Conversión ecológica

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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VER

Durante el Congreso Diocesano sobre Pastoral de la madre tierra, que organizamos en días pasados, en las diferentes mesas de trabajo se denunciaron, entre otras, estas amenazas al medio ambiente, al cosmos, a la naturaleza, a la creación:

El sistema neoliberal estructural en su ambición de explotación de los bienes naturales. Empresas transnacionales que compran nuestro territorio para sus megaproyectos. Transgénicos y agroquímicos. No hay cultura ecológica. Contaminación del medio ambiente y del agua. Mal manejo de la basura. Tala de árboles y extracción de maderas finas. Autoridades que se corrompen. Concesiones mineras. Sobre-explotación de energías no renovables. Privatización de la semilla criolla. Invasión de cadenas de grandes tiendas que cambian nuestros hábitos alimenticios. El sistema promueve el abandono del campo; nos dan comida chatarra. Consumimos menos verduras que nos da la madre tierra y más productos elaborados en fábricas.Hemos perdido la autonomía de producir y la práctica del trueque. Falta un precio justo de los productos del campo; por eso se tiene que emigrar. Los apoyos del gobierno no se invierten en mejorar la tierra. No producimos lo que necesitamos para comer. Hay pobreza porque, aunque tenemos donde trabajar, buscamos lo más fácil. Preferimos gastar dinero, en vez de producir o trabajar haciendo nuestro alimento.

PENSAR

Sin embargo, la destrucción de la madre tierra no es culpa sólo del sistema, de grandes empresas o del gobierno, sino también de nuestros propios pueblos. Lo podemos ver en las márgenes de las dos carreteras de San Cristóbal a Tuxtla Gutiérrez: ya nada se puede cultivar, porque sólo quedan piedras. Los campesinos, para comer, talaron todos los árboles para sembrar maíz y frijol. Al principio, se daban muy buenos maizales. Pero la lluvia, al no haber árboles, se fue llevando la tierra buena a los ríos y, ahora, sólo quedan piedras; ya no se produce maíz, ni frijol, ni nada; son puros pedregales que dan tristeza; se acabó la vida. Lo mismo está pasando rumbo a Comitán: en vez de praderas verdes, sólo quedan piedras, que nadie come y a nadie alimentan.

También lo comprobamos en nuestros ríos: cuando no llueve, son una maravilla con sus diferentes tonos entre verde y azul; la vista y el corazón se gozan; hay peces y vida en abundancia. Surge espontánea la alabanza al Creador. Pero cuando llueve, nuestros ríos son cafés y chocolatosos, porque llevan toda la buena tierra que había donde se talaron árboles; ya no hay peces ni vida; no dan ganas ni de bañarse, menos de beber. Si seguimos talando irresponsablemente los bosques, en breve tiempo sólo quedarán piedras y desiertos, muerte y destrucción. Y esto lo hacemos nosotros, nuestras familias y nuestros pueblos.

ACTUAR

Pedimos a nuestros gobernantes, legisladores y empresarios, que se conviertan y sean portadores de vida, no de muerte. Que no se dejen comprar, corromper y seducir por la ambición del dinero y del poder. Que no vendan nuestra patria y nuestro amado Chiapas a empresas trasnacionales que sólo buscan su interés, y no les importa destruir los bienes naturales y matar la vida de nuestro pueblo y de las futuras generaciones.Tienen el grave deber de evitar que el poder del dinero destruya, contamine y explote sin conciencia el tesoro que Dios nos regaló en nuestra amada madre tierra. Se necesitan leyes que en verdad beneficien al pueblo pobre y cuiden la naturaleza, y normas más severas para combatir la corrupción. Que los pequeños propietarios no se dejen engañar y no vendan sus tierras.

Seamos defensores de la vida que Dios nos ha regalado tan pródigamente en Chiapas, en sus montañas y en sus ríos, en su vegetación y en sus buenas tierras para el cultivo de alimentos. Cuidemos esta tierra chiapaneca que es madre, que da vida, que es fecunda, que alimenta, que recrea la vista, que da esperanza para un buen vivir, que es un regalo extraordinario de nuestro buen Padre Dios. No destruyamos lo que Dios puso en nuestras manos. Son posibles cielos nuevos y madre tierra nueva, con la gracia de Dios y con nuestro compromiso diario.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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