Benedicto XVI: De Gasperi, modelo de coherencia entre fe y política

Audiencia a los miembros de la Fundación dedicada a la memoria del difunto estadista

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 22 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa pronunció el pasado sábado a los miembros de la Fundación Alcide De Gasperi, a quienes recibió en la Sala de los Papas del Palacio Apostólico.

Alcide De Gasperi (1881-1954) fue un político italiano al que junto con Konrad Adenauer, Robert Schuman y Jean Monnet, se le considera como «padre de Europa» pues contribuyó decisivamente a la creación de las Comunidades Europeas.

Además fue ministro de Asuntos Exteriores y primer Ministro de Italia, así como fundador de Democracia Cristiana (Italia) y último secretario del Partido Popular Italiano. Está en curso su proceso de beatificación.

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Queridos amigos del Consejo de la Fundación Alcide de Gasperi:

Me es muy grata vuestra visita, y os saludo a todos vosotros con afecto. En particular, saludo a la señora Maria Romana, hija de Alcide De Gasperi, y al honorable Giulio Andreotti, que durante mucho tiempo fue su estrecho colaborador. Aprovecho con gusto la oportunidad que me ofrece vuestra presencia para volver a evocar la figura de esta gran personalidad que, en momentos históricos de profundos cambios sociales en Italia y en Europa, plagados de no pocas dificultades, supo prodigarse eficazmente por el bien común. Formado en la escuela del Evangelio, De Gasperi fue capaz de traducir en actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Espiritualidad y política fueron en efecto dos dimensiones que convivieron en su persona y que caracterizaron su labor social y espiritual. Con prudente visión de futuro, guió la reconstrucción de la Italia surgida del fascismo y de la segunda guerra mundial, y le trazó con valor el camino hacia el futuro; defendió su libertad y su democracia; relanzó su imagen en ámbito internacional; promovió su recuperación económica abriéndose a la colaboración de todas las personas de buena voluntad.

Espiritualidad y política se integraron tan bien en él que, si se quiere comprender hasta el fondo a este estimado hombre de gobierno, es necesario no limitarse a registrar los resultados políticos conseguidos por él, sino que es necesario tener en cuenta también su fina sensibilidad religiosa y de la fe firme que constantemente animó su pensamiento y acción. En 1981, a cien años de su nacimiento, mi venerado predecesor Juan Pablo II le rindió homenaje, afirmando que «en él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesionadora, criterio de valores, razón de elecciones» (Enseñanzas, IV, 1981, p. 861). Las razones de tan sólido testimonio evangélico deben buscarse en la formación humana y epsiritual recibida en su región, el Trentino, en una familia en la que el amor por Cristo constituía el pan cotidiano y referencia de toda elección. Él tenía poco más de veinte años cuando en 1902, tomando parte en el primer Congreso Católico Trentino, trazó las líneas de acción apostólica que constituirán el programa de su entera existencia: «No basta conservar el cristianismo en sí mismos – afirmó -, conviene combatir con todo el grueso del ejército católico para reconquistar a la fe los campos perdidos» (cfr A. De Gasperi, I cattolici trentini sotto l’Austria, Ed. di storia e letteratura, Roma 1964, p. 24). A esta orientación permaneció fiel hasta la muerte, incluso a costa de sacrificios personales, fascinado por la figura de Cristo. «No soy un beato –escribía a su futura esposa Francesca– ni siquiera religioso como debería ser; pero la personalidad del Cristo vivo me arrastra, me subyuga, me fascina como a un chiquillo. Ven, te quiero conmigo y que me sigas en esta misma atracción, como hacia un abismo de luz» (A. De Gasperi, Cara Francesca, Lettere, edición de M.R. De Gasperi, Morcelliana, Brescia 1999, pp. 40 -41).

Por tanto uno no se sorprende cuando se entera de que en su jornada, colmada de tareas institucionales, consideran siempre un amplio espacio a la oración y a la relación con Dios, comenzando cada día, cuando les era posible, con la participación en la Santa Misa. Es más, los momentos más caóticos y movidos marcaron el culmen de su espiritualidad. Cuando por ejemplo, conoció la experiencia de la cárcel, llevó consigo como primer libro la Biblia y desde ese momento conservó la costumbre de anotar las referencias bíblicas en pequeñas hojas para alimentar constantemente su espíritu. Hacia el final de su actividad gubernamental, tras un duro debate parlamentario, respondió a un colega que le preguntaba cuál era el secreto de su acción política: «¡Qué quieres, es el Señor!».

Queridos amigos, me gustaría detenerme un poco más en este personaje que ha honrado a la Iglesia y a Italia, pero me limito a poner de relieve su reconocida rectitud moral, basada en una indiscutible fidelidad a los valores humanos y cristianos, como también la serena conciencia moral que le guió en las decisiones políticas. «En el sistema democrático -afirma en una de sus intervenciones- se le confiere un mandato político administrativo con una responsabilidad específica…, pero al mismo tiempo hay una responsabilidad moral ante la propia conciencia, y la conciencia para decidir debe estar siempre iluminada por la doctrina y la enseñanza de la Iglesia» (cfr A. De Gasperi, Discorsi politici 1923-1954, Cinque Lune, Roma 1990, p. 243). Ciertamente, en algunos momentos no faltaron dificultades y, quizás, también incomprensiones por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no conoció vacilaciones en su adhesión a la Iglesia, que fue -como lo atestigua en un discurso en Nápoles en junio de 1954- «plena y sincera… también en las directrices morales y sociales contenidas en los documentos pontificios que casi diariamente han alimentado y forman nuestra vocación a la vida pública».

En esta misma ocasión observaba que «para actuar en el campo social y político no bastan la fe ni la virtud, conviene crear y alimentar un instrumento adecuado a los tiempos… que tenga un programa, un método propio, una responsabilidad autónoma, una hechura y una gestión democráticas». Dócil y obediente a la Iglesia, fue por tanto autónomo y responsable en sus decisiones políticas, sin servirse de la Iglesia para fines políticos y sin descender nunca a compromisos con su recta conciencia. En el ocaso de sus días podrá decir: «He hecho todo lo que estaba en mi poder, mi conciencia está en paz», mientras se apagaba confortado por el apoyo de sus familiares, el 19 de agosto de 1954, tras haber musitado por tres veces el nombre de Jesús. Queridos amigos, mientras rezamos por el alma de este estadista de fama internacional, que con su acción política sirvió a la Iglesia, a Italia y a Europa, pidamos al Señor que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su testimonio cristiano sean ánimo y estímulo para aquellos que hoy rigen los destinos de Italia y de los demás pueblos, especialmente para cuantos se inspiran en el Evangelio. Con este augurio, os agradezco una vez más vuestra visita y os bendigo a todos con afecto.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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