PORTLAND, jueves 17 de febrero de 2011 (ZENIT.org) Los pequeños Violet y Kieran son un par de mellizos que hoy tienen 15 meses. Nacieron con cinco días de diferencia. Con el mismo material genético pero gestados en vientres diferentes.
Como el caso es tan extraño, no hay palabras para llamarlo. Por ello se ha acuñado el término twiblings, una combinación de las palabras twin (mellizos) y sibling (hermano). La historia de estos hermanos fue difundida recientemente en la revista dominical del periódico The New York Times.
Melanie Thernstrom contrajo matrimonio a los 41 años con Michael Callahan, cinco años menor que ella, en la ciudad de Portland (Oregón, Estados Unidos), luego de haberse graduado en Harvard y haber tenido una carrera exitosa.
Pese a su avanzada edad no quería dejar de vivir la experiencia de ser madre. Intentó concebir de manera natural pero no pudo. Luego trató por seis veces de hacerse una fertilización in vitro, pero los embriones morían prematuramente.
El tema de la adopción lo descartó porque este procedimiento resulta cada vez más complicado en las mujeres mayores de 40 años: “cuando los padres Michael adoptaron a su hermana en 1970 había abundancia de bebés en Estados Unidos que necesitaban familias, pero el uso generalizado de métodos anticonceptivos, el aborto entre otros factores, han causado una baja de la oferta para los niños en adopción”, dice Melaine en el artículo de The New York Times.
Fue así como decidió buscar una donante de óvulos. Insistían en tener mellizos pero sabían que el 60 % de ellos nacen de forma prematura y con riesgo de contraer más enfermedades. Por eso pensaron en tener dos hijos con dos años de diferencia pero al ver en la edad avanzada de Melanie para criarlos, concluyeron que lo mejor sería alquilar dos vientres para embarazar a las mujeres de manera simultánea con los óvulos de la donante y el esperma del Michael.
Sobre el tema ZENIT consultó con el médico ginecólogo español Esteban Rodíguez Martín, portavoz de la asociación Ginecólogos por el derecho a vivir, quien asegura que estos procedimientos: “forman parte de las consecuencias de la ideología de género que se asumen como dogmas de fe de un progreso laicista”.
“En estos casos todos”, prosiguió Rodíguez, “los agentes implicados buscan lo mismo; los técnicos encuentran el placer al satisfacer su deseo de reconocimiento y de negocio; los arredandores obtienen el placer con la excusa de un falso altruismo por el que serán pagados y; los arrendatarios obtiene el placer al satisfacer su deseo de descendencia creyendo que están contribuyendo a un progreso del que son pioneros que redundará en un bien social gracias a lo que ellos creen que es un sacrifico”.
Esteban insistió en que los únicos sacrificados son “los seres humanos inocentes que han sido fabricados, seleccionados y manipulados comprados y vendidos, en función del interés de los que tienen el poder para utilizarlos como medio de satisfacer el instinto animal de placer-deseo”.
“Donante” y “arrendatarias”
Melanie Thernstrom y Michael encontraron a las implicadas en este procedimiento: la donante de los óvulos, (se le llama donante, aunque con el dinero que recibió compró un coche último modelo), una recién egresada residente en Califorina y, por medio de una agencia y una entrevista, a dos mujeres jóvenes que alquilaran sus vientres para gestar a las nuevas criaturas.
Y fue así como eligió a Melissa Fowler, una enfermera entonces de 30 años, casada y con dos hijos y a Fie McWilliams, de 34, también casada y con tres niños. Sus respectivos esposos aprobaron el procedimiento y ellas les explicaron a sus pequeños hijos que el bebé que esperarían deberían entregarlo a otra familia una vez naciera. Melanie siguió de cerca los embarazos y les hizo algunas recomendaciones. Al nacer los niños, las arrendatarias se comprometieron a amamantarlos con su leche.
A diferencia de muchas parejas que prefieren romper el vínculo con las mujeres que alquilan los vientres o donan los óvulos, ellos han querido conservar el lazo con todas las que han intervenido en el nacimiento de Violet y Kieran «Solo así es posible desmitificar el tema», dicen los esposos.
Esta decisión ha desatado una gran polémica por los lazos afectivos y la crisis de identidad que puede generar en los niños el llevar el material genético de una mujer, el haber sido gestado por otras dos y pero el haber sido ideados por una más, quien dice ser su madre y quien es la encargada de su crianza.
Un hecho que según el doctor Rodíguez, anula la “especificidad y la individualidad” del ser humano, quien se diferencia de otro ser vivo “por una cualidad propia, exclusiva e inmaterial, y por tanto no genómica, que lo dota de capacidad racional, moral y espiritual, hasta Sócrates sabia esto”, afirma.
Melanie cree que en la medida en que la tendencia se vuelva común los interrogantes se irán resolviendo. E insiste, en el artículo «En 20 años nadie va a decir que tuvo una hija gracias a una donación de óvulos. El escándalo ahora es porque la situación es novedosa».
Sobre el tema, la instrucción Dignitas Personae asegura que la Iglesia “considera que es éticamente inaceptable la disociación de la procreación del contexto integralmente personal del acto conyugal”, debido a que la procreación humana “es un acto personal de la pareja hombre-mujer, que no admite ningún tipo de delegación sustitutiva”.
La fecundación in vitro trae un gran número de pérdidas de embriones “además de no estar en conformidad con el respeto debido a la procreación, que no se reduce a la dimensión reproductiva– contribuye a debilitar la conciencia del respeto que se le debe a cada ser humano”.
La Dignitas Personae insiste en la legitimidad del deseo de la pareja de tener un hijo y comprende los sufrimientos que trae el problema de la infertilidad, pero señala en que este deseo “no puede ser antepuesto a la dignidad que posee cada vida humana, hasta el punto de someterla a un dominio absoluto” y enfatiza en que “el deseo de un hijo no puede justificar la “producción” del mismo, así como el deseo de no tener un hijo ya concebido no puede justificar su abandono o destrucción”.
Por Carmen Elena Villa