en cara su estupidez. Por las obras y el destino de Cristo podían y debían haberse dado cuenta de que el fin de los tiempos había llegado. Sin embargo, siguieron obrando como si las actuales condiciones del mundo hubieran de durar siempre, como si Dios fuese a manifestarse en breve como juez y reestructurador del mundo. Pertenece al número de estos pobres ricos, de estas personas necias, de quienes uno sólo puede compadecerse, quien después de la venida de Cristo, de su muerte y resurrección, no se prepara para el fin del mundo; quien con miras egoístas y corazón insensible aspira sólo a los bienes de este mundo; quien con arrogancia y temeridad se siente seguro de sí mismo.

En la segunda parte del pasaje, Santiago muestra cómo todas las injusticias claman venganza al cielo (vv.4-6). Hablando de estas injusticias, se refiere especialmente a los grandes terratenientes. Probablemente no pertenecían a las comunidades cristianas. Explotaban brutalmente a sus jornaleros, entre los que sin duda se contaban algunos cristianos, e incluso les escatimaban el salario mínimo establecido por la ley de Moisés, que debía ser pagado al atardecer, y sin el cual el jornalero y su familia estaban condenados a pasar hambre (v.4).

Los ricos a los que alude Santiago son egoístas sin escrúpulos, que no se preocupan por el derecho y la justicia, atentos sólo a incrementar su hacienda y a gozar desenfrenadamente de la vida. Les tenían sin cuidado la indigencia de los pobres y la suerte de sus trabajadores. Eran instrumentos para incrementar su hacienda a cualquier precio, y para conseguir este fin no reparaban en explotarlos, en defraudarles sus jornales, en oprimirles, o abusar de la ley, hasta llegar al asesinato. Lo importante era poder seguir holgando y riendo. No es, pues, de extrañar que su corazón estuviese totalmente endurecido, embotado, imbuido del espíritu del mundo, «convertido en grasa». Su Dios es en realidad el vientre (cf. Flp 3,19). No habían percibido la gravedad del momento en que vivían: y desde la ascensión de Jesús hemos entrado en el tiempo final, el tiempo del juicio, «el día de la matanza» (v.5). La sentencia de Dios ya ha sido pronunciada y no falta más que la promulgación pública. Por eso Santiago puede hablar así: la actividad de estos «ricos» ya ha pasado, y ha sido juzgada. Es indudable que Dios toma a su cuidado a los oprimidos, sobre todo si ponen su causa en manos de Dios, si viven como «justos» (v.6).

Santiago no habla sólo para los cristianos que estaban en aquella situación. Siempre es importante saber que Dios se preocupa especialmente de los pobres, los oprimidos, los explotados, los que son perseguidos injustamente, si confían en Él y se quejan a Él de su desgracia. Aunque puede parecer que los poderosos y los ricos sin escrúpulos pueden hacer impunemente cuanto les place, el juicio de Dios los define como necios y, desde la encarnación de Cristo, el juicio de Dios, fundamentalmente, ya ha sido pronunciado.

Aplicación

No acumular riquezas podridas y vestidos apolillados.

La liturgia de este domingo nos ofrece algunas pautas para el discernimiento de espíritu. En el Evangelio  Jesús nos enseña cuándo debemos ser inflexibles y cuándo, en cambio, flexibles en las relaciones con los demás. La primera lectura del libro de los Números nos deja la misma enseñanza: ante el bien realizado por los demás no podemos mostrarnos celosos ni envidiosos, sino tener un corazón lleno de reconocimiento y de amor de todo lo bueno que hay en ellos. La segunda lectura tiene un tema al margen, pues nos amonesta sobre la condena reservada a quien acumula riquezas podridas y vestidos apolillados.

En la primera lectura (Num 11,25-29), Moisés, después de haber elegido, por encargo divino, 70 ancianos para ayudarle en su ministerio de gobierno del pueblo de Dios, escucha hablar de que, a parte de ellos, otros dos están también profetizando. Esto no es bien visto por Josué quien pide a Moisés que se lo prohíba. Moisés, en cambio, reconoce en todo ello la mano de Dios; rechaza todo sentimiento de celo, de amor posesivo y responde reconociendo que nunca hay que impedir a nadie obrar el bien. Las gracias de Dios hay que reconocerlas y agradecerlas con actitud de acogida, de apertura, porque están destinadas al bien de todos.

En el Evangelio de este domingo (Mc 9,38-43.45.47-48) se nos presenta la actitud de queja ante Jesús por parte de Juan, uno de los apóstoles, quien se muestra celoso ante las obras milagrosas realizadas por una persona ajena al círculo de los discípulos. Jesús sabe discernir y reconocer todo lo bueno, sin dejarse condicionar en su juicio sobre los demás movido por sentimientos de envidia o de celos. Por eso responderá: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea  capaz de hablar mal de mí» (9,39). Jesús no quiere que se obstaculice el bien que se puede hacer, incluso cuando las circunstancias en que se realiza parecerían no ser regulares. Para ayudar a discernir en esto, añade un principio: «Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros» (9,40). En cambio, se debe ser intransigente en los casos en que se es ocasión de escándalo para sí mismo o para los demás, esto es, cuando se induce a alguien al mal (9,41-48).

En la segunda lectura (Sant 5,1-6), el apóstol Santiago utiliza palabras muy severas contra los ricos deshonestos,
que explotan a los trabajadores: «Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (5,4). Para amonestarlos, Santiago no duda en anunciar las amenazas divinas que caerán sobre quien así se comporta. Todos están llamados a ser intransigentes consigo mismos ante todo tipo de deshonestad con el prójimo. Si es el caso, deben arrepentirse de tales acciones y, en el futuro, no volver a cometerlas. Por lo tanto, no deben acumular riquezas podridas y vestidos apolillados.

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ZENIT Staff

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