Dios es la buena vida

HECHOS

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Muchos distorsionan el sentido de la Navidad y del Año Nuevo, pues lo dedican sólo a juergas, a diversiones no siempre honestas, a vacacionar sin darle a Dios un lugarcito, siendo que El es el origen y motivo de estas festividades. Su ilusión es darse una buena vida, y para ello prescinden de Dios, como si les estorbara, siendo todo lo contrario.

Tienen una imagen falseada de Dios, pues lo consideran un aguafiestas, un señor que sólo da normas que limitan la libertad, la espontaneidad, el goce de la vida. Lo ven muy lejano, en un cielo muy abstracto, como un juez que sólo está pendiente del mal que hacemos para castigarnos; es decir, lo perciben como un impedimento para disfrutar la vida. Por ello, prefieren vivir como si El no existiera; se dejan invadir por toda clase de dudas y objeciones sobre su real identidad y existencia. Traen a colación los pecados y antitestimonios de nuestra Iglesia, para escudarse en ellos y así tratar de aquietar su conciencia, que de todos modos les dice en su interior que no está bien todo lo que hacen.

CRITERIOS

En cambio, la experiencia de quienes nos esforzamos por vivir de acuerdo a la Palabra de Dios, siempre y cuando en verdad lo hagamos, es que encontramos una gran paz, una entrañable serenidad, una profunda tranquilidad, pues nadie mejor que Dios nos puede enseñar el camino verdadero de la felicidad. Así dice Israel: “Yahvéh nos ordenó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos, temiendo a Yahvéh nuestro Dios, para que fuéramos felices siempre” (Deut 6,24). En este mismo sentido aconseja David a su hijo Salomón: “Guarda las observancias de Yahvéh tu Dios, yendo por su camino, observando sus preceptos, sus órdenes, sus sentencias y sus instrucciones, para que tengas éxito en cuanto hagas y emprendas” (1 Rey 2,3). Dios mismo advierte al pueblo: “Mira, pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahvéh tu Dios…, vivirás y te multiplicarás… Te pongo delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Yahvéh tu Dios, escuchando su voz, uniéndote a El; pues en eso está tu vida” (Deut 30,15-16.19-20).

Jesús es muy explícito: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga, no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida… Si se mantienen fieles a mi palabra, será verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,12.31). “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Con razón, el Papa Benedicto XVI ha dicho: “Dios no es una hipótesis lejana sobre el origen del mundo, no es una inteligencia matemática muy apartada de nosotros. Dios se interesa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, hasta encarnarse. Dios es una realidad de nuestra vida; es tan grande que también tiene tiempo para nosotros, se ocupa de nosotros. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo, y enseñar el arte de vivir, el camino de la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios. Jesús ha venido para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio… No es un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia…La fe no es un peso, sino una fuente de alegría profunda; es percibir la acción de Dios que ofrece orientaciones precisas para vivir bien la propia existencia… Dios no es el rival de nuestra existencia, sino su verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana” (28-XI-2012).

PROPUESTAS

Haz a un lado tus prejuicios religiosos y busca con humildad a Dios; no te sentirás defraudado. No te fijes en nuestras fallas, pasadas o presentes, sino concéntrate en Jesús; lee con apertura de corazón su Evangelio, y encontrarás sabiduría; que no te aprisionen tus pasiones desordenadas, y en Cristo obtendrás real libertad; procura platicar con El ante el Sagrario, y hallarás la paz que necesitas y el camino de tu realización.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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