A las seis de la tarde del sábado 29, en el pórtico de la basílica vaticana, Benedicto XVI presidió un momento de oración con los jóvenes peregrinos llegados a Roma con motivo del XXXV Encuentro Europeo de Jóvenes, convocado por la Comunidad de Taizé, que se celebra en la capital desde el 28 y acabrá el 2 de enero. Tras unas palabras de saludo del hermano Alois, prior de la Comunidad de Taizé, el papa dirigió a los jóvenes reunidos en la plaza de San Pedro el discurso que ofrecemos a continuación.
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Gracias, querido hermano Alois por su palabras cálidas y llenas de afecto. Queridos jóvenes, queridos peregrinos de la confianza, ¡bienvenidos a Roma!
Habéis venido muy numerosos de toda Europa y también de otros continentes para orar ante las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo. En esta ciudad, ambos derramaron su sangre por Cristo. La fe que animaba a estos dos grandes apóstoles de Jesús es también la que os ha puesto en camino. Durante el año que va a empezar, os proponéis liberar los manantiales de la confianza en Dios para vivir de ella en el día a día. Me alegro que salgáis al encuentro de esta manera de la intención del Año de la Fe, iniciado en octubre.
Es la cuarta vez que mantenéis un Encuentro europeo en Roma. Esta vez, querría repetir las palabras que mi predecesor, el beato Juan Pablo II, dijo a los jóvenes en vuestro tercer encuentro en Roma: “El papa se siente profundamente comprometido con vosotros en esta peregrinación de confianza sobre la tierra… También yo estoy llamado a ser peregrino de confianza en nombre de Cristo” (30 diciembre 1987).
Hace poco más de 70 años, el hermano Roger creó la comunidad de Taizé. Esta sigue viendo venir a ella miles de jóvenes de todo el mundo, a la búsqueda de un sentido a su vida, los hermanos les acogen en su oración y les ofrecen la oportunidad de hacer la experiencia de una relación personal con Dios. Para apoyar a estos jóvenes en su camino hacia Cristo, el hermano Roger tuvo la idea de empezar una “peregrinación de confianza sobre la tierra”.
Testigo incansable del Evangelio de la paz y de la reconciliación, animado del fuego de un ecumenismo de la santidad, el hermano Roger animó a todos aquellos que pasan por Taizé a convertirse en buscadores de comunión. Lo dije al día siguiente de su muerte: “Tendremos que escuchar desde dentro su ecumenismo vivido espiritualmente y dejarnos guiar por su testimonio hacia un ecumenismo verdaderamente interiorizado y espiritualizado”. Sobre sus huellas, sois portadores de este mensaje de unidad. Os aseguro el compromiso irrevocable de la Iglesia católica a proseguir la búsqueda de vías de reconciliación para llegar a la unidad visible de los cristianos. Y esta tarde querría saludar con afecto muy especial a cuantos entre vosotros son ortodoxos o protestantes.
Hoy, Cristo os hace la pregunta que dirigióa sus discípulos: “¿Quién soy yo para vosotros?”. A tal pregunta, Pedro, cerca de cuya tumba nos encontramos en este momento, respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,15-16). Y toda su vida se convirtió en una respuesta concreta a esta pregunta. Cristo desea recibir también de cada uno de vosotros una respuesta que venga no de la constricción ni del temor, sino de vuestra libertad profunda. Respondiendo a tal pregunta, vuestra vida encontrará su sentido más fuerte. El texto de la Carta de San Juan que acabamos de escuchar nos hace comprender con grande sencillez en modo sintético cómo dar una respuesta: “Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos los unos a los otros” (3,23). ¡Tener fe y amar a Dios y a los demás! ¿Que hay de más exaltante? ¿Que hay más bello?
Durante estos días en Roma, podéis dejar crecer en vuestros corazones este sí a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio que ocupan el lugar central en vuestras oraciones comunitarias, trras la escucha de la Palabra de Dios. Esta Palabra, dice la Segunda Carta de Pedro, es “como una lámpara que brilla en un lugar oscuro”, que hacéis bien en mirar “hasta que despunte el alba y surja en vuestra corazones la estrella de la mañana” (1,19). Vosotros lo habéis comprendido: si la estrella de la mañana debe surgir en vuestros corazones es porque no siempre está allí presente. A veces el mal y el sufrimiento de los inocentes crean en vosotros la turbación. Y el sí a Cristo puede ser difícil. ¡Pero esta duda no hace de vosotros no creyentes! Jesús no rechazçó al honbre del Evangelio que gritó: “¡Creo, ayuda a mi incredulidad!” (Mc 9,24).
Para que en este combate no perdáis la confianza, Dios no os deja solos y aislados. Nos da a todos la alegría y el conforto de la comunión de la Iglesia. Durante vuestra estancia en Roma, gracias especialmente a la acogida generosa de muchas parroquias y comunidades religiosas, hacéis una nueva experiencia de Iglesia. Al volver a casa, a vuestros diversos países, os invito a descubrir que Dios os hace corresponsables de la su Iglesia, en toda la variedad de vocaciones. Esta comunión que es el Cuerpo de Cristo os necesita y tenéis en el vuestro lugar. A partir de vuestros dones, de lo que es específico de cada uno de vosotros, el Espíritu Santo plasma y hace vivir este misterio de comunión que es la Iglesia, a fin de transmitir la buena noticia del Evangelio al mundo de hoy.
Con el silencio, el canto ocupa un puesto importante en vuestras oraciones comunitarias. Los cantos de Taizé llenan en estos días las basílicas de Roma. El canto es un apoyo y una expresión incomparable de la oración. Cantando a Cristo, os abrís también al misterio de su esperanza. No temáis adelantaros a la aurora para alabar a Dios. No quedaréis desilusionados.
Queridos amigos jóvenes, Cristo no os aparta del mundo. Os envía allí donde falta la luz, para que la llevéis a los otros. Sí, estáis todos llamados a ser lucecitas para cuantos os rodean. Con vuestra atención a una más equitativa redistribución de los bienes de la tierra, con el compromiso por la justicia y por una nueva solidaridad humana, ayudaréis a quienes os rodean a comprender mejor que el Evangelio nos conduce al mismo tiempo hacia Dios y hacia los demás. Así, con vuestra fe, contribuiréis a hacer surgir la confianza sobre la tierra.
¡Estad llenos de esperanza. Dios os bendiga, con vuestros familiares y amigos!
Traducido del original italiano por N.S.M.