Dignidad de las mujeres

Reflexiones de Mons. Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las casas

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VER

Hemos celebrado el día internacional de la mujer y nos alegra el progresivo lugar que van ocupando muchas mujeres en la familia, en la comunidad y en la Iglesia. En algunas de nuestras comunidades indígenas, las jóvenes salen a estudiar en la Universidad y ya no se casan tan chicas, ni sus padres las casan sin conocer al novio, como antes; las esposas de los diáconos permanentes toman más parte en celebraciones y servicios evangelizadores; hay más mujeres en grupos y organizaciones que luchan por el bien común. Unas, desde hace años han destacado.

Sin embargo, falta mucho por avanzar. Por ejemplo, en un programa de radio que tengo, recibo con frecuencia mensajes como estos: Fui violada por mi papá durante 10 años. Ya lo dejé, pero ¿es pecado que abandone mi familia? Ya no podría vivir con ellos. ¿Qué puedo hacer? Un sobrino sólo se juntó con su pareja, pero los papás de ella pidieron dinero. ¿Qué decir sobre eso? Me enteré de una infidelidad por parte de mi esposo y somos casados por la iglesia; se me hace muy difícil volver a confiar en él. Dice que ha cambiado, pero no puedo creerle. ¿Qué puedo hacer? Me casé por la iglesia, pero me separé de mi esposo, porque tomaba y me pegaba. El ya tiene otra familia y yo ya me he confesado. ¿Puedo comulgar? ¿Debo dejar a mi esposo? Es un desobligado, no es responsable. ¿Qué hago? Estoy desesperada.

PENSAR

El domingo pasado, el Papa Francisco envió “un saludo a todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y un gracias fraterno también a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia de las mujeres y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá –ven más allá de ellas–, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos distintos, de sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición particular para todas las mujeres!» (I-III-2015).

En días anteriores, dijo a los miembros del Consejo pontificio de la cultura: “Que las mujeres no se sientan huéspedes, sino plenamente partícipes en los varios ámbitos de la vida social y eclesial. La Iglesia es mujer, es la Iglesia, no el Iglesia. Este es un desafío que ya no se puede postergar.

Desde hace tiempo hemos dejado atrás, al menos en las sociedades occidentales, el modelo de subordinación social de la mujer al hombre, modelo secular que, sin embargo, jamás ha agotado del todo sus efectos negativos. También hemos superado un segundo modelo, el miedo a la pura y simple paridad, aplicada mecánicamente, y a la igualdad absoluta. Así, se ha configurado un nuevo paradigma, el de la reciprocidad en la equivalencia y en la diferencia. La mujer, pues, debería reconocer que ambos son necesarios porque poseen, sí, una naturaleza idéntica, pero con modalidades propias. Una es necesaria para el otro, y viceversa, para que se realice verdaderamente la plenitud de la persona… Vosotras, mujeres, sabéis encarnar el rostro tierno de Dios, su misericordia, que se traduce en disponibilidad para dar tiempo más que a ocupar espacios, a acoger en lugar de excluir. En este sentido, me complace describir la dimensión femenina de la Iglesia como un seno acogedor que regenera la vida.

Por lo tanto, las numerosas formas de esclavitud, de mercantilización, de mutilación del cuerpo de las mujeres, nos comprometen a trabajar para vencer esta forma de degradación que lo reduce a simple objeto para malvender en los diferentes mercados. En este contexto deseo atraer la atención sobre la dolorosa situación de tantas mujeres pobres, obligadas a vivir en condiciones de peligro, de explotación, relegadas al margen de las sociedades y convertidas en víctimas de una cultura del descarte” (7-II-2015).

ACTUAR

Hagamos cada quien lo que nos corresponde, para que las mujeres ocupen el digno lugar que Dios mismo les tiene asignado en la familia, en la sociedad y en la Iglesia.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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