INTROD, 11 julio 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II comenzó ayer su serie de paseos diarios por las cumbres del Valle de Aosta. A pesar del cielo cubierto y un poco de lluvia, el cortejo papal dejó la casita de montaña en Les Combes hacia las 10,45 de la mañana.
El Papa sentado en el asiento delantero del coche saludó a unas veinte personas que esperaban en el cruce que se desvía hacia Arvier. El destino final era La Haut, en el municipio de La Salle, a 1.700 metros de altura. Allí el Papa paseó a lo largo del río que atraviesa el valle y luego se dedicó a la lectura.
En el trayecto, tuvo lugar el encuentro, que ya se ha hecho tradicional, con Aldo Chabod, un panadero o muy afortunado o muy hábil para husmear la presencia del ilustre huésped que, como cada año, ha logrado cruzarse con él. Y como cada año le ha regalado una hogaza de pan recién hecha por él.
Por la tarde tras siete horas de excursión, al volver a Les Combes se ha encontrado con los lugareños, que formaban grupos en los pueblos por los que pasaba. En cada ocasión, el Papa ha hecho detener el coche, un monovolumen negro, para recoger el saludo de hombres y mujeres de todas las edades.
Quien propone las rutas al Papa, desde hace nueve años, es Albert Cerise, ex director del servicio forestal del Valle de Aosta y ahora consejero regional.
Acompañan al Papa, en estos paseos, monseñor Stanislao Dziwisz, secretario personal desde los tiempos de Cracovia, y el padre Tadeo Styczen, sucesor del profesor Karol Wojtyla en la Universidad Católica de Lublin. También el director de la Sala de Prensa, Navarro-Valls, el responsable de la vigilancia vaticana Camillo Cibin, un médico, y el ayuda de cámara del Papa Angelo Gugel. La escolta la forman un par de miembros de la vigilancia vaticana, que lo siguen a cualquier parte que vaya en Italia.
