En busca del gregoriano perdido

Una propuesta para la liturgia universal

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Ofrecemos un artículo de Enrique Merello-Guilleminot*, compositor y musicólogo, con una propuesta de educar en el canto gregoriano, un género musical usado en las reducciones paraguayas de los jesuitas con gran éxito y ensayado por el autor en África.

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La necesidad de trasvasar el ámbito de lo periférico se hace indispensable, si lo que se busca es redefinir el canto gregoriano como elemento intrínsecamente católico, y tanto “como el evangeliario, el cáliz o hasta el mismo celebrante”.

Hace un año me encontraba en el Paraguay, dando fin a una misión docente en ese país en representación del Coro Gregoriano de París y de su Escuela con asiento en la capital francesa. La tarea consistió en formar en la disciplina gregoriana a laicos, seminaristas y sacerdotes. Conviene saber ante todo que el paraguayo es un pueblo orgulloso de su linaje y sus tradiciones, lo cual es justificado habida cuenta de su pasado glorioso, relacionado con uno de los experimentos antropológicos y religiosos más increíbles que recuerde la historia, de lo cual abundan libros, películas y también opiniones, como es natural.

Sembrar pues, la semilla del canto gregoriano entre los habitantes de la antigua Paraquaria supuso transmitir a poblados auditorios la certeza de que su legado cultural en nada se enfrenta con aquella música; antes bien, en su momento era parte constitutiva del mismo. En efecto, en las reducciones de guaraníes establecidas entre los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, este repertorio era largamente practicado y copiado con atención (1), a la par de otros repertorios, todo lo cual hacían con maestría bajo la atenta mirada de los maestros jesuitas. Cantarle pues, a Dios, con guitarras, arpas, teclados (hoy electrónicos) y flautas dulces constituye una práctica cotidiana, al menos en la diócesis de Ciudad del Este en donde me encontraba alojado, mismo si sus ejecutantes lo hacen “de oído”, es decir, sin conocimientos técnicos previos. Y ni qué decir de la polifonía, la cual es practicada de manera virtuosa en ese enclave musical.

El gregoriano como vehículo de catolicidad

Este encuentro de tradiciones: una música de desarrollo local, con elementos folclóricos, rica y colorida, y el repertorio gregoriano, tenían su lugar allí, sin conflictos de ninguna especie, lo que permitió que las melodías gregorianas se encontraran con otras en castellano y aún con piezas de mi Misa II Avañe’ê (Guaraní), la cual ha adquirido desde entonces y felizmente, un importante suceso en esa nación latinoamericana.

También en Gabón, adonde me trasladé y establecí hace ya varios años con similares objetivos pedagógicos y artísticos, pude apreciar esta singular manera de integrar lenguajes musicales. Mi memoria vuelve con agrado una y otra vez a sus paisajes, a sus gentes de calidez y generosidad extremas, y particularmente a vibrantes celebraciones de las que fui protagonista, en donde se alternaba el francés –idioma oficial-, con lenguas bantúes como el myéné o el fang de los cantos tradicionales, y aún el latín de la Vulgata que canta el gregoriano. Ya lejanas celebraciones en la iglesia du Saint-Sacrement, presididas por el sacerdote francés p. Guy Boulbin, y animadas por una incipiente schola conformada por mis alumnos gaboneses y la Coral del lugar denominada St. Pierre Julien Eymar, que intervenía con sus cantos tradicionales: Voganyo zwe Rera, azwe n’awaniwo; voganyo zwe Rera, voganyo zwe nénon…(2)

Podría pensarse que todo esto, tambores africanos, la alegría de un pueblo negro enamorado de Dios, o la musicalidad oxítona del guaraní, orgullosa herencia amerindia, seguidos de los latines de ofertorios y comuniones venidos de una Edad Media profunda y lejana, conforman un cuadro de estética “kitch”, que hace de la liturgia católica apostólica romana un inesperado patchwork tejido con un gusto que puede ser sometido a la duda.

Sin embargo, la recurrencia de esta clase de mix musicales en la Presencia de Dios, podría ser justificada desde la práctica secular de mezclar estilos, sea en las misiones jesuíticas del Paraguay, en las jóvenes comunidades africanas, como en las misas celebradas en la Basílica de San Pedro. Yo agregaría incluso, que esto más que aceptable es saludable por necesario, si lo que se pretende es salvar del olvido el canto gregoriano, un patrimonio inmaterial de la humanidad que se aleja del conocimiento popular cada vez más, y no es tanto por lo que expresa Roma sobre el tema, como por lo que hacen los episcopados al respecto. Dejar, verbigracia, al menos el ordinario para que sea cantado en gregoriano por los fieles, lo cual evitaría que esta música quede penosamente encerrada en las páginas amarillentas de olvidados Liber Usualis y algún que otro Graduale.

Lejano y cercano, antiguo y actual

Decía que me encontraba un año atrás en el Paraguay y quise culminar mi misión en ese país con una conferencia sobre la restauración del canto gregoriano acaecida entre los siglos XIX y XX. Se podrá decir que esta restauración está en verdad en marcha, invocando la publicación reciente en 2011 del Graduale Novum (3), edición crítica del anterior Graduale Romanum conteniendo las melodías corregidas según las fuentes, en el marco de la liturgia dicha de Pablo VI, una obra que fue presentada y seguramente muy apreciada por Benedicto XVI. El trabajo ahora debiera ser llevar ese Graduale Novum al plano de las realizaciones: edificar la catedral invisible que esculpe en el aire el canto gregoriano.

¿Cuáles son las razones para seguir adelante con esta empresa restauradora, cuando es público –y los hechos recientes lo han dejado en manifiesto- que la Iglesia tiene frente a sí problemas de más perentoria solución que las cuestiones litúrgicas? Sin dudas, el amor por el gregoriano; su encanto que traspasa cómodamente lo confesional, un encanto no nacido de la nostalgia, no nacido en lo romántico, lo evocativo, o en la emoción sin más allá de ella, sino antes bien, en lo racional de la certidumbre de su valor teológico y artístico. Por esa razón estaba yo en suelo guaraní y me despedía de él con esa conferencia. Frente a mí, más de medio centenar de pares de ojos y oídos; eran seminaristas y religiosos de Ciudad del Este y de otras regiones del país, de la Argentina y del Brasil.

Ya sobre el final de mi exposición, refrescaba las críticas frecuentes a la inclusión de este repertorio en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia que se me plantearon más de una vez en tantos lustros de trabajo sobre, con y para el gregoriano, y cómo debieran afrontarse: Recientemente, el Papa Francisco se manifestaba acerca de los peligros de transformar la Iglesia “en una ONG piadosa” si no se proclama a Jesús (4). Esto mueve a la reflexión y a preguntarse justamente si cantar en una lengua lejana y misteriosa en el templo no hace del culto y de la Iglesia que lo celebra la manifestación religiosa pública de un club selecto. En un ambiente cultural donde la mediocrización y los antivalores parecieran dominar, el establecimiento en las comunidades cristianas de una música como el gregoriano puede parecer una pretensión reñida con el momento. Pero si lo que busca la Jerarquía de la Iglesia es religar el hombre a Dios, mostrarle su cercanía, claro que cabe el uso de este instrumento privilegiado por su calidad, eficacia, antecedentes y relevancia. Proponerlo antes que imponerlo puede hacer de la liturgia una verdadera pastoral. ¿Cómo llegaron al corazón de los indios del lugar los jesuitas que intrépidamente se adentraron en las selvas americanas, si no a través de la liturgia y la música? Decía Santo Tomás que “los que oyen (…), aunque no entiendan lo que se dice en el canto (como sucede a los fieles que ignoran el latín) saben, sin embargo, con qué fin se cant
a, esto es, para alabar a Dios; lo cual (unido a la naturaleza de las sagradas melodías) basta para moverlos a devoción” (5). 

El riesgo latente de descuidar música y ars celebrandi en general es transformar el culto católico en un laboratorio experimental donde cualquier cosa es posible: gestos, glosas, sermones sobreabundantes de palabras y bostezos, música de estilo evangélico, negro spirituals y gospels incluidos, cuando no profano, desde melodías almibaradas y ramplonas hasta furiosos alaridos en estilo heavy metal. Los ejemplos sobran y por tanto redundan. 

Es cierto que hace mucho que quedó atrás el siglo IX, como quedó atrás también el X y el XI, y que las parroquias no son iglesias monásticas. Conviene saber que esta música no proviene de los ambientes monásticos, aunque sin duda allí fue custodiada y luego restaurada. No se trata entonces de practicarlo con un espíritu evocativo, con la idea inmovilizante de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Cierta vez, tras una celebración de completas en Montevideo junto a la Schola Cantorum de esa ciudad, alguien me manifestó quedar admirado por la “hermosa recreación del románico” de la que fue espectador. En realidad, se trata de rezar con estas melodías, y con esto se insufla vida a un patrimonio cultural y artístico concebido precisamente para ser celebrado en un ambiente cultual, empleando su lengua propia, que no es sino la matriz filológica de nuestras lenguas romances.

El penoso desarrollo de celebraciones eucarísticas presididas por sacerdotes sin formación musical alguna y «animadas» musicalmente por señoras voluntariosas, deviene en manifestaciones de un pauperismo que nada tiene que ver con la “opción preferencial por los pobres” ni el llamado a una “Iglesia pobre” del Papa Francisco. Tienen que ver con el presupuesto que en la infinita misericordia de Dios, Él aceptará nuestra miseria manifiesta en una escueta aproximación de lo que ha de ser una celebración en alabanza al Dios Creador de Cielo y Tierra, de lo visible e invisible. Diría yo que esto configura no tanto un despropósito como una paradoja, si recordamos la naturaleza musical de los salmos, base del gregoriano y parte constitutiva relevante de la liturgia de las horas y de la misa.

Una argamasa sonora

Lastimosamente y sin importar en dónde se esté, las posiciones sobre cómo hacer la liturgia y qué cantar en ella difieren hasta las antípodas, por lo cual volver al rito latino en todo el orbe cristiano de forma excluyente resulta impensable: se trata de un sueño al cual la historia le pasó por arriba. Cabría considerar aquí, a fin de echar luz sobre la cuestión, el papel eminentísimo de la música en el discurrir del culto, que por momentos es el culto mismo; y por otro su efecto, aquella oculta familiaritate (familiaridad oculta) a la que alude S. Agustín entre el espíritu humano y el mundo de los sonidos que relaciona el universo afectivo y las diversas clases de música, razón en parte de su misma conversión (6).

Sin duda que hacer coexistir el gregoriano con otros lenguajes musicales apropiados, no es de orden para un gregorianista, aunque es un recurso de provecho espiritual, pues educa al Pueblo de Dios, al tiempo que hace que pastoral y liturgia no choquen innecesariamente. Podría invocarse una vez más el Vaticano II y su llamado a la constitución de scholae cantorum, particularmente en las grandes catedrales, o también la exhortación expresa a la enseñanza y práctica de la música sagrada en las comunidades y centros de enseñanzas vinculados a la Iglesia católica (7), todas ellas materias pendientes, a casi medio siglo de este documento.

En lo que a mí respecta, he dedicado la mayor parte de mi vida a estudiar, cantar y transmitir esta música entre fieles y no fieles de distintas latitudes y culturas. Puedo decir que desde 1985 estoy dibujando neumas en el aire con mi voz y con mis manos. Me congratulo de ello, aunque esta profesión haya supuesto ingentes esfuerzos materiales, profesionales y familiares: sabido es que el arte no cotiza en la Bolsa de Nueva York, y menos la música, de las artes la más inmaterial. Esto se agrava cuando el último hit de este género musical fue compuesto hace varios siglos atrás. Me he sentido en todos estos años un mensajero donde mensaje (contenido) y forma (continente) se encuentran de la manera más feliz. Y aún, en la mitad de mi vida, tengo ese sentimiento, sabiendo que Dios puso en mis labios y en mi quironomía una música frente a la cual se inclinaron todos los grandes, desde Mozart a Messiaen.

Ya en el codo de la historia, quería dejar por escrito los conceptos expuestos precedentemente, y concluir expresando, no tanto desde mis conocimientos como desde esa experiencia, aunque poco sea esto en la consideración de la larga marcha de esta música increíble, lo que resulta un hecho incontestable: el canto gregoriano actúa en las almas como una suerte de argamasa sonora que une las piedras vivas de la Iglesia Cuerpo Místico de Cristo. Une en la fe y allende la fe, transmitiendo una paz que “no es de este mundo”(7) como el Reino que anuncia, ese lugar en donde todo es perfectamente bueno, bello y justo; y no es poca cosa hoy, cuando la paz es una necesidad con aspecto de utopía.

Si se lograra tomar conciencia de esto mismo, estas melodías periféricas podrían acercarse al centro de interés de los agentes evangelizadores, que es proclamar la cercanía de Dios. En definitiva, de lo que se trata es de darle vida con los labios a lo mejor del arte cristiano, y luego que las manos de quienes lo entonan lo hagan presente y vivo en un hodie sediento precisamente, de lo perfectamente bueno, bello y justo. 

Para saber más: http://merello-guilleminot.blogspot.com.es/.

NOTAS

(1) Cf. Enrique Merello-Guilleminot (2012), El gregoriano perdido de los guaraníes – Ejecución y copiado del canto gregoriano en la República Jesuítica del Paraguay (tesis de doctorado inédita), Bircham International University, EE.UU./España.

(2) Oración universal en lengua myéné: «Escúchanos, Señor, nosotros somos tus hijos; escúchanos, Señor, escúchanos». En Gabón existen cerca de medio centenar de lenguas vernáculas agrupadas en nueve grupos lingüísticos. El myéné es la lengua propia de Port-Gentil y también la de la capital del país, Libreville.

(3) Cf. Graduale Novum Editio Magis Critica Iuxta SC 117: Tomus I: De Dominicis et Festis (Ed. ConBrio/Libreria Editrice Vaticana, 2011).

(4) Cf. Papa Francisco, Homilía de la misa de asunción del pontificado, Ciudad del Vaticano, 14 de marzo de 2013.

(5) Citado por U.C.La música Sagrada Según Santo Tomás de Aquino”, Ciencia Tomista, 4 (1912) pp. 425-439.

(6) Cf. Agistín de Hipona, Confesiones, Lib. IX, cap. 6.

 (7) Cf. Constitución Sacrosanctum Concilium, 114-115 (4 de diciembre de 1963).

(8) Cf. Jn 18,36.

*Enrique Merello-Guilleminot es un compositor, musicólogo y escritor nacido en Montevideo, Uruguay el 21 de marzo de 1962. Es casado y tiene un hijo, músico como él.

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Enrique Merello-Guilleminot

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