P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia, a través de un viento estruendoso, un fuego y unas lenguas (primera lectura).
Resumen del mensaje: en el sexto domingo de Pascua vimos la acción invisible del Espíritu Santo en el alma de cada uno de nosotros: es nuestro Consolador o Paráclito. Hoy, Pentecostés, la liturgia resalta la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el Espíritu Santo hoy se manifiesta como viento, como soplo vivificador. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que infunde santidad y estabilidad, a pesar de todos los pecados y miserias de sus integrantes. Es soplo que barre toda escoria para dejar en cada corazón el aroma del cielo. Si la Iglesia fuese solamente una institución humana, hace tiempo que se hubiera corrompido y desaparecido totalmente; como sucedió a tantas empresas e imperios humanos. La Iglesia, a pesar de retrocesos, contramarchas y crisis terribles, permanece siempre con el aroma de lo esencial, pues el Espíritu es soplo que limpia y purifica. Y ese aroma es transmitido como polen divino que fecundará todas las culturas con el amor de Cristo.
En segundo lugar, el Espíritu Santo también se manifiesta como fuego. Ese viento se convierte también en fuego que nos arde por dentro y nos lleva a salir fuera a todas las periferias existenciales, como diría el Papa Francisco, para incendiar este mundo con la palabra del Evangelio. En Pentecostés nace la Iglesia misionera y ardorosa, lanzada a llevar el calor divino a todos los lugares del mundo. Siempre tendremos la tentación de volver al Cenáculo y a cerrar la puerta, especialmente cuando fuera soplan vientos de contradicción. Solamente el Espíritu nos dará fuerza para vencer esos miedos y parálisis, como hizo con los primeros apóstoles, que de apocados y miedosos, los convirtió en intrépidos y audaces mensajeros de la Buena Nueva, que llevaron con ardor misionero el mensaje de salvación de Jesús.
Finalmente, el Espíritu Santo se manifiesta como lengua. Lengua, no lenguas, como pasó en la Babel soberbia del Génesis donde nadie se entendía. La lengua del Espíritu Santo es una: la caridad, que nos une a todos en un mismo corazón y una misma alma. Y con esa lengua, la caridad, formamos un solo cuerpo en Cristo por el Espíritu (segunda lectura); y con esa lengua podemos hacernos entender por todas partes, como sucedió a los apóstoles, y llevar a todo el mundo el mensaje del amor y perdón traído por Cristo a este mundo (primera lectura y evangelio). Lo que destruye esta lengua del Espíritu son los mil dialectos ideológicos que a veces queremos hablar en las relaciones con los demás para defender nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestras ambiciones. En el Cenáculo, donde el Espíritu Santo es infundido, las diferencias y las divisiones son superadas. La verdadera unidad sólo proviene de Dios Espíritu que es principio de cohesión (segunda lectura).
Para reflexionar: ¿Dejaré la puerta y las ventanas abiertas de mi ser para que entre el viento y el fuego del Espíritu Santo en este Pentecostés para después contagiarlo a mi alrededor con mi lengua y conducta? ¿Experimento en mí otros vientos y fuegos que quieren destruirme y devorar mi vida de gracia y mi amor a Cristo? ¿Hablo la lenguadel Espíritu Santo que es la caridad o tengo otros dialectos ideológicos?
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org