El Evangelio de este Miércoles Santo narra la traición de Judas por treinta monedas de plata. En su misa cotidiana a las siete de la mañana celebrada en la capilla de la residencia Santa Marta, en el Vaticano, el papa la comentó:
“Uno de los doce apóstoles, uno de los amigos de Jesús, de los que le estaban más cerca hablaba con los sacerdotes poniéndose de acuerdo sobre el precio de la traición”. Y el papa precisa: “Jesús, como una mercancía es vendido”.
Sucede, dijo, “tantas veces en el mercado de la historia, en el mercado de nuestra vida, cuando elegimos las treinta monedas y dejamos a Jesús de lado, o miramos al Señor que es vendido”. Y nosotros a veces “con nuestros hermanos, amigos, y entre nosotros hacemos casi lo mismo”.
«Sucede cuando hablamos mal uno de otro”, y esto es vender, y “la persona sobre quien hablamos pasa a ser una mercancía. ¡Y con cuanta facilidad nosotros hacemos esto! Es la misma cosa que hizo Judas”.
“No se por qué -profundizó el papa-, pero hay una alegría oscura en las habladurías”. En la que se inicia hablando bien y se termina por ‘despellejar’ al otro. Y advierte: “Cada vez que ‘despellejamos’ al otro hacemos lo mismo que hizo Judas”. E invitó a “nunca hablar mal de los otros”.
Judas al traicionar a Jesús tenía el corazón cerrado, no tenía comprensión, ni amor, ni amistad. Y cuando hablamos mal de los otros, no tenemos amor, ni amistad y todo se vuelve un mercado, vendemos a nuestros parientes y amigos, indicó el papa.
Y cuando hablamos mal de un amigo o de una amiga, lo hacemos de Jesús. Pidamos, concluyó el santo padre, “la gracia de no ‘despellejar’ a nadie, de no hablar mal de nadie”. Y si nos damos cuenta que tiene defectos, no hagamos justicia con nuestra lengua, sino que recemos al Señor pidiéndole “¡Ayúdalo!”.
Un poco más tarde Francisco se dirigió al interior de la basílica de San Pedro, en donde saludó a los empleados del Vaticano reunidos por el Triduo pascual en la misa celebrada por el cardenal Angelo Comastri. Y les agradeció por el trabajo realizado en el Vaticano.
Dirigiéndose a los presentes contó una anécdota del beato Juan XXIII: “Una vez, un embajador le preguntó: «Santidad me diga: ¿cuantos trabajan en el Vaticano? Y Juan XXII respondió: ‘La mitad'». «Estoy seguro que ustedes son aquella mitad que trabaja” dijo.
Y concluyó: “¡Muchas gracias! Quiero agradecerles por esta misa de oración: recen uno por el otro, como hermanos. Quiero agradecerles por su trabajo en el Vaticano, a veces desapercibido, no se ve, pero camina. Muchas gracias. Y también quiero agradecer a sus colegas que no han podido venir porque ahora están trabajando”.
E hizo una petición: “Rezad por mí, que lo necesito, soy también un pecador como todos. Y quiero ser fiel al Señor”.