CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 23 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de «L’Osservatore Romano» sobre la visita de Benedicto XVI a la gran sinagoga de Roma el pasado 17 de enero.
Benedicto XVI ha definido su visita a la comunidad judía de Roma -la más antigua de la diáspora occidental- como un momento de gracia. Y verdaderamente ha sido así. Se ha percibido en la emoción del Papa cuando ha rendido homenaje a los deportados del Holocausto y a las víctimas del terrorismo antijudío, en las lágrimas de cuantos han sufrido sus consecuencias, en el orgullo y la alegría conmovida de judíos romanos ancianos que han estrechado la mano del obispo de su ciudad, en los poderosos cantos que se han elevado en el Templo mayor, en las presencias numerosas y significativas de representantes llegados de Israel y de todo el mundo judío, en los aplausos que han interrumpido nueve veces el discurso de Benedicto XVI.
Sí; el encuentro ha sido un paso adelante ulterior e importante en el camino que católicos y judíos están recorriendo juntos: ulterior porque se ha tratado del enésimo momento de una historia muy larga; importante porque ha sido valiente y franco al declarar todas las dificultades. Siglos de contrastes y violencias, desconfianzas y curiosidades, encuentros y amistad caracterizan la relación entre judíos y cristianos; y sobre todo desde hace más de medio siglo pesa la losa del Holocausto, la sombra del mal.
La visita, precedida por destellos polémicos, ha mostrado en cambio lo decidida que es la voluntad común de afrontar las cuestiones abiertas en la relación entre judíos y católicos. Sin embargo, a menudo los contrastes son fruto de enfatizaciones mediáticas. Esas operaciones, irresponsables o instrumentales, carecen de consistencia real, pero han prendido peligrosos fuegos fatuos, cuando menos al presentar a la opinión pública un cuadro deformado y alejado de la realidad.
Un ejemplo emblemático es la cuestión relativa a Pío XII: de hecho, hay que ser conscientes de que ni siquiera tras la apertura de todos los archivos disponibles existirá acuerdo sobre su actitud ante el Holocausto, porque seguirá abierto, obvia y legítimamente, el campo de las interpretaciones históricas. Pero es importante el clima de respeto recíproco que se ha respirado también en este tema, mientras se va ampliando y estabilizando el consenso historiográfico sobre la lúcida y sufrida elección de caridad silenciosa adoptada por el Papa y por su Iglesia en el contexto de la segunda guerra mundial.
Para desenredar los nudos difíciles, la alegría por el camino recorrido y el respeto entre católicos y judíos son fundamentales, pero no bastan. Es necesario seguir adelante con paciencia y valor, intentando comprender las sensibilidades respectivas para no herirlas y perpetuar así desconfianzas que se derivan principalmente de no conocerse.
Lo que une a judíos y católicos es mucho más que lo que los separa, como han recordado los presidentes Pacifici y Gattegna y como han subrayado el rabino Di Segni y Benedicto XVI: el rechazo de la violencia y la solidaridad recíproca frente a las persecuciones, la búsqueda de la amistad con las demás confesiones religiosas y principalmente con el islam, la protección de la persona humana y de la familia, y el cuidado de la creación. Pero sobre todo el testimonio común del Señor, para que su luz ilumine a todos los pueblos.