Por Luca Marcolivio
ROMA, martes 13 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo del Año Europeo del envejecimiento activo y de la solidaridad entre generaciones, el papa Benedicto XVI realizó ayer una visita a la casa de acogida Viva gli Anziani, en el Janículo de Roma, fundada y gestionada por la Comunidad de San Egidio.
Al evento asistieron, entre otros, Marco Impagliazzo, presidente de San Egidio; Andrea Riccardi, ministro italiano de Cooperación Internacional y fundador de la Comunidad; monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, y monseñor Matteo Zuppi, obispo auxiliar del centro historico de Roma.
El santo padre visitó todo el establecimiento, luego se detuvo en el jardín donde tuvo un encuentro con los mayores de la casa, los voluntarios y los miembros de la Comunidad de San Egidio.
Tras agradecer al presidente Impagliazzo sus palabras de saludo, el papa afirmó: “Vengo entre vosotros como obispo de Roma pero también como anciano en visita a sus coetáneos”. Las dificultades y los sufrimientos ligados a la tercera edad a menudo «se agravan por la crisis económica”, añadió el pontífice.
Y sin embargo, a pesar de la tristeza ligada a esta época de la vida –tal vez agravada por la nostalgia de la propia juventud– Benedicto XVI declaró sin dudar: “¡Es bonito ser mayores!”. En efecto, recordó el papa, la Biblia considera la longevidad “una bendición de Dios”, además de un “don a apreciar y valorizar”.
Diversa es la mentalidad actual que, “dominada por la lógica de la eficiencia y del beneficio”, a menudo rechaza a los ancianos como ‘improductivos’ e “inútiles”. El santo padre auspició que las personas mayores de hoy puedan lo más posible «permanecer en sus propias casas». Son portadores de una «gran sabiduría».
Una sociedad y una civilización, añadió Benedicto XVI, se juzgan «también por cómo son tratados los ancianos y por el puesto que se les reserva en el vivir común», hasta el punto de que «quien acoge a los mayores, acoge la vida».
La solidaridad entre jóvenes y ancianos «ha ayudado a hacer comprender que la Iglesia es efectivamente familia de todas las generaciones», donde cada uno puede sentirse «en casa» y donde «no reina la lógica del beneficio o del tener, sino la de la gratuidad y el amor».
Es justamente en el ámbito de la solidaridad entre generaciones, añadió el papa, donde hay que situar el Año Europeo del envejecimiento activo: en este contexto el pontifíce subrayó que «los mayores son un valor para la sociedad, sobre todo para los jóvenes» y que hay «verdadero crecimiento humano y educación» solo a través de un «contacto fecundo con los mayores».
Cuando está en edad avanzada, el hombre hace cada vez más «la experiencia de la necesidad de la ayuda de los otros». Así sucedió con Pedro, del cual (cfr. Juan 21,18) el señor predice el martirio pero, al mismo tiempo, «nos hace reflexionar sobre el hecho de que la necesidad de ayuda es una condición del anciano”.
Los ancianos, con su necesidad de afecto y de ayuda, nos recuerdan que «el ser humano es relacional», añadió el pontífice, alabando el espíritu de la casa de acogida visitada, donde «quienes ayudan y quienes son ayudados forman una única familia, que tiene como savia vital el amor”.
El santo padre exhortó luego a los «senior» presentes a no desanimarse nunca, indicándoles el ejemplo «iluminador para todos» del beato Juan Pablo II, y a rezar siempre “con fe y con constancia”, convirtiéndose en «intercesores ante Dios”.
La oración de los mayores, en efecto, «puede proteger al mundo, ayudándole quizá en modo más incisivo que el afán de muchos”. Tras pedir a los residentes la oración por «el bien de la Iglesia y la paz en el mundo», el papa añadió: “Sentíos amados por Dios y sabed llevar a esta sociedad nuestra, a menudo tan individualista y eficientista un rayo del amor de Dios”.
Tras la bendición final de los presentes, poco antes de despedirse, Benedicto XVI descubrió y bendijo una placa-recuerdo de su visita.