Juan Pablo II: «Ha sonado la hora de los laicos»

El pontífice preside el Jubileo del apostolado laical

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CIUDAD DEL VATICANO, 26 nov (ZENIT.org).- Juan Pablo II lo dejó muy claro esta mañana: con la llegada del milenio ha «sonado la hora de los laicos». Lo anunció al celebrar la eucaristía culminante del Jubileo del apostolado de los laicos en Roma.

La consigna del obispo de Roma a los cuarenta mil peregrinos que, con este motivo, se reunieron esta mañana en la plaza de San Pedro, fue explícita: los hombres y mujeres laicos tienen que volver a leer los documentos del Concilio Vaticano II para «redescubrir la gran riqueza de estímulos doctrinales y pastorales» que encierra y comprender su auténtica vocación.

Por este motivo, de manera simbólica, al final de la ceremonia, el Papa entregó a diez representantes de los laicos de todas las partes del mundo (provenían de Estados Unidos, Rumanía, India, Hong Kong, Australia, Cuba, Angola, Sudáfrica y una pareja de Béligica) los documentos del último Concilio, clausurado hace 35 años, una manera para indicar la necesidad de que su legado sea transmitido a las nuevas generaciones.

«Os entrego este texto del Concilio como el testigo que tenéis que transmitir a las nuevas generaciones de laicos comprometidos para que aquel acontecimiento singular siga siendo, también en el tercer milenio, el paso del Espíritu Santo en su Iglesia», les dijo el Papa a cada uno.

Los peregrinos abrazados por la columnata de Bernini, que desafiaron intermitentes ráfagas de lluvia, representaban a los millones de laicos de todas las edades que han decidido vivir radicalmente su propio bautismo, compartiendo alguno de los numerosos carismas presentes en la Iglesia: carismas de asociaciones, movimientos «de acción apostólica» (como los define el pontífice», servicio a las diócesis, etc.

Los paraguas de las primeras filas protegían de la lluvia a muchos superiores o fundadores de los nuevos movimientos eclesiales que, junto a los millones de fieles que representan, comunicaron a Juan Pablo II su cariño y su adhesión al magisterio.

Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, en ocasiones minusválidos, padres y madres, estudiantes y obreros, profesionistas o jubilados, de todas las razas, pero con un objetivo común: ser cristianos a tiempo completo.

Todo el mundo estaba representado en una liturgia auténticamente internacional, en la que concelebraron siete cardenales, y en la que se rezó en swahili, latín, inglés, árabe, alemán, castellano, francés o italiano.

En la homilía, el Papa reconoció que «ser cristianos no ha sido nunca fácil, y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige el valor de opciones radicales, que con frecuencia van contra corriente».

Pero para vivir su vocación, los católicos cuentan en este inicio de milenio con un instrumento único surgido de aquella estación que renovó profundamente la Iglesia, el Concilio Vaticano II, tras el cual «sonó la hora del laicado».

Muchos fieles laicos, constató el sucesor de Pedro, «han comprendido con más claridad su propia vocación cristiana que, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado».

«Treinta y cinco años después de su conclusión os digo –dijo con fuerza Juan Pablo II–: hay que volver al Concilio. Es necesario volver a tomar entre las manos los documentos del Vaticano II».

Para el Papa, cristiano y misionero son sinónimos por razón del Bautismo. Pero hoy fue más lejos aún, los laicos, según él, serán los misioneros en la aurora del milenio pues «el hombre contemporáneo escucha más fácilmente a los testigos que a los maestros», de hecho, «si escucha a los maestros lo hace cuando son testigos».

La misión de los laicos es inmensa. El Papa trazó sus horizontes: «Basta pensar en las conquistas sociales y en la revolución en el campo genético –dijo–; en el progreso económico y en el subdesarrollo que existe en amplias zonas del planeta; en el drama del hambre en el mundo y en las dificultades que existen para tutelar la paz; en la red capilar de las comunicaciones y en los dramas de soledad y violencia que registran las crónicas diarias».

En este ambiente, los laicos del dos mil están llamados a construir el Reino de Dios en la tierra, con la perfección de una vida que apunte a la santidad.

«No tengáis miedo de aceptar este desafío –les dijo el Papa a los hombres y mujeres católicos comprometidos todo el mundo–: ¡sed hombres y mujeres santos! No olvidéis que los frutos del apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la oración, de una formación constante y de una adhesión sincera a las orientaciones de la Iglesia».

Así, repitió el mensaje que había dejado a los dos millones de jóvenes que en agosto participaron en la Jornada Mundial de la Juventud de Roma: «seréis lo que tenéis que ser si vivís el cristianismo sin compromisos, así podréis incendiar el mundo».

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ZENIT Staff

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