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Monseñor Enrique Díaz Díaz: "Frutos del corazón"

Comentario del III Domingo de Cuaresma

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Éxodo 3, 1-8. 13-15:“‘Yo-soy’, me envía a ustedes”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
I Corintios 10, 1-6. 10-12: “La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el desierto, es una advertencia para nosotros”
San Lucas 13, 1-9: “Si no se convierten, perecerán de manera semejante”
Fue un fracaso. Le habían prometido que esa clase de café se adaptaría perfectamente al clima, que sería una oportunidad para renovar las plantaciones, que rendiría mucho más, que la roya y otras plagas no afectarían sus plantas… y ahora contempla su cafetal amarillento, deshojado, triste, sin frutos, estéril. “En vano tanto trabajo, en vano la ocupación de la tierra, ha sido la ruina… Voy a quemar todas las plantas y juro que no vuelvo a trabajar en el cafetal”. Es un joven cafetalero al borde de la desesperación al no obtener la cosecha esperada.
Al igual que la narración de San Lucas, en los últimos días han ocurrido terribles desastres que nos desconciertan y nos obligan a preocuparnos, comentarlos y preguntarnos por qué. Muerte de inocentes, masacres a nivel nacional e internacional, desastres naturales, enfermedades e injusticias, bandas de jóvenes, y podríamos seguir una lista interminable de acontecimientos a los cuales no encontramos ninguna explicación. Tenemos la tentación de pensar en culpabilidades o castigos, igual que lo hacen quienes se acercan a Jesús en el pasaje. Es muy común establecer una estrecha relación entre castigo y culpabilidad, pero Cristo no acepta esta imagen que propone un Dios cruel y justiciero, prefiere mostrar un Dios misericordioso, en diálogo con los hombres, que busca la conversión.  Jesús, con sus cuestionamientos, cambia profundamente el sentido que tenían de Dios las tradiciones judías donde vinculaban las desgracias con el pecado. No juzga a las víctimas, pero sí invita a hacer una seria reflexión.  Las palabras de Jesús insisten en saber distinguir los signos de los tiempos y descubrir el mensaje que nos lleve al fundamento de su evangelio: la conversión. “Si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”,es una sentencia que retoma al inicio de la predicación: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Si bien Jesús en este pasaje no absuelve a quienes han caído en la desgracia, tampoco los condena. Pero con sus palabras nos lleva a reflexionar y deja bien claro que cada uno de nosotros tenemos que discernir ante estos acontecimientos y mirar nuestro propio comportamiento asumiendo una actitud básica: conversión. “Arrepentirse es cambiar el corazón”. Con frecuencia en cuaresma hacemos algunos pequeños propósitos y está bien, siempre que sean señal de un cambio interior y de una verdadera conversión. De lo contrario serán simplemente hojarasca que oculta la verdadera identidad. Convertirse y hacer penitencia es cambiar la mentalidad. El que está postrado ante los ídolos que se postre de rodillas ante el único Señor. Es dejar nuestros caminos y buscar el camino de Jesús, adherirse a sus enseñanzas y buscar al Padre. Es asumir la decisión de Jesús que abandona todas las tentaciones del mundo y se entrega al verdadero amor, aunque esto signifique la muerte en la cruz. Arrepentirse para nosotros será cambiar el corazón, no las actitudes exteriores, convertir este corazón de piedra, avariento y codicioso, orgulloso y egoísta, en un corazón de carne que sepa amar, perdonar y compartir. Es la propuesta de Jesús y el camino de la cuaresma.
En seguida Jesús, aprovechando los acontecimientos, nos ofrece una parábola que fácilmente podemos comprender: una higuera que, a pesar de los cuidados de su amo, no da frutos. La alusión que hace al colocarla plantada en un viñedo (Is 5), nos recuerda que los frutos que espera el Señor están en estrecha relación con la justicia y con los gritos de dolor de los hermanos. Los judíos podían sentirse fácilmente aludidos por esta comparación que manifiesta por una parte un amor esponsal de Dios, pero que por otra parte hacer resaltar con mayor gravedad la infidelidad de un pueblo que se aleja de su Dios y que comete injusticias. Pero no es solamente para ellos, se relaciona directamente con cada uno de nosotros que hemos sido la prenda amada de Dios y que espera de nosotros jugosos frutos. Es necesario que nos la apliquemos tanto individualmente como en comunidad y mirar si no nos hemos quedado sólo en hojarasca y apariencia y no damos frutos.
Es triste que, en nuestros ambientes llamados cristianos, se den los graves pecados sociales y personales que destruyen la armonía y ofenden la dignidad de las personas. Los obispos en Aparecida nos hacían caer en la cuenta que siendo un continente cristiano hay frutos que no pueden provenir del evangelio. Estamos equivocados cuando los frutos son torturas, desapariciones, asesinatos, levantones, miedo, desesperanza… y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza. Si decimos que un árbol se conoce por los frutos, debemos reflexionar qué clase de árbol somos. Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide Jesús. Hoy nos exige que revisemos los acontecimientos y nos invita a la conversión. Es tiempo especial para mirar seriamente nuestras vidas y examinar los frutos que hemos dado.
“Señor, déjala todavía este año”. Contrario a otras imágenes cercanas a esta parábola donde el árbol es cortado y expulsado por no cumplir las expectativas como respuesta al amor, ahora San Lucas nos hace ver que el “cuidador” de la higuera pide un tiempo de clemencia y de espera para dar frutos y que el dueño lo concede. Isaías cuando comprueba lo torcido de los frutos de aquella viña que ha cambiado la justicia por iniquidad, la honradez por gritos de dolor, anuncia que será destruida y que se convertirá en un erial. San Mateo nos presenta otra higuera (Mt 21, 18) que al acercarse Jesús solamente ofrece hojas y recibe una maldición que hace que se seque.
Pero el pasaje de este día quiere resaltar la misericordia de Dios que espera pacientemente la conversión del pecador. Así Jesús presenta a su Padre como un Dios de amor y nos invita a mirar más su misericordia que nuestros pecados. Pero no nos hagamos ilusiones no se puede vivir de apariencias y “follaje”, es necesario dar frutos y los frutos que espera Jesús de nosotros. No podemos seguir ocupando inútilmente un lugar en el viñedo, no podemos seguir siendo una higuera frondosa pero inútil. Viene el Dueño y espera encontrar en cada uno de nosotros los frutos que su amor y misericordia ha sembrado ¿Qué frutos estamos dando?
Señor, padre amoroso y lleno de misericordia, cuya bondad supera nuestros pecados, concédenos en esta cuaresma una verdadera conversión y un cambio de corazón, que nos lleven a dar los verdaderos frutos de justicia, amor y paz que tu Hijo Jesús vino a enseñarnos. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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