NUEVA YORK, miércoles 14 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que el observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, el arzobispo Celestino Migliore, pronunció el pasado 12 de abril en Nueva York, en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, con motivo de la 43ª Sesión de la Comisión sobre Población y Desarrollo, sobre el tema “Salud, morbilidad, mortalidad y desarrollo”.
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Señor Presidente:
Dado que esta Comisión sobre Población y Desarrollo se reúne en medio de una crisis económica y financiera, haríamos bien en escuchar la creciente opinión entre los economistas de que las tendencias demográficas son parte del problema y no pueden pasarse por alto como una parte importante de la solución. La crisis demográfica que en unas pocas décadas ha reducido las tasas anuales de crecimiento de la población de un 7% a un 1% en muchas partes del mundo, junto con el envejecimiento de la población, ha tenido efectos devastadores para la economía y la gobernanza. La corrección del déficit de población con constante inmigración no parece resolver los problemas ni siquiera a corto plazo. Las mismas políticas demográficas que llevaron a las tasas de crecimiento de población a niveles insostenibles necesitan ser revisadas y replanteadas con políticas sociales adecuadas para fomentar los nacimientos.
Entre los temas asignados para este año a la sesión de la CPD, salud global, morbilidad, mortalidad y desarrollo, los documentos preparatorios se enfocan principalmente en la mortalidad materna.
Según las estadísticas de la ONU hay aproximadamente medio millón de muertes maternas anualmente de las que aproximadamente el 99% ocurren en países en vías de desarrollo. No sólo son las vidas de esas madres las que acaban en tragedia, sino que también las vidas de sus bebés empiezan en agitación. Como consecuencia, la probabilidad de supervivencia de sus jóvenes niños desciende dramáticamente provocando la desintegración de sus familias y obstaculizando el desarrollo local.
Lamentablemente, esas muertes representan sólo la punta del iceberg. Se estima que por cada muerte, treinta mujeres más sufren a largo plazo daños en su salud, como fístulas obstétricas. La devastación física causada por fístulas las margina completamente y las aísla de la familia y la sociedad. Ellas sufren dolor, humillación y discapacidad permanente si no son tratadas. En todo el mundo quizás dos millones de esas madres pobres, jóvenes y olvidadas están viviendo con el problema, la mayoría de las cuales están en África. Esas muertes de madres y bebés son todas más vergonzosas especialmente porque son fácilmente prevenibles y tratables.
El consenso de la comunidad obstétrica es que las madres necesitan cuidado prenatal esencial, personal cualificado en todos los partos y cuidado especializado para complicaciones potencialmente mortales. Y sin embargo, los programas centrados en proporcionar los servicios que garanticen a las madres y a sus bebés sobrevivir al embarazo carecen de financiación suficiente.
Las inversiones en educación y en programas de desarrollo a largo plazo pueden proporcionar a las comunidades los medios para mejorar su propia salud. Sin embargo, la emigración de personas con conocimientos médicos y habilidades desde países en vías de desarrollo provoca la pérdida de mucha habilidad y de gente necesaria para mejorar los sistemas sanitarios en esos países.
Además, los Gobiernos deben continuar dedicándose a las urgentes necesidades sanitarias infantiles en todo el mundo. Sólo en 2008, hubo más de 243 millones de casos de malaria que derivaron en más de 800.000 muertes. De la misma manera, infecciones respiratorias tratables y evitables, enfermedades digestivas y estados ocasionados por una nutrición inadecuada continúan siendo las principales causas de muerte de niños en el mundo en desarrollo. Enfermedades que han sido eliminadas desde hace mucho tiempo en los países desarrollados continúan devastando niños en el mundo en desarrollo y es necesaria la solidaridad mundial para garantizar que los niños pobres tengan acceso a la medicación y la nutrición necesarias.
Señor presidente:
En la extensión de la atención sanitaria a todos, la sociedad civil, incluidas las organizaciones religiosas, debe ser un socio comprometido. En muchos rincones del planeta, hospitales y clínicas católicas continúan siendo los proveedores de primera fila de asistencia sanitaria primaria, en particular a los más marginados de la sociedad. Esas organizaciones sin afán de lucro cuidan a aquellos a los que la sociedad ha dejado atrás o a los que ofrecer servicios es demasiado difícil o demasiado peligroso. Al vivir con y entre aquellos a los que sirven esas organizaciones promueven la solidaridad en la comunidad y contribuyen a una comprensión única de las necesidades de la comunidad.
Gracias, señor presidente.
[Traducción del original inglés por Patricia Navas]