CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 23 febrero 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II aboga por una adecuada separación entre la Iglesia y el Estado para que los ciudadanos, independientemente de su religión, puedan ofrecer su contribución a la sociedad.
Así lo explicó este sábado en el discurso que dirigió al señor Osman Durak, nuevo embajador de Turquía ante la Santa Sede, en la ceremonia de presentación de sus cartas credenciales.
El Santo Padre comenzó constatando que «las normas legislativas y la igualdad de derechos son características esenciales de cualquier sociedad moderna que quiere salvaguardar y promover verdaderamente el bien común».
«En el cumplimiento de esta tarea –explicó– la separación clara entre la esfera civil y la religiosa permite a estos sectores ejercer eficazmente las responsabilidad propias, con respeto mutuo y completa libertad de conciencia».
«En una sociedad pluralista, la laicidad del Estado permite la comunicación entre las diferentes dimensiones de la nación –siguió aclarando–. La Iglesia y el Estado, de este modo, no son rivales, sino socios: en un sano diálogo pueden alentar el desarrollo humano integral y la armonía social».
«La nación de este modo se beneficia de la esperanza y de las cualidades morales que encuentran su fuerza en las profundas convicciones religiosas de la gente», insistió.
«Ahora que Turquía se prepara para establecer nuevas relaciones con Europa», Juan Pablo II se unió «a la población católica que busca el reconocimiento, por parte de las autoridades e instituciones turcas, del estatuto jurídico de la Iglesia en su país».
En concreto, pidió que el Comité Parlamentario de Derechos Humanos de la Asamblea Nacional Turca «responda con prontitud de forma adecuada a la petición presentada el pasado septiembre relativa a las necesidades comunes, religiosas y pastorales de las minorías cristianas y no musulmanas que viven en Turquía».