ROMA, lunes 12 noviembre 2012 (ZENIT.org).- «Estoy profundamente impresionado por la gran dignidad de estas personas, hombres y mujeres, refugiados en un país extranjero, obligados a dejar sus casas, su pueblo, su amada madre patria, Siria, después de un viaje peligroso de cientos de kilómetros», afirmó el cardenal presidente del Consejo Pontificio Cor Unum a su vuelta de la misión que le encomendó Benedicto XVI, como enviado del propio papa y del Sínodo de los Obispos recientemente celebrado para conocer la situación de los refugiados sirios y llevarles una importante ayuda.
Reproducimos una entrevista publicada en el diario vaticano L’Osservatore Romano al purpurado, en la que transmite sus primeras impresiones al finalizar su delicada misión en Líbano.
¿Cuáles han sido las razones y la finalidad de este viaje?
–Cardenal Sarah: En primer lugar está la gran atención del Santo Padre, confirmada el pasado 7 de noviembre, por las víctimas del terrible conflicto sirio. Sus oraciones, sus llamadas de atención, su explícita petición, me han conducido a Líbano. Benedicto XVI en persona ha visitado este país en septiembre, y ya entonces no faltó su expresión de cercanía a la población y su preocupación por el desarrollo de la crisis Siria que amenaza con comprometer el delicado equilibrio de Oriente Medio. Siria, Líbano y toda esta región están en el corazón del Santo Padre. En segundo lugar, fue la iniciativa de los padres sinodales, que en las reflexiones sobre la evangelización de hoy, han querido organizar un viaje de solidaridad directamente a Siria, viaje que por diversas causas no se ha podido realizar. Mi visita ha querido expresar esta solidaridad, esta cercanía del Papa Benedicto XVI y de los padres sinodales. Como presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, con el secretario monseñor Giampietro Dal Toso, decidimos marcarnos como objetivo concreto reunirnos con los organismos caritativos católicos que trabajan en la acogida y en la ayuda operativa a las personas necesitadas, a los desplazados en Siria y a los refugiados en los países limítrofes para organizar y coordinar lo mejor posible las intervenciones. La perspectiva más probable es, de hecho, la de un trabajo a largo plazo, de una emergencia que se alargará en el tiempo y quizá se extienda aún más, necesitando un trabajo cada vez más amplio e intenso en el territorio por parte de todos. Me parece muy importante la voluntad de todas las organizaciones para trabajar en comunión y testimoniar juntos el amor y la proximidad de Dios hacia los que sufren.
¿Cuáles han sido los momentos destacados de la visita?
–Cardenal Sarah: He tenido encuentros con el patriarca maronita y el Sínodo de los obispos maronitas en Líbano y con el patriarca armenio-católico. El presidente de la República del Líbano me ha concedido el honor de recibirme; no hace falta decir que la memoria nos llevó a la reciente visita apostólica de Su Santidad en Líbano, que ha sido de importancia excepcional para toda la región. Me ha conmovido el encuentro con el patriarca greco-ortodoxo de Damasco, Ignacio IV, que ha querido verme, aún estando esos días ingresado en el hospital; él ha insistido sobre el testimonio común y necesario de fraternidad. La jornada del jueves día 8 se dedicó a la visita a los refugiados y llegué hasta la frontera con Siria. He visto sufrimientos inimaginables: una madre quería confiarme a su hijo de cuatro meses porque ha dejado al marido en Siria y no sabe cuando lo verá; algunos refugiados cristianos me han pedido transmitir al Papa su deseo de que les ayude para que puedan volver a casa. El trabajo de la Iglesia para estas personas a través de sus organismos es encomiable, aún siendo los recursos limitados respecto a las necesidades: garantizar la supervivencia y los servicios básicos, la escolarización, una casa. A todas estas problemáticas se dedicó la reunión del viernes día 9, con representantes de la Iglesia local y de los 26 organismos de caridad, junto a los nuncios apostólicos en Líbano y Siria. La reunión ha sido muy útil por el conocimiento de los participantes y el estudio para una mayor incidencia de las mismas ayudas.
Concretamente,¿qué puede hacer la Iglesia en estas situaciones?
–Cardenal Sarah: Los diferentes encuentros que he tenido me han confirmado lo importante que son las oraciones, las palabras y las acciones. Los llamamientos a la paz y a la reconciliación, dirigidos por el Santo Padre a las partes en guerra, a todos los actores de este violento conflicto, a la comunidad internacional para que se active cuanto antes, su continua oración, su cercanía espiritual, unida a las iniciativas de solidaridad concreta y activa que se están desarrollando desde hace meses, desde el primer momento en el que el conflicto ha comenzado a causar víctimas inocentes: estos tres enfoques son fundamentales. De alguna manera se traducen de forma concreta en la triple misión de la Iglesia. Me ha impresionado mucho el hecho de que durante nuestra reunión de coordinación, varias voces han subrayado el rol determinante de la Iglesia para favorecer la reconciliación. Cada conflicto deja detrás de sí heridas profundas; si éstas no se curan, la paz queda sólo como una paz de fachada. Debemos llevar nuestro mensaje de perdón y de reconciliación. Es un servicio espiritual que quizá sólo la Iglesia, a través de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, puede desarrollar.
¿Cómo se puede realizar esta misión, en un contexto en el que la Iglesia es minoría, sobre todo en Siria y en otros países de esta región compleja en el mundo?
–Cardenal Sarah: Desde el Papa Benedicto a las organizaciones caritativas católicas trabajando en el terreno, juntos, estamos unidos en este gran esfuerzo humanitario. Todo lo que ahora podemos hacer por ellos concretamente, debemos hacerlo. Ya sea por sus bienes materiales como por sus bienes espirituales. Una ayuda abierta a todos, sin distinción y sin segundas intenciones. En tal sentido, a través de la visita se ha tratado de favorecer la cooperación y un espíritu de comunión entre los distintos actores, individuando también los desafíos y las dificultades, en particular el aumento constante de los problemas y las necesidades. En muchos contextos la Iglesia católica es una comunidad débil y frágil, pequeña y vulnerable, una minoría, pero capaz de grandes gestos de caridad. Ahora es el momento para vivir concretamente esa comunión y ese testimonio, al cual el Sínodo por Oriente Medio ha llamado. Vemos este momento difícil como una gran oportunidad que el Señor no da para mostrar el verdadero rostro de una Iglesia humilde, débil, pobre, pero que se siente realmente al servicio de la redención del mundo y que se abre en la caridad a todos los que lo necesitan. Una Iglesia en esta región del mundo, en la que realmente es minoría, pero que es solidaria con todos, según las indicaciones del Evangelio, con un prójimo que tiene hambre y sed, que es forastero, que puede tener cualquier tipo de necesidad, también si pertenece a otras religiones, pero no por eso deja de ser nuestro prójimo. Aquí quisiera dar las gracias a Caritas Líbano, obispos y comunidades cristianas que hacen de todo para acoger en nombre de Cristo a todos estos refugiados.
¿Hay también una atención interreligiosa?
–Cardenal Sarah: Como nos enseña el Papa Benedicto, en la encíclica Deus Caritas Est, el amor del prójimo se extiende a las personas incluso que no conocemos y esto puede realizarse sólo a partir de nuestro encuentro íntimo con Dios. Entonces aprendo a mirar a las otras personas no sólo con mis ojos y con mis sentimientos, sino según la perspectiva de Jesucristo. Es cierto que no se puede confundir el deber del diálogo interreligioso que se caracteriza por dinámicas complejas y articuladas, con
la acción caritativa, de por sí práctica, concreta; pero sí es cierto que un gesto de caridad abierto a todos, sin distinción de ningún tipo, y menos de religión, constituye una especie de diálogo silencioso, un oxímoron, hecho de hechos, de acciones que responden a necesidades reales, sobretodo de los más pobres, un gesto de comunión. Tales acciones, de hecho, ayudan a un diálogo entre personas que, dentro de la acción de caridad, se reconocen como hermanos, se reconocen por un gesto, una mirada, una caricia. La caridad, como decía, es el camino para la paz, y la paz está preparada por el diálogo y la comunión. Como Cor Unum retenemos y esperamos que dentro de una teología de la caridad, dentro de un Evangelio de la caridad, anunciado y vivido, estén también estos frutos buenos.
Traducido del original italiano por Rocío Lancho García