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SITUACIONES

Mientras los cardenales sesionan para ser mediadores del Espíritu Santo y elegir un nuevo Papa, y mientras toda la Iglesia intensifica la oración, como lo hacían la Virgen María y los demás discípulos de la Iglesia primitiva antes de Pentecostés, nos mantenemos en expectativa y esperanza.

Los llamados expertos en cuestiones eclesiales, sobre todo cuantos tienen gran presencia en los medios informativos, algunos de los cuales ni creyentes son, además de elucubrar sobre posibilidades de alguno de sus propios candidatos, lanzan campañas muy duras contra ciertos cardenales electores, queriendo presionar e influir en las decisiones internas del Colegio Cardenalicio. Como muchos les hacen caso y les temen, se imaginan que también el Espíritu Santo se doblegará a sus opiniones. No nos dejemos impresionar. Duelen sus comentarios, pero nuestra fe no depende de lo que ellos piensan. Nuestra fe está puesta en Jesús, quien conduce su Iglesia por los caminos de su Espíritu.

ILUMINACION

¿Cómo desearíamos que fuera el próximo Papa?

En primer lugar, que sea muy fiel a Jesucristo, pues el Papa nunca ocupa el lugar de Jesús; es su Vicario, su representante en la tierra, pero no es más importante que Jesucristo. Que la Palabra de Dios sea la que le ilumine e inspire, no los criterios dominantes de este mundo, que muchas veces son contrarios a la Palabra de Dios. Que sea valiente para no amoldarse a las modas que imponen los tiempos cambiantes de hoy, sino que se mantenga firme y fiel a Jesucristo, aunque lo tachen de conservador. En cuestiones doctrinales y morales, debemos conservar el tesoro de la fe que Jesucristo nos dejó, no dejarnos seducir por la tentación de ser aplaudidos por la opinión pública secularizada.

En segundo lugar, necesitamos un Papa que sea muy fiel a la Iglesia, con un amor tan apasionado por ella, como el amor que le tuvo y le tiene Jesús, hasta dar la vida por ella. Este mismo amor hará que el nuevo Papa sufra por los pecados de cuantos formamos esta Iglesia, pues avergüenzan nuestras infidelidades, pero también le impulsará a revisar y reformar aquellas cosas que se aparten del Evangelio. La Iglesia siempre debe estar en proceso de conversión, pues somos frágiles y pecadores, no sólo los de la Iglesia Católica, sino todos los creyentes en Cristo y también los no creyentes. Nos alienta que no estamos en la peor época de la Iglesia, pues en los siglos primeros se sufrió la persecución externa, y no se acabó; en la Edad Media, hubo una corrupción interna que en nada se compara con las fallas de hoy, y la Iglesia sigue y seguirá adelante. Quienes digan que la Iglesia está en su peor momento, no conocen la historia. En nuestros pueblos y ciudades, la Iglesia está viva y activa, aunque siempre en proceso de mayor fidelidad al Señor.

En tercer lugar, el nuevo Papa ha de ser un fiel servidor del hombre y la mujer de estos tiempos. Ha de estar atento a los problemas no sólo de los católicos, sino de toda la humanidad, pues Jesucristo es redentor de todos. Que tenga un corazón paterno para abrazar con amor misericordioso a los pobres y a cuantos sufren. Que sea sensible a las necesidades de los excluidos, de las personas y naciones marginadas, capaz de comprender el cambio cultural tan transformante que estamos viviendo, donde al mal se le llama bien, y al bien se le llama mal. Que nos oriente y nos confirme con la Verdad del Evangelio sobre las cuestiones más acuciantes de estos tiempos, para que no nos dejemos seducir por quienes hoy sientan cátedra sobre cómo debería la vida, sin tomar en cuenta a Dios ni su Palabra. Que nos enseñe el camino de la verdad y del bien, para discernir el trigo de la paja, lo bueno y lo malo de la cultura actual.

COMPROMISOS

Mientras los cardenales están en el proceso de votaciones, no nos dejemos impresionar por quienes opinan de la Iglesia sin ser creyentes y sólo ven la exterioridad. Oremos intensamente al Espíritu Santo, para que los electores no se dejen llevar por presiones mediáticas externas, sino sólo por la fidelidad a Jesús, a la Iglesia y al ser humano contemporáneo. Aceptemos en fe la designación que Dios haga.