CIUDAD DEL VATICANO, lunes 11 de enero de 2010 (ZENIT.org).- El Papa pidió hoy un reconocimiento de la contribución que las religiones dan a la paz y al respeto de la creación, a través de una “laicidad positiva”, especialmente en Occidente.
Así lo afirmó hoy durante su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, durante la tradicional audiencia que se celebra cada principio de año, y durante la cual el Papa se refiere a la situación mundial.
En esta ocasión, quiso dedicar su intervención a la cuestión de la salvaguarda del medio ambiente como condición “indispensable” para la paz en el mundo.
Las raíces del deterioro medioambiental “son, sin embargo, de tipo moral y la cuestión tiene que ser afrontada en el marco de un gran esfuerzo educativo, con el fin de promover un cambio efectivo de la mentalidad y establecer nuevos modelos de vida”.
En este sentido, afirmó que “la comunidad de los creyentes puede y quiere participar en ello, pero para hacerlo es necesario que se reconozca su papel público”.
El Papa lamentó que “en ciertos países, sobre todo occidentales, se difunde en ámbitos políticos y culturales, así como en los medios de comunicación social, un sentimiento de escasa consideración y a veces de hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana”.
“Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso”, observó.
Según Benedicto XVI, esta forma de concebir la sociedad “crea confrontación y división, hiere la paz, perturba la ecología humana y, rechazando por principio actitudes diferentes a la suya, se convierte en un callejón sin salida”.
Señaló, por tanto, la urgencia de “definir una laicidad positiva, abierta, y que, fundada en una justa autonomía del orden temporal y del orden espiritual, favorezca una sana colaboración y un espíritu de responsabilidad compartida”.
En este sentido, mostró su satisfacción de que en el Tratado de Lisboa, actualmente en fase de ratificación, en su art 17 afirme que la Unión Europea mantendrá con las Iglesias “un diálogo abierto, transparente y regular”.
El Papa auguró que “Europa, en la construcción de su porvenir, encuentre continua inspiración en las fuentes de su propia identidad cristiana”.
“Ésta, como ya afirmé en mi viaje apostólico a la República Checa el pasado mes de septiembre, tiene un papel insustituible «para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de toda persona que a este continente lo llama ‘mi casa’”.
En este sentido, opinó que, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, Europa “ha abierto una nueva fase de su proceso de integración”, proceso que la Santa Sede “seguirá con respeto y cordial atención”.
Sin Dios, no hay respeto a la creación
“La Iglesia está abierta a todos porque, en Dios, ella existe para los demás. Ella, por tanto, comparte intensamente la suerte de la humanidad”, subrayó el Papa.
Refiriéndose a la actual crisis económica, subrayó que las causas son de tipo moral, y que hay que buscarlas “ en la vigente mentalidad egoísta y materialista, que no tiene en cuenta los límites inherentes a toda criatura”.
“Quisiera subrayar hoy que dicha mentalidad amenaza también a la creación”.
Puso como ejemplo el caso del este europeo, donde los regímenes comunistas ateos provocaron, entre otras cosas, graves daños al medio ambiente.
“Cuando cayó el muro de Berlín y se derrumbaron los regímenes materialistas y ateos que habían dominado durante varios decenios una parte de este continente, ¿acaso no fue posible calcular el alcance de las profundas heridas que un sistema económico carente de referencias fundadas en la verdad del hombre había infligido, no sólo a la dignidad y a la libertad de las personas y de los pueblos, sino también a la naturaleza, con la contaminación de la tierra, las aguas y el aire?”, inquirió.
La negación de Dios, añadió el Papa, “desfigura la libertad de la persona humana, y devasta también la creación”.
En este sentido, concluyó que la salvaguardia de la creación “no responde primariamente a una exigencia estética, sino más bien a una exigencia moral, puesto que la naturaleza manifiesta un designio de amor y de verdad que nos precede y que viene de Dios”.
[Por Inma Álvarez]