ROMA, viernes 13 julio 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 15º domingo del Tiempo ordinario.
*****
Pedro Mendoza LC
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo. En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria». Ef 1,3-14
Comentario
Este pasaje con que inicia la carta a los Efesios recoge el himno al plan divino de salvación (1,3-14), representado en el Misterio de Cristo, por el cual también los gentiles han sido llamados a la plena salvación de Cristo (1,3–3,21). Dado que el espacio disponible en este artículo no nos consiente ofrecer un comentario a todo el texto, nos detenemos en los primeros versículos (vv.3-6).
El v.3 sirve de frontispicio de este monumental himno de alabanza: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (v.3a). La primera alabanza va dirigida al Padre, a quien reconoce como el Dios que se ha revelado como «Padre de nuestro Señor Jesucristo». En el Antiguo Testamento, Dios se llamó a sí mismo y quiso ser llamado «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», demostrando de este modo que es el Dios de la historia, que desde una infinita lejanía se inclina sobre los hombres y que en un determinado momento de la historia, en un determinado lugar de nuestra tierra escoge a los hombres como amigos. Este trasfondo nos permite valorar lo que para el judío Pablo significa nombrar a Dios, no ya el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, sino «el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». En Jesucristo podemos llamar «Padre nuestro» a Dios, en un sentido nuevo sin precedentes. El Apóstol resume a continuación el contenido total del don con que Dios nos ha agraciado: «que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (v.3b). Es una bendición «espiritual» en cuanto que es actuada por el Espíritu Santo. De este modo en esta breve fórmula de nuestra salvación alude a las tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre nos bendice con toda bendición, al darnos su Espíritu Santo, por medio de Cristo Jesús. El contenido detallado de esta bendición se expone en 1,4-14.
Un primer elemento de esta bendición es la elección divina desde la eternidad (1,4-6a). «Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo» (v.4a). Desde la eternidad he sido objeto de un amor divino, sin mérito alguno. Aquí reside la pura liberalidad de Dios. Esta elección tiene un fin próximo y un fin último. El fin próximo es una verdadera vida cristiana en este mundo: «para ser santos e inmaculados en su presencia» (v.4b). «Santo» significa separado de todo lo profano y consagrado definitivamente al servicio de Dios. Y precisamente por ello esta vida tiene que ser «inmaculada» a los ojos del Dios tres veces santo. A lo anterior añade el Apóstol: santos e inmaculados «en el amor». En esta breve fórmula de vida cristiana aparece el amor en toda su imponente y solitaria grandeza. No es una virtud entre tantas. Es la esencia de todas ellas; es toda la ley, y sin el amor el resto no vale nada (1Cor 13,1-3), y con él aun la nada se torna valiosa a los ojos de Dios.
En el v.5 el Apóstol señala otro elemento de la finalidad de la elección divina: «ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad». La expresión «hijos adoptivos» no equivale a una filiación en sentido traslaticio, por la que seríamos llamados tales sin serlo en realidad. No, somos hijos de Dios con toda verdad, no sólo porque Cristo, con su redención, nos ha hecho dignos de Dios; sino porque él mismo, el Hijo, habita en nosotros por medio de un vínculo vital misterioso y nos asume a todos nosotros para ser, juntamente con Él, uno solo (Gal 3,28). Por último, el Apóstol precisando: «según el beneplácito de su voluntad» indica que de todo esto Dios solo es la fuente. Subraya así que la gracia de Dios es el único fundamento de nuestra elección y de nuestra predestinación, de nuestra santidad en Cristo y de nuestra filiación en Él.
El v.6 señala el fin último de la elección divina: «para alabanza de la gloria de su gracia» (v.6a). Dios no es solamente la fuente primordial de su actuación gratuita, sino también el fin último de esta actuación. Dos veces más todavía en el mismo himno ratifica san Pablo este pensamiento (vv.12 y 14). En ninguna otra parte del NT se expresa tan claro y en tres lugares tan cercanos, que Dios actúa para gloria suya. Él da a conocer, a través de la donación, su propia gloria y, sobre todo a las criaturas espiritualmente dotadas, el esplendor de su gracia. En esta notificación, en esta comunicación de sus bienes consiste ya la propia glorificación de Dios. Lo que llamamos «gloria extrínseca» que Dios recibe, se da cuando las criaturas agraciadas y favorecidas responden con reconocimiento, concretamente con alabanza de gratitud, salida del corazón, y con una vida que se ajuste a esta gratitud y no la desmienta, sino que sea profunda, auténtica y verdadera. Dios no puede renunciar a esta gloria, porque así lo exige la íntima naturaleza de sus criaturas. Esto es lo que significa: Dios crea y actúa para su gloria. Por último el Apóstol concluye recordando de dónde nos vienen todas estas gracias: «con la que nos agració en el Amado» (v.6b). Toda gracia del Padre nos ha venido por su Hijo, pues Él mismo es la gracia en persona.
Aplicación
Dios nos eligió «para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo».
El domingo 15 del Tiempo ordinario nos invita a contemplar las grandes iniciativas del amor de Dios. En la primera lectura encontramos una muestra de ellas a través del envío del profeta Amós al pueblo de Israel y a sus representantes que, a pesar de tanta necesidad, no quieren escucharlo y terminan por expulsarlo fuera de su tierra. El Evangelio, por su parte, nos presenta la iniciativa de Cristo de enviar sus apóstoles a aquellos lugares que serán objeto de su predicación. El apóstol san Pablo, en la lectura de la epístola, nos conduce a las iniciativas sublimes del plan salvífico de Dios, cuya realización alcanza su culmen en Jesucristo y en su obra redentora.
El profeta Amós nos pone en guardia ante la ingratitud e incorrespondencia con que podemos responder a los dones y a las gracias que Dios nos otorga en la realización de sus designios salvíficos. El profeta Amós es enviado por Dios para profetizar en su nombre en el reino del Norte de Israel, pero el pueblo y sus representantes no quieren escuchar el mensaje de Dios, no lo aceptan y terminan por expulsarlo de su región. Resplandece la fidelidad
del profeta a la misión recibida, no obstante la dura resistencia y hostilidad encontrada (Am 7,12-15).
Jesucristo, siguiendo esa línea de generosidad y amor por parte de Dios para con sus hijos, toma la iniciativa de enviar a sus mensajeros para anunciar la Buena Nueva del Evangelio y disponer a los hombres a acoger su mensaje y su acción entre ellos. Enviándolos los convierte en colaboradores suyos en esta grande iniciativa del amor de Dios. Él, que conoce las limitaciones y la fragilidad de sus misioneros, confía en ellos, los instruye y los capacita, colmándolos de su gracia y de su poder para realizar fielmente su misión (Mc 6,7-13).
La lectura del Apóstol de este domingo (Ef 1,3-14) nos muestra la fecundidad de la misión de los apóstoles escogidos por Cristo para ser continuadores de su misión en la tierra. A través de ellos Cristo y su obra salvífica son proclamados hasta los últimos rincones de la tierra y los pueblos, antes divididos por los muros de separación de razas y de fe, ahora entran a formar parte del único pueblo salvado de Dios. Se realiza así el designio de la elección de Dios por la cual nos ha hecho «sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (v.6a), invitándonos a vivir en santidad de vida «para alabanza de la gloria de su gracia» (v.6b).