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+ Juan del Río Martín

El hombre fiel ha muerto en la cultura materialista dominante que envuelve las relaciones humanas. El compromiso de por vida en el matrimonio, sacerdocio y consagración religiosa, parece cosa de otros tiempos, produce pánico en muchos jóvenes y en algunos sectores sociales es sinónimo de frio conservadurismo. La lealtad, la estabilidad, la entereza son valores contrapuestos al hedonismo de la modernidad que consagra el fragmento, el continuo “cambio por el cambio” a todos los niveles y la renuncia a cualquier sacrificio. Sin embargo, el panorama que dejan las rupturas familiares, el abandono de las obligaciones religiosas y la deslealtad en las amistades, etc., es dramático para quienes lo viven y su entorno. Pero hay un instinto natural que se revela ante ello y percibe que por ese camino no se llega a ninguna parte. Porque se ha perdido la orientación básica de la vida y esto hace insoportable la convivencia humana por la ausencia de la verdad. De ahí, que la reflexión o estima  sobre la fidelidad va recuperando su importancia en los últimos años, ya que es la única vía para optar por el señorío de la propia existencia y a la vez una apuesta por una sociedad más sana.

La fe cristiana parte de la proposición de que creemos en el “Dios de la fidelidad” (Dt 3,4). El “arte de vivir” de las criaturas consiste en asemejarnos a ese Dios que es “fiel en todas sus palabras” (Sal 144,13) y  que “su fidelidad dura por siempre” (Sal 116,1-2). El título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo (cf. Hech 10,45; 2Cor 6,15) que es el “Fiel” por excelencia a los designios salvadores de Dios Padre con la humanidad (cf. Filp 2,8). La tradición cristiana afirma que una persona fiel es aquella en la que se puede confiar: porque cumple lo prometido, la verdad configura la limpieza de su corazón y hay coherencia entre sus palabras y obras.

En cuanto somos seres limitados, hay que contar con las flaquezas, defectos y equivocaciones humanas. Además, en muchas ocasiones, podemos encontrarnos envueltos en circunstancias personales y sociales muy complejas. Ninguno es bastante fuerte por sus solas fuerzas necesitamos de la ayuda de Dios, que mediante la gracia de la fe ilumina nuestras decisiones y nos sostiene en el combate de cada día. La perseverancia mira al futuro, (cf. Lc 9,62), inclina al hombre a luchar hasta el fin, sin ceder al cansancio, al desánimo o cualquier tentación que pueda presentarse. La meta alcanzar es la propia realización y el bien de los demás, ello  requiere siempre valentía de ánimo y tenacidad en la acción. A la vez, exige: humildad para reconocer los fallos, rechazar las formas de vida basadas en las mentiras, no olvidar el daño que se puede hacer al prójimo y a las instituciones con la infidelidad, tener siempre presente el santo temor de Dios. ¿Realizar toda esta tarea es de timoratos? O más bien, como dice san Pablo “la gracia se muestra en la debilidad” (2 Cor 12,9).

La fidelidad perseverante, en la vocación y el estado de vida elegido, es la suma de grandes y pequeñas conquistas. Es recomenzar muchas veces, recobrando el ardor y la diligencia perdida. Porque como dice santo Tomás: “es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que correr fuera de él. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando a la meta; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre tanto más se aleja del camino” (Coment. Evang. S. Juan  14,2). Estamos en el tiempo de Adviento, las figuras de los profetas, y en especial Juan el Bautista, nos estimulan a seguir caminando en esperanza por el sendero libremente elegido, al cual el Señor nos llamó y donde se muestra su voluntad. Ellos son modelos de fidelidad a Dios, de perseverancia en la misión encomendada y de amor a su pueblo. Siguiendo la espiritualidad profética, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera, para que la final de sus días puede escuchar aquellas palabras del Maestro Jesús: “muy bien, siervo bueno y fiel; como ha sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21).