Los deseos de los fieles son claros. De las entrevistas, de los blog, de los pensamientos difundidos libremente en Facebook y en Twitter se advierte una gran nostalgia de un pontífice como el joven Juan Pablo II, un candidato humilde y bueno, gran comunicador, que se encuentra con la gente en todo el mundo, que atrae a los jóvenes y que llena las plazas del planeta.
Con gran respeto por Benedicto XVI, son explícitos también los deseos de un pontífice sólido y claro en la doctrina, lo ideal sería una mezcla del entusiasmo y la alegría de Juan Pablo II y un joven Joseph Ratzinger.
Un dato emerge sobre todos, los fieles rezan e invocan al Espíritu Santo para que el próximo pontífice sea joven en el cuerpo y en el corazón. Son demasidos los sufrimientos pasados con los últimos años de agonía de Juan Pablo II y la renuncia de Benedicto XVI.
El pueblo de los creyentes es paciente y confía en la obra del Espíritu Santo. Gozará y dará gracias al Señor por un nuevo pontífice, pero no hay duda que las expectativas quedarían desilusionadas si fuera papa un candidato de transición.
En términos de situación geopolítica, la decadencia y los escándalos de Europa y de los países de antigua evangelización es tal que quizá ha llegado el momento de pensar en un pontífice no europeo. En el viejo continente faltan jóvenes y vocaciones, mientras que aumenta su número en América Latina, África y Asia.
El continente donde el número de vocaciones y bautismos es más alto, donde viven más jóvenes y donde el cristianismo tiene márgenes enormes de difusión es Asia.
Es también el continente que está emergiendo como superpotencia mundial y donde el cristianismo podría ofrecer soluciones caritativas y humanizadoras al exasperado utilitarismo, a un materialismo que borra a las personas, a las políticas que suprime a las hijas por ser mujeres.
Un eventual pontífice asiático podría también encontrar la solución a la difícil relación con China.
Cierto, sería un enorme salto adelante, un acto di coraje que pondría a la Iglesia por delante de todos.
Fue así con la elección de Karol Woityla, el papa polaco que tanto bien trajo a la Iglesia y al mundo.
Un pontífice asiático haría aumenter enormemente el número de conversiones y de peregrinos hacia la Iglesia de Roma.
A este propósito hay que recordar que la mayor Jornada Mundial de la Juventud tuvo lugar en Manila con cinco millones de jóvenes y que Filipinas es el tercer país del mundo por número de católicos. Menos que Brasil y México, más que Estados Unidos e Italia.
Es verdad que nos encontrariamos ante un evento de los que hacen época, pero la renuncia al pontificado del papa emérito Benedicto XVI, ¿no es quizá un signo de enorme discontinuidad con el fin de reforzar y acelerar el proceso de renovación y nueva evangelización?.