El sentido cósmico de la oración a la luz de la Resurrección de Jesús

Juan Pablo II relee uno de los pasajes más sugerentes de la Biblia

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CIUDAD DEL VATICANO, 2 mayo 2001 (ZENIT.org).- El sentido cósmico de la oración y de la liberación traída por Jesús con la resurrección se convirtió en el centro de una original intervención de Juan Pablo II con la que en este miércoles quiso comentar una de las páginas más sugerentes de la Biblia.

Junto a veinte mil peregrinos presentes en la plaza de San Pedro para participar en la tradicional la audiencia general de este miércoles, el pontífice comento el cántico de tres jóvenes israelitas, castigados a morir horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua de oro Nabucodonosor. Dios, sin embargo, como narra el libro sagrado les libró de la muerte.

Este himno de acción de gracias, recogido en el libro de la Biblia de Daniel (3, 57-88.56) constituye también para los cristianos del tercer milenio un motivo único de inspiración para su oración, explicó el obispo de Roma durante su intervención.

Al repetir «el cántico de los tres jóvenes israelitas, nosotros, discípulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas por Dios, ya sea en su creación ya sea sobre todo en el misterio pascual», explicó el pontífice.

La intervención se enmarcó en una serie de catequesis que el Papa ha comenzado a impartir los miércoles para ayudar a los mil millones de católicos del mundo a aprender a rezar con los salmos y cánticos recogidos en la Biblia y que conforman la así llamada Liturgia de las Horas, momentos de oración con los que sacerdotes, religiosos y laicos salpican la jornada.

El cristiano, al experimentar la liberación que le alcanzó Cristo, imprime también «una dimensión cósmica» a su oración explicó el Papa. Y la Biblia lo hace con palabras estupendas. «La mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas –evocó el Santo Padre–; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales».

«El llamamiento se hace después universal –añadió–: interpela a los ángeles de Dios, alcanza a todos los «hijos del hombre», y en particular al pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diferentes voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia».

Y para el cristiano, Cristo ofrece el «sentido pleno a la misma creación». «En la resurrección de Cristo culmina la historia de la salvación, abriendo la vicisitud humana al don del Espíritu y al de la adopción filial, en espera del regreso del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre».

Desde esta luz, concluyó, se pude ver «con ojos nuevos a la misma creación y gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios». Una convicción que sin duda inspiró a Francisco de Asís cuando compuso su inolvidable «Cántico al hermano sol».

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ZENIT Staff

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