CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 7 junio 2009 (ZENIT.org).- La extraordinaria responsabilidad que tiene el sacerdote, a quien se le confían almas por las que Cristo ha dado su vida, requiere una formación exigente, reconoce Benedicto XVI.
Esta formación, aclara, debe promover «la madurez humana, las cualidades espirituales, el celo apostólico y el rigor intelectual».
El pontífice trazó los rasgos fundamentales que deben caracterizar la formación del futuro sacerdote al recibir este sábado a la comunidad del Seminario Francés de Roma, en el que viven seminaristas y sacerdotes que estudian en las universidades pontificias de la ciudad eterna.
La audiencia tuvo lugar en el momento en el que los sacerdotes de la Congregación del Espíritu Santo, que fundaron y han dirigido este seminario desde 1853, pasan el relevo a la Conferencia Episcopal de Francia, al no poder seguir garantizando esta responsabilidad por la falta de religiosos.
En estos 156 años de vida, el seminario ha formado a 4.800 estudiantes de todas las diócesis francesas y de varios países del mundo.
Hoy, unos sesenta obispos de Francia y del mundo –algunos cardenales– han estudiado en este seminario, así como el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I.
Y es que, como explica a ZENIT el padre Jean-Baptiste Edart, prefecto de estudios del seminario, este centro acoge a seminaristas o sacerdotes de varias nacionalidades, algunos ortodoxos o católicos que no son de rito latino.
«La tarea de formar a sacerdotes es una misión delicada», explicó el Papa en el discurso que dirigió a la comunidad del seminario, que este domingo participó en una misa presidida por el cardinal André Vingt-Trois, arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal de Francia en la Basílica de San Pedro con motivo de la solemnidad de la Santísima Trinidad para agradecer el servicio prestado por la Congregación del Espíritu Santo.
«La formación propuesta en el seminario es exigente, pues una porción del Pueblo de Dios será confiada a la solicitud pastoral de los futuros sacerdotes, ese pueblo al que Cristo salvó y por el que dio su vida», añadió.
Según el obispo de Roma, «es conveniente que los seminaristas recuerden que la Iglesia es exigente con ellos, pues tendrán que cuidar de aquéllos a los que Cristo ha atraído hacia sí con un precio tan alto».
El Papa enumeró así «las aptitudes que se piden a los futuros sacerdotes»: «la madurez humana, las cualidades espirituales, el celo apostólico, el rigor intelectual…».
«Para alcanzar estas virtudes –dijo– los candidatos al sacerdocio no sólo deben poder verlas en sus formadores, sino que más aún deben poder ser los primeros beneficiarios de estas cualidades vividas y dispensadas por aquellos que tienen la tarea de hacerles crecer».
«Es una ley de nuestra humanidad y de nuestra fe el hecho de que, con gran frecuencia, no somos capaces de dar lo que no hemos recibido de Dios a través de las mediaciones eclesiales y humanas que él ha instituido».
«Quien tiene la tarea del discernimiento y la formación debe recordar que la esperanza que tiene por los demás es, en primer lugar, un deber para él mismo».
En vísperas del año del sacerdocio, el Papa trazó este perfil del presbítero citando una descripción del cardenal Emmanuel Suhard, (1874-1949), arzobispo de París durante la segunda guerra mundial: «Eterna paradoja la del sacerdote: lleva en sí los contrarios. Concilia, con el precio de su vida, la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre. Parece pobre y sin fuerzas… No tiene ni los medios políticos, ni los recursos financieros, ni la fuerza de las armas, de los que otros se sirven para conquistar la tierra. Su fuerza consiste en estar desarmado y poder todo en aquel que le conforta».
«Que estas palabras que evocan tan bien la figura del santo cura de Ars», san Juan María Vianney, patrono de los párrocos, en honor de quien el Papa ha convocado el año del sacerdocio, pues se celebran los 150 años de su fallecimiento, «permitan escuchar el llamamiento vocacional a numerosos jóvenes cristianos de Francia que desean una vida útil y fecunda para servir al amor de Dios», concluyó Benedicto XVI.