Por Thácio Siqueira
BRASILIA, lunes, 26 noviembre 2012 (ZENIT.org) - El cardenal João Braz de Aviz, actual prefecto de la Pontificia Congregación de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, celebró este 23 de noviembre, juno con su hermano, el padre José Amauri de Aviz, actual vicario parroquial de Nuestra Señora del Rosario, en Lago Sul, los cuarenta años de sacerdocio con una misa solemne en la catedral de Brasilia.
La celebración, organizada por la Archidiócesis de Brasilia, contó con la presencia del cardenal José Freire Falcão, arzobispo emérito de Brasilia; del nuncio apostólico Giovanni d’Aniello; y otros obispos brasileños. También estuvo presente en la celebración el Gobernador del Distrito Federal Agnelo Queiroz y otras autoridades.
En su homilía, elcardenalAviz indicó los tres puntos principales que emergieron en el reciente sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización.
“El primer paso de la nueva evangelización --indicó el purpurado- es la conversión personal”, mientras que “el segundo es vivir en un lugar del mundo y estar con el corazón abierto para llevar el evangelio a todos los lugares, la misión ad gentes”. Y el tercero es “amar tanto y vivir tan bien el evangelio que todos aquellos que están cerca de nosotros y que se han se alejado de la Iglesia puedan retornar a la misma gracias a nuestro testimonio”.
Para la nueva evangelización, indicó, debemos actuar siempre en unión con nuestros obispos: “Nuestros obispos son como nuestros padres. Viven en el silencio y en la palabra una misión que es para todos nosotros muy especial porque nos permiten interpretar por donde pasan los caminos de Dios. Unidos a ellos encontrarán el camino para esa renovación de la Iglesia.”
El purpurado también habló sobre la necesidad de la coherencia: “No se puede aceptar a una Iglesia que acepte que sus personas tengan un poco del evangelio y un poco de una cultura contraria al evangelio. Aquello que es contra el evangelio hay que quitarlo, mientras que aquello que es del evangelio hay que dejarlo. Y eso no sólo en los bautizados en modo general, pero también en nosotros, cardenales, obispos y padres, que estamos alrededor del santo padre.”
En la parte central de su homilía el cardenal refiriéndose al ministerio sacerdotal indicó: “Dios nos llama de en medio de vosotros, pero no nos hace mejores que vosotros.
Todos nosotros tenemos la misma dignidad, que nos viene del bautismo, de ser hijos de Dios. Nunca vamos a tener una dignidad mayor que esa... Dios nos da a nosotros un servicio, un trabajo, una gracia, un don, para servir y ayudar a la comunidad a enriquecerse. Un don precioso de la Iglesia es la vocación sacerdotal. Pero no es una dignidad, es un servicio”.
Y sobre su experiencia de vida indicó: “Como cardenal les digo: una de las cosas de las que me cuido es la de no considerarme importante. Porque contrariamente viene el deseo de ser importante. Los otros se inclinan, me besan el anillo. Visto ropa muy vistosa. Tengo que usar esto como símbolo de la Iglesia y no como una cosa personal. ¿Por qué? Porque cuando Dios encontró al hombre lo hizo en la grandeza. Cuando el hijo de Dios vino entre nosotros él se hizo pequeño, se hizo niño, de nuestro tamaño. Escondió su divinidad para poder encontrar nuestra humanidad. Después acabó escondiendo su humanidad para quedarse con nosotros en la eucaristía”.
Y continuó diciendo: “Y si nosotros queremos aprender cómo estar con Dios, necesitamos aprender también a rebajarnos. Y no sólo delante de Dios porque somos criaturas, sino también aprender a rebajarse delante de los otros para ser amor. Y no existe otra regla, ley, experiencia en el mundo que nos haga felices, a no ser el amor”.
Y añadió: “El amor es vida, es paz, es fuerza, certeza, esperanza... pero tiene que ser el amor de Dios. Sólo que el amor de Dios no es contrario al amor humano, él es más perfecto que el amor humano. Si uno alcanza la perfección del amor de Dios en las cosas simples de cada día, con su hermano y hermana, entonces sí, la felicidad descenderá a nuestro corazón.
Concluyó la homilía con un pedido “para todos y para mí en ese momento, la gracia de la fidelidad a la Iglesia. La Iglesia tiene diversos problemas que deben ser corregidos. El Santo Padre nos lo ha recordado. Porque la Iglesia es la cosa más bella que todos nosotros recibimos del Señor. La Iglesia es nuestra familia. La Iglesia es el lugar donde yo puedo sentirme persona. Donde yo soy amado, donde puedo amar. La Iglesia el lugar de mi felicidad".