Irma Bettancourt: Dolor, mística y poesía

Habla la ganadora del XXIII Premio Mundial de Poesía Mística Rielo

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SANTIAGO DE CHILE, jueves, 8 enero 2004 (ZENIT.org).- «Desde el Telar del Tiempo» es el nombre de la composición poética ganadora del XXIII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, que en esta ocasión ha recaído en la chilena Irma Betancourt.

En esta entrevista, Betancourt desmenuza algunos de los pliegues de su poesía, revela cuál es el fuente de su inspiración y sugiere que el mundo necesita la poesía «para equilibrar un poco el caminar de nuestra humanidad».

–¿Qué es para usted la poesía mística?

–Bettancourt: Para mí es aquella que surge del profundo dolor que experimenta todo ser humano frente a su propia debilidad, y frente a la caducidad y fugacidad de la vida presente. El poeta místico intenta expresar, aunque pálidamente, pero en la forma más bella que le sea posible, aquel dramático anhelo que yace en el fondo de todo ser humano, aunque no se percate de ello: Anhelo de trascendencia y de íntimo y personal diálogo con Aquel que es en sí la trascendencia y la fuente de la vida.

En la poesía mística, el dolor no está ausente, porque ella expresa un estado de constante anhelo y de nostalgia de la posesión total de Dios, pero sí, y esto es fundamental, este dolor se encuentra siempre impregnado de la esperanza de que esa posesión llegará, y de un profundo amor, que, aunque humano y débil, entra en diálogo con el infinito amor de Dios, cuya presencia está en lo más recóndito de cada ser humano.

La poesía mística, surge cuando el poeta, por un algo misterioso y a la vez conmovedor, logra asomarse a ese tiempo tuyo, que no es tiempo, como lo expreso en uno de mis poemas. Y ese solo acontecimiento es causa de una felicidad inmensa para él.

–¿En qué se inspiró cuando escribió la obra ganadora?

–Bettancourt: Si tuviera que resumirlo en pocas palabras, diría que “Desde el Telar del Tiempo” (nombre de la obra ganadora, ndr), y otros poemas que he escrito, han surgido de una situación real: por un lado mi extrema debilidad, y por otro, la certeza de la existencia de otra realidad inmutable y trascendente que nuestros sentidos físicos logran apenas atisbar, tras una puesta de sol, tras el trino de un zorzal o el aroma de una ola, tras el despertar de una flor, o la humedad del rocío al caminar sobre el césped. Y de pronto, como un regalo, tras la presencia de cualquier ser humano.

Dice la Escritura, y San Agustín lo expresa muy bien, que Dios habita en todo hombre. Lo creo y lo experimento así.

La inspiración, por lo tanto, para escribir estos poemas, siento que ha surgido espontánea desde mi yo más escondido. Desde ese cuarto interior donde Dios habita, muchas veces acallado por nuestro propio ruido interior y por nuestros propios esquemas, porque sucede que Él nos creó libres, y respeta nuestra libertad.

Y ha surgido también de ese lenguaje elocuente y delicado con el que el Señor nos habla a través de las maravillas de la naturaleza y del cosmos. El contacto directo y continuado durante bastante tiempo con las Sagradas Escrituras me ha fortalecido en este diálogo con Dios, y se ha constituido también en fuente de inspiración, ya que dentro de ellas, me ha sido posible descubrir mi propia historia, con mis caídas y levantadas.

— ¿Cree que su poesía es fácil?

–Bettancourt: Mi poesía no ha nacido de un intelectualismo puro y objetivo, sino de una percepción, de una experiencia personal y concreta, de una vivencia muy rica y muy fuerte.

Para escribirla, no he buscado palabras, ni figuras, ni rimas. Ellas han surgido a medida que brotaban las ideas y los sentimientos, como simples instrumentos de expresión, cuidando sí la belleza, el ritmo interior, la musicalidad, ya que mi interlocutor es nada menos que el Señor.

No creo que mi poesía sea complicada, aunque sí estoy cierta de que la poesía mística en general no es de fácil llegada, como lo sería, tal vez, una comedia.

–¿La belleza y el desaliento suelen ir juntos en sus composiciones?

–Bettancourt: Decididamente, no. Y esto, porque como dice la Escritura: Un día en tus atrios, vale más que mil fuera de ellos. Ahí no caben el desaliento ni la desesperanza, porque la vivencia y la certeza de lo que está más allá de lo visible, de lo permanente e imperecedero, en suma, de la existencia de Dios, se vuelve tan concreta, tan real, que aún el dolor de no estar en la plena posesión de lo imperecedero es impregnado de optimismo y de felicidad.

Según mi concepto, la belleza no va con el desaliento, porque la belleza es vida, y el desaliento es muerte.

–¿Cree que el mundo necesita poetas? ¿Para qué?

–Bettancourt: Creo que los necesita para equilibrar un poco el caminar de nuestra humanidad. Hemos avanzado mucho en las ciencias y en la tecnología que satisfacen las necesidades del cuerpo. Y eso está bien. Pero sucede, que nos guste o no, no somos sólo huesos y boca que necesita comer. Dentro de nosotros existe otra realidad, que gime, como dice la Sagrada Escritura.

De ahí, las depresiones y los suicidios, porque en nosotros hay algo que jamás se va a satisfacer con lo material.

–¿Le gustaría dedicarse a la poesía religiosa?

–Bettancourt: Aunque hermanas en el contenido y en el sujeto de inspiración, existe, según mi parecer, entre la Poesía Mística y la Poesía Religiosa, una gran diferencia.

Mientras en la primera, el poeta se dirige a Dios desde la tierra, el poeta místico, logra por instantes, y por regalo del Señor, traspasar los umbrales de la materia, para vislumbrar, y aún, algunas veces, internarse en esa otra realidad del espíritu.

No me gustaría dedicarme a la poesía mística, pero sí, continuar cultivándola, porque es un don que no debo enterrar, como dice la Biblia.

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ZENIT Staff

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