SEÚL, miércoles 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- El mayor testimonio que los cristianos pueden dar hoy en Asia es mostrar la alegría y la belleza de la vida cristiana. Así lo afirma el Papa Benedicto XVI, en un mensaje dirigido al Congreso de Laicos que se celebra desde ayer en Seúl, capital de Corea del Sur.
Este Congreso, organizado en colaboración entre el Consejo Pontificio para los Laicos y la Conferencia Episcopal de Corea, lleva por título “Proclamar a Jesucristo en Asia hoy”, y trata sobre el papel de los laicos en la evangelización del continente.
En su mensaje, el Papa delinea cuál debe ser la guía de esta evangelización, la cual, como subrayó el cardenal Stanisław Ryłko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, en el discurso inaugural, no tiene nada que ver con el proselitismo, sino con el testimonio de la vida.
“Estoy seguro de que las deliberaciones del Congreso harán hincapié en que la vocación y la vida cristianas deben ser vistas ante todo como una fuente de felicidad sublime y un don para ser compartido con otros”, afirma el Papa.
El Pontífice advierte que “ante los laicos y las mujeres de Asia Vastos se están abriendo ya vastos horizontes de misión”.
“Pienso en particular en las oportunidades ofrecidas por su ejemplo de amor cristiano la vida conyugal y familiar, su defensa del don divino de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, su amorosa preocupación por los pobres y los oprimidos, su disposición a perdonar a sus enemigos y perseguidores, su ejemplo de justicia, honradez y solidaridad en sus lugares de trabajo, y su presencia en la vida pública”.
Todo católico, explicó, “debe ser capaz de decir con el apóstol Pablo: ‘Para mí la vida es Cristo’. Quienes han encontrado en Jesús la verdad, la alegría y la belleza que dan sentido y dirección a sus vidas, naturalmente, desean llevar esta gracia a otros”.
“Sin dejarse intimidar por la presencia de dificultades, o por la enormidad de la tarea en cuestión, confiarán en la presencia misteriosa del Espíritu Santo que siempre está operando en los corazones de los individuos, en sus tradiciones y culturas, abriendo misteriosamente las puertas a Cristo”.
Asia, recuerda el Papa, “hogar de dos tercios de la población mundial, cuna de las grandes religiones y tradiciones espirituales, y lugar de nacimiento de diversas culturas, se encuentra actualmente en un proceso sin precedentes de crecimiento económico y transformación social”.
En este contexto, los católicos “están llamados a ser signo y promesa de esa unidad y comunión – la comunión con Dios y entre los hombres – que toda la familia humana pretende disfrutar y que solo Cristo hace posible”.
“Este es el servicio supremo y el regalo más grande que la Iglesia puede ofrecer a los pueblos de Asia, y es mi esperanza de que la presente Conferencia sirva de aliento y dirección renovadas en la asunción de este sagrado mandato”, añade el mensaje papal.
Recordando la exhortación apostólica Ecclesia in Asia de Juan Pablo II, al término del sínodo de 1998, «los pueblos de Asia necesitan a Jesucristo y su Evangelio. Asia tiene sed de agua viva que sólo Jesús puede dar».
Para ello, explica el Papa, es necesaria que los fieles sean “cada vez más conscientes de la gracia del bautismo y de la dignidad que les pertenece como hijos e hijas de Dios Padre, partícipes de la muerte y resurrección de su Hijo Jesús, y ungido por el Espíritu Santo”, y estén “en unión de mente y corazón con sus pastores, acompañados en cada paso de su camino de fe por una sana formación espiritual y catequética”.
En este sentido, destacó la importancia del trabajo de los catequistas, de los movimientos apostólicos y carismáticos y de las asociaciones y movimientos eclesiales dedicadas a la promoción de la dignidad humana y la justicia”.