SITUACIONES
Así como en las familias y en la sociedad hay conflictos, divisiones, críticas, habladurías y condenas a quienes piensan o actúan en forma diferente, en las iglesias pasan cosas parecidas. Desde que Caín no soportó a su propio hermano Abel y lo mató, las envidias, las competencias y los rechazos suceden en todos los tiempos y en todas las culturas, también en las originarias. Caín es una imagen de lo que acontece en la humanidad.
En algunas parroquias, se echa de menos la comprensión, el respeto y la complementariedad entre grupos, movimientos, juntas y organizaciones. En vez de apreciar en los otros lo bueno que hacen y los frutos de conversión que dan, se les descalifica. Nos pasa como a los fariseos: nos jactamos de ser los buenos, los mejores, los más fieles al Evangelio y al Concilio, y menospreciamos o condenamos a los que viven su fe con otras insistencias o manifestaciones. Podemos despreciar a quienes expresan su catolicismo en devociones populares y prácticas piadosas, y presumir que nosotros sí vivimos la opción por los pobres, el compromiso social, la lucha por el cambio de las estructuras, aunque a veces no hagamos suficiente oración ni participemos en los sacramentos. ¡Qué misionera y dinámica es la parroquia que en verdad llega a ser comunidad de comunidades y movimientos!
ILUMINACION
El Papa Francisco dijo a los catequistas: “Cuando los cristianos nos cerramos en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro ambiente, nos quedamos cerrados y nos sucede lo que a todo lo que está cerrado. Cuando una habitación está cerrada, empieza a oler a humedad. Y si una persona está encerrada en esa habitación, se pone enferma. Cuando un cristiano se cierra en su grupo, en su parroquia, en su movimiento, está encerrado y se pone enfermo. Y a veces enfermo de la cabeza…” (27-IX-2013).
Sobre esto mismo habló en una audiencia general: “La Iglesia es católica porque es la casa de todos. Todos son hijos de la Iglesia y todos están en esta casa. La Iglesia no es un grupo de elite, para unos pocos. La Iglesia es católica, porque es la ‘casa de la armonía’, donde la unidad y la diversidad hábilmente se combinan entre sí para ser riqueza. Pensemos en la imagen de la sinfonía: diferentes instrumentos que tocan juntos; cada uno conserva su timbre inconfundible; sus características de sonido se unen por algo en común. Luego está el que guía, el director. En la sinfonía todos suenan juntos en armonía, pero no se borra el timbre de cada instrumento; la peculiaridad de cada uno, de hecho, es aprovechada al máximo.
La Iglesia es como una gran orquesta en la que hay variedad. No todos somos iguales y no debemos ser todos iguales. Todos somos diversos, diferentes, cada uno con sus propias cualidades. Y esa es la belleza de la Iglesia: cada uno trae lo propio, lo que Dios le dio, para enriquecer a los demás. Y entre los que la componen hay esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se opone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; Él es el verdadero Maestro.
¿Aceptamos al uno y al otro? ¿Se acepta que exista una justa variedad: que esto sea diferente, que aquello se piense de una forma u otra? Incluso en la misma fe se puede pensar de otra manera. ¿O tendemos a estandarizar todo? La uniformidad mata la vida. La vida de la Iglesia es variedad, y cuando queremos imponer esta uniformidad sobre todos, matamos los dones del Espíritu Santo. Oremos al Espíritu Santo, que es el autor de esta unidad en la variedad, de esta armonía, para que nos haga cada vez más católicos” (9-X-2013).
COMPROMISOS
Nos propone el Papa: “Hay que construir comunión, educar a la comunión, superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia y las realidades eclesiales. ¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Y esta es una verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide. Esta es la riqueza de la Iglesia” (25-IX-2013).Ese es nuestro gran sueño: tender puentes que unan extremos, y no quedarse cada quien en su orilla.