Ciencia y fe, un diálogo que da frutos

Entrevista con el filósofo Rodrigo Guerra López

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QUERÉTARO, domingo, 27 de septiembre de 2009 (ZENIT.orgEl Observador).- El año 2009 ha sido declarado «Año Internacional de la Astronomía» y simultáneamente se celebra en todo el mundo el segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin. Con motivo de ambos acontecimientos,  el pasado 11 de septiembre se realizaron en la Ciudad de Querétaro (México) las I Jornadas sobre Ciencia y Religión del Centro de Investigación Social Avanzada (www.cisav.org).

El tema a discutir: las actualidad de los aportes científicos de Galileo y Darwin  y sus implicaciones para con la fe cristiana. Entrevistamos a Rodrigo Guerra López, Doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Liechtenstein, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, miembro de la Red «Fides et Ratio» y director general del CISAV, para profundizar en el diálogo fe y ciencia.

–¿Por qué es necesario volver a discutir las relaciones que se establecen entre Galileo, Darwin y el cristianismo en el momento actual?

–Rodrigo Guerra: Galileo y Darwin son dos de los personajes que más han contribuido a construir el pensamiento científico que configura el mundo actual. Cada uno a su modo ha impulsado un paso cualitativamente nuevo en la historia de la ciencia. Así mismo, las teorías surgidas  a partir de las investigaciones de cada uno de ellos han interactuado intensamente con el cristianismo dando lugar a importantes debates que sin dudas ayudan a tener una imagen más global de la realidad. En el momento presente es preciso continuar este itinerario de diálogo y mutuo enriquecimiento para así poder repensar de una manera más integral las relaciones entre fe y razón.

–¿Acaso no se contraponen en algunos momentos los datos de la fe con los de la ciencia?

–Rodrigo Guerra: Justamente tres de los conferencistas durante las Jornadas del CISAV han sido el doctor Juan José Blázquez, el doctor Juan Carlos Moreno y el maestro Diego Rosales. Ellos nos han ayudado a comprender que más allá de las interesantes minucias históricas que es preciso esclarecer para entender cabalmente la postura de Galileo y de la Iglesia en el siglo XVII lo importante hoy es reconocer que necesitamos superar cualquier actitud que impida un diálogo frontal entre ciencia y religión. Tanto los científicos como los creyentes necesitamos de una nueva actitud que supere el paradigma que reduce a la fe a una suerte de experiencia irracional y que simultáneamente clausura agnósticamente el horizonte de la ciencia. Los cristianos no debemos ignorar jamás al auténtico avance científico. Así mismo, la ciencia no debe ni puede autoproclamarse como si fuera la última palabra sobre lo real. Tanto la fe como la ciencia son auténticas vías de conocimiento, y por ende, son coordinables en diversos planos y niveles.

–¿Qué nos enseña, pasados varios siglos, el «caso Galileo»?

–Rodrigo Guerra: Las lecciones pueden ser muchas. Sin embargo, tal vez las dos más importantes son, por una parte, la necesidad de mayor humildad y de rigor metodológico en el proceso de investigación científica. La extralimitación en las declaraciones de algunos hombres de ciencia pueden conducir a discusiones estériles, por ejemplo con el cristianismo, cuando una hipótesis se sostiene como si fuera una tesis cabalmente verificada. Por su parte, en el ámbito de los creyentes, es necesario hacer un nuevo esfuerzo para acompañar la propia fe de un riguroso ejercicio de la inteligencia que conduzca a una hermenéutica adecuada de la Sagrada Escritura. Sólo así es posible evitar el continuo peligro del fideísmo fundamentalista que afirma la fe al margen de las exigencias legítimas de la razón. Las investigaciones históricas y especulativas de hombres como Mariano Artigas o William Shea sobre Galileo son, en este sentido, sumamente importantes y esclarecedoras.

–Por su parte, ¿qué nos enseñan Darwin y el darwinismo?

–Rodrigo Guerra: Durante las Jornadas sobre Ciencia y Religión en el CISAV, Alexandre de Pomposo, Oliver Kozlarek y su servidor intentamos mostrar bajo diversas perspectivas la evolución de las teorías de la evolución. Justamente esta consideración ayuda mucho a apreciar los méritos indiscutibles de Charles Darwin en cuanto naturalista, y al mismo tiempo, sus límites, oscuridades y deficiencias. Las propias teorías contemporáneas sobre la evolución permiten mostrar cuanta pseudociencia existe cuando se afirma que el mecanismo de selección natural tal y como lo entendía Darwin es suficiente para explicar la diversificación de las especies. Actualmente tanto los defensores de la teoría sintética de la evolución como quienes simpatizamos con algunos de los aspectos fundamentales de la denominada teoría del «equilibrio punteado» sabemos bien que aún falta mucho por explorar y por descubrir tanto en el estudio de restos fósiles como en materia de genética de poblaciones. La evolución de las especies parece ser un hecho. Sin embargo, las teorías que se elaboran en torno al hecho aún están lejos de lograr ser totalmente explicativas.

–¿En síntesis, cuál es la postura de la Iglesia sobre las más recientes teorías neodarwinistas sobre el origen del hombre?

–Rodrigo Guerra: El Papa Juan Pablo II, en octubre de 1996, reconocía que: «Hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica [Humani generis], nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis.» Sin embargo, para la Iglesia, más allá de tomar postura sobre alguna de las teorías hoy en discusión, lo importante es anunciar que en el caso de la persona humana «nos encontramos ante una diferencia de orden ontológico, ante un salto ontológico.» Esto significa que la vida propiamente humana es irreductible a un sistema material complejo y no puede ser concebida como si fuera un mero fruto del azar. El Papa Benedicto XVI ha sido especialmente enfático en este último punto. El alma espiritual sólo puede ser creada directamente por Dios de manera personal. Una intuición que ayuda a abrir la comprensión en este terreno es considerar que para comprender realmente al hombre tenemos que tomar en cuenta que su vida no sólo es «biología» sino también «biografía», es decir, historia única, irrepetible e insustituible. La experiencia humana elemental muestra al «yo» como una singularidad máxima, como una realidad no-instanciable. En una palabra: los dos relatos sobre la creación del hombre que encontramos en el Génesis no tienen compromisos biológicos, no sustituyen la evidencia empírica, sino que buscan exhibir que cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios, es decir, sostenida en el ser con amor benevolente, por parte del Creador, en todo momento.

–¿Buscar la verdad en la ciencia puede ser preparación para la fe?

–Rodrigo Guerra: Recuerdo con cariño a dos de mis maestros en este terreno. Uno era Rocco Buttiglione, quien siempre insistía durante sus lecciones en Liechtenstein, sobre la necesidad de educar a la razón desde un punto de vista metodológico, es decir, cultivándola para que no censure sus exigencias más profundas. De esta manera, el hacer ciencia se vuelve camino hacia Dios. Como dice Edith Stein: «quien busca a la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no». Así mismo, recuerdo al querido P. Stanley Jaki, quien solía subrayar durante sus clases en Eichstaett, que la ciencia también necesita ser redimida por Cristo. Si bien es cierto que la razón requiere una nueva apertura que le permita apreciar la fe, también es cierto que la sola apertura no salva. Jesús es quien salva siempre. Esta afirmación tal vez sea políticamente incorrecta en muchos círculos científicos. Sin embargo, es más actual que nunca. La fe es método de conocimiento, y en este sentido, es vía de cumplimiento de nuestro destino racional y p
ersonal.

 

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ZENIT Staff

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