Los asistentes al Meeting de Rímini han conocido este domingo la situación de extrema dificultad que viven los cristianos en Oriente Medio. “Vivimos en el caos. Sufrimos bombardeos cada día, que siembran el miedo y el terror; no hay piedad ni siquiera hacia los niños y los ancianos, ni las iglesias o las mezquitas. Es prácticamente imposible comer carne o beber leche. La gente no puede más, y ahora también nos falta agua y medicinas, porque los yihadistas que controlan la distribución impiden su llegada. Parece que esté teniendo lugar el Apocalipsis, sobre el que medito cada día”. Este ha sido el testimonio del padre Ibrahim Sabbagh, párroco de la maltratada Alepo, en Siria, dividida en dos y asediada por los milicianos islamistas.
El religioso franciscano vive en el convento de San Francisco de Asís, “a cincuenta metros de la zona controlada por los yihadistas”. Todos los días trata con personas privadas de su dignidad. “Cuando una mujer llama a mi puerta para pedirme agua, no miro si lleva velo o no, si es cristiana o musulmana, para mí solo cuenta que tiene sed. El sufrimiento de Jesucristo se ve en la humanidad de Alepo, tanto en cristianos como musulmanes”, ha asegurado durante su intervención.
El padre Ibrahim ha organizado con su parroquia un servicio para llevar agua a las casas de los que no tienen. Diariamente consigue transportarla con camiones cisterna a unas 35 familias. “Pero en nuestra lista están inscritas 500 familias”, ha lamentado. “De vez en cuando me río de mí mismo”, ha reconocido, “porque yo soy un apasionado de los libros, un amante del estudio, y me encuentro teniendo que alimentar el fuego, haciendo de enfermero, vigilante… y solo en último lugar, sacerdote”. “Pero esto es bonito porque mi hábito ha sido hecho para ensuciarse al servicio de los demás: esta es nuestra vocación cristiana”, ha proseguido.
“Lo que cuenta para nosotros, cristianos, es testimoniar a Jesucristo amando y perdonando a todos. Los terroristas aquí destruyen todo, pero nosotros ofrecemos nuestro sufrimiento por su salvación, rezamos por ellos, los perdonamos”, ha destacado el fraile. Una forma de actuar de la que todos se dan cuenta. En esta línea, ha relatado como “hace pocos días llegó un musulmán al pozo de la parroquia donde distribuimos el agua. Hay colas largas, pero de gente entera, que sonríe. Él, que ha recorrido Alepo buscando agua y ha visto que en otros sitios se mata por obtenerla, en voz baja me dijo al oído: ‘Padre, yo me maravillo porque veo gente distinta, llena de paz y de gloria’”.
Así, el padre Ibrahim ha señalado que “basta la sal de pocos cristianos para dar sabor a la olla que es Alepo. Muchos se quieren ir, y esto es comprensible. Pero Dios nos ha plantado aquí y no tenemos derecho a arrancar esta planta. Nuestra presencia es una misión y, por tanto permanecemos aquí; no nos rendimos, sino que amamos más, perdonamos más, continuamos este vía crucis, que no es un paseíto”. “Nosotros tenemos una razón para vivir y morir: Jesús. Debemos ser radicales en el vivir la fe. Gracias a esto, hemos hecho un descubrimiento: cada vez estamos más llenos de gratitud por aquello que Dios nos da”, ha concluido.