Evangelio del domingo 6 de septiembre

Faro de la isla de Elba (C) Wikimedia

Evangelio del domingo 6 de septiembre: Reflexión de monseñor Enrique Díaz

Centinela

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Reflexión del Evangelio del domingo 6 de septiembre de 2020, Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, escrita por monseñor Enrique Díaz Díaz. Esta semana, el obispo mexicano toma las palabras del profeta Ezequiel “Te he constituido centinela para la casa de Israel” y reflexiona en torno al concepto evangélico de ser “centinela” y ser “faro”.

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XXIII Domingo Ordinario

Ezequiel 33, 7-9: “Te he constituido centinela para la casa de Israel”

Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”

Romanos 13, 8-10: “Cumplir perfectamente la ley, consiste en amar”

San Mateo 18, 15-20: “Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado”

El faro

Situado en un peñón, como si estuviera metido en el mar, el viejo faro parece pasar inadvertido en medio de los nuevos y lujosos hoteles que han ido bloqueando la playa. Durante el día parece descuidado y sucio, pero para los pescadores y las embarcaciones se torna, durante la noche, un auxiliar de suma importancia ¡Qué generoso es el faro! Discreto y anónimo durante la claridad; alerta y luminoso durante la noche y la tempestad. Me dicen que desde el mar los barcos no sólo ven la luz del faro, que les advierte de la proximidad de la costa, sino que también lo identifican por los intervalos y los colores de los haces de luz, de forma que pueden reconocer frente a qué punto de la costa se encuentran. Algunos faros también están equipados con sirenas, para emitir sonidos en días de niebla densa, cuando el haz luminoso no es efectivo.

Centinela

Frente a una comunidad como la nuestra que manifiesta tan graves señas de deterioro, suenan actuales y urgentes las palabras dirigidas a Ezequiel: “te he constituido centinela de la casa de Israel”, que unidas a las palabras de Jesús respecto a la corrección fraterna nos dan pistas muy valiosas para el momento presente. No parece que a Ezequiel se le confíe el cargo de policía como lo entendemos nosotros: un guardián que cuida el orden y que debe corregir y detener a quienes lo perturban. Me parece que tiene un sentido más profundo como el del hermano preocupado por el hermano y quizás la imagen del faro, unida a del centinela, nos ayude a entenderlo. No constituye el Señor un guardián que vaya detrás de sus hermanos juzgando sus acciones y haciendo la vida imposible. Esas funciones con frecuencia las adoptamos nosotros y somos capaces de juzgar hasta lo que no sucede y de condenar a los demás sin conocer sus verdaderas intenciones.

En medio de la oscuridad y la tormenta

El centinela, igual que el faro, tiene la obligación de gritar, de hacer sonar su sirena, y no podrá estar tranquilo hasta que despierte la conciencia del otro. Un barco que se estrella contra los acantilados es el peor fracaso del faro. El hermano que se destruye o destruye la comunidad no solamente es culpa suya, también es responsabilidad nuestra. Tenemos que tener muy clara la misión: no podemos actuar por el otro, no podemos hacer las tareas del hermano, pero sí tenemos que despertar la conciencia. No puedo hacer la tarea del otro, pero sí puedo despertar su responsabilidad. Cuando es más densa la oscuridad y cuando arrecia más la tormenta, entonces aparecen con mayor claridad y son más valiosas las luces del faro. No puede el faro suprimir la oscuridad ni la tormenta, pero puede manifestar los peligros y mostrar un camino seguro. Hay algunos cuando llega la tormenta reniegan, despotrican e insultan. Les echan la culpa a los otros. El faro simplemente ilumina, llama y conduce. Abre caminos para el que se sentía perdido, renueva la esperanza del que ya no tenía ganas de luchar.

Aportar luces y esperanza

El centinela no manifiesta únicamente las cosas negativas, no es un juez que esté al acecho para condenar. El centinela se goza y se alegra al descubrir y señalar las cosas buenas y al hacer resaltar su presencia. Tendrá que ayudar a descubrir los pequeños gérmenes de verdad, los indicios de justicia y las luchas nobles por la paz. Tendrá que despertar esperanza y alentar los esfuerzos sinceros por el bienestar de la comunidad. Es cierto que la convivencia en la familia, en la comunidad o en la sociedad, sea del tipo que sea, se ve deteriorada constantemente por múltiples factores que rompen y condicionan las relaciones entre compañeros, familiares y amigos. Pero el centinela no está para condenar, sino para prevenir, para corregir y para dar nuevos caminos y nuevas opciones.

Responsabilidad frente al hermano

Nadie puede decir que a él no se le confió esta misión. Es cierto que dentro de la Iglesia y de la sociedad hay personas que tendrían la obligación de cumplir esta tarea, pero todos tenemos la responsabilidad de ser centinelas que ayuden a señalar, a conducir y a encaminar. No podemos adoptar la actitud de Caín cuando se le pregunta por Abel: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. Todos tenemos la obligación del amor por el hermano. Todos debemos ser lo suficientemente críticos para develar la mentira cuando se disfraza de honestidad, para desenmascarar las injusticias y descubrir la maldad. Ah, pero tenemos que tener mucho cuidado porque podemos deformar esta misión y convertirnos en criticones exacerbados de los demás, mientras somos complacientes con nuestras propias faltas. La misión no es condenar sino animar aun a aquel que con fatiga y esfuerzo va dando tumbos en busca de la verdad y del bien.

Centinela como Jesús

Dentro de la comunidad nadie puede vivir aisladamente y a todos nos toca ser responsables del caminar de la comunidad. Cristo lo expresa de una manera muy bella al manifestar que cuando dos se ponen de acuerdo para pedir algo seguramente lo lograrán. Cuando se rompe la coraza del individualismo y se unen los esfuerzos para buscar el bien común, se alcanzan objetivos nunca soñados. En cambio, cuando cada quien persigue sus propios intereses, se va minando la confianza, se destruye la fraternidad. El mejor ejemplo de corrección fraterna es el mismo Jesús. Todas las recomendaciones que ahora nos da, las ha vivido de una manera plena. Nunca está de acuerdo con el pecado, pero ama al pecador, se acerca a él, le muestra su interés, le descubre su error y lo invita a la conversión. Pensemos cómo actuó con la samaritana, no la condenó, la escuchó, le ofreció su agua, su luz y le ayudó a descubrir el manantial que llevaba adentro. Recordemos a Zaqueo, tampoco lo condenó, simplemente lo trató con dignidad y le ofreció la posibilidad de alcanzar una vida mejor. Cristo es como un faro, como una luz, no hace daño a nadie, pero sí manifiesta abiertamente la realidad. No está de acuerdo con la injusticia, la denuncia, pero no condena, sino que ofrece caminos de luz.

¿Cómo es nuestra responsabilidad frente a la comunidad? ¿Nos preocupamos y ayudamos a los demás o solamente los criticamos y destruimos? ¿Cómo resolvemos los conflictos en la familia, en los grupos y en la sociedad? ¿Educamos para la reconciliación, el perdón y la paz?

Padre bueno, que nos has hecho para vivir en relación y en comunidad, concédenos la humildad necesaria para reconocer nuestras faltas, el amor fraterno frente a las equivocaciones de los demás y un espíritu de comunión donde encontremos reconciliación, perdón y armonía. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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