+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
Ha concluido, en Roma, el encuentro de los obispos presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, convocados por el Papa Francisco para enfrentar con más eficacia la lucha contra el abuso de menores por parte de miembros de nuestra Iglesia. He leído con detenimiento todas las intervenciones que hubo, no sólo las del Papa, de los obispos y cardenales, sino también de las víctimas y de otras personas. Mucho me llamó la atención la claridad y profundidad, así como el respeto y la competencia, de Valentina Alasraki, periodista mexicana. Todo se puede consultar en la página del vaticano: www.vatican.va
No faltan voces que digan que todo sigue igual, que son puras palabras y promesas. Siguen desconfiando, porque muchos han sufrido en carne propia no haber sido escuchados a tiempo y sostienen que sus victimarios no han sido castigados como merecen. Es explicable su postura. De todo aprendemos, para no seguir cometiendo errores del pasado. Sin embargo, no se puede decir que todo quede en palabras. Se ha avanzado mucho, aunque todavía nos falta más para que este delito desaparezca.
Se resalta también que el fenómeno no se circunscribe a clérigos de la Iglesia, sino que es bastante generalizado, aunque son pocas las víctimas que se atreven a denunciarlo. Por ello, lo que la Iglesia está haciendo, debería estimular a otras instancias a profundizar en las raíces e implementar medidas más eficaces para su justo tratamiento.
PENSAR
El Papa Francisco, en su discurso conclusivo de este encuentro mundial, entre muchas otras cosas, dijo:
“Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades.
La primera verdad que emerge de los datos disponibles es que quien comete los abusos, o sea las violencias (físicas, sexuales o emotivas) son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores. Además, según los datos de Unicef de 2017 referidos a 28 países del mundo, 9 de cada 10 muchachas, que han tenido relaciones sexuales forzadas, declaran haber sido víctimas de una persona conocida o cercana a la familia.
Estamos ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia.
La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad.
Hoy estamos delante de una manifestación del mal, descarada, agresiva y destructiva. Detrás y dentro de esto está el espíritu del mal que en su orgullo y en su soberbia se siente el señor del mundo y piensa que ha vencido. Detrás de esto está satanás.
El objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren. Por lo tanto, ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial” (24-II-2019).
ACTUAR
Condenemos claramente estos delitos, pero no califiquemos como pedófilos a todos los clérigos. Hay casos muy deplorables, pero la inmensa mayoría es fiel a su vocación y respeta la dignidad de los niños y de la comunidad. Si vemos algún desorden, sigamos el consejo evangélico: hablar directamente con la persona, hacerlo con testigos y, si es necesario, denunciarlo ante la comunidad y las autoridades civiles y religiosas. Y oremos al Espíritu Santo, para purificar más y más a nuestra Iglesia.