Un encuentro con sabor a familia

Nuevo Pentecostés en la capital mexicana

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CIUDAD DE MÉXICO, viernes, 16 enero 2008 (ZENIT.org-El Observador).- Son las 8:15 de la mañana en la Ciudad de México. El sol quiere dar la cara para saludar a la más populosa metrópoli de Latinoamérica, pero las nubes se lo impiden. Una leve llovizna se deja sentir en la zona de Santa Fe, al oeste de la capital mexicana, que contribuye a que la temperatura descienda a 6 grados centígrados.

<p>El clima es frío pero no al interior de la sede del Congreso Teológico Pastoral del VI Encuentro Mundial de las Familias (EFM). Acá adentro la calidez no tiene qué ver con los termómetros. La calidez del encuentro fraterno vence a cualquier temperatura baja.

Poco a poco las instalaciones se van poblando. No hay una campana que indique la hora de la Misa, pero los congresistas saben que tienen una cita a las 8:30 de la mañana con el Dios, Padre amoroso, en la Eucaristía, en la mesa donde todos tienen lugar y nadie se siente extraño ni extranjero.

Al caminar por el gran corredor del centro de exposiciones Santa Fe y al deambular por los salones se pueden observar rostros blancos, morenos, amarillos, distintos, pues; sin embargo hay algo que homologa: la sonrisa presta a asomar a la menor provocación.

En este lugar se encuentran cerca de diez mil personas, según datos actualizados por los organizadores, provenientes de 98 países. Sería fácil intuir que esta diversidad convertiría al Encuentro en una pequeña Babel, sin embargo, nuevo Pentecostés, el Espíritu Santo suscita formas de entendimiento: gestos amables, sonrisas, señas simpáticas, intentos de expresión en un idioma que poco se conoce y hace gracioso «el diálogo».

Sin embargo todos los que se encuentran en el lugar sienten de manera viva su pertenencia a la Iglesia, y la oportunidad de encuentro con otras culturas ayuda a darse cuenta de la catolicidad de la Iglesia: «Ahora entiendo lo que significa ser católico», dice Laura, una mujer ecuatoriana, alzando la voz para hacerse oír en medio de la algarabía que reina en el largo pasillo del edificio.

«¿Por qué estoy aquí? Porque amo a mi familia, porque la familia vale la pena», dice Adilso un moreno joven brasileño, en un raro «portoñol», cuando se le cuestiona acerca de su presencia en el EMF.

Al avanzar por el edificio se pueden ver a los grupos nacionales, algunos ataviados con sus trajes típicos, lo que imprime un hermoso toque autóctono a la congregación. Los cantos populares se dejan oír, y poco a poco se van formando corrillos alrededor de los artistas emergentes.

Los seminaristas, enfundados en sotana, las religiosas –de todos colores y carismas– deambulan por el sitio dando testimonio de su vocación –nacida en el seno de una familia, faltaba más– con su sola presencia, inquietando a los y las jóvenes que vinieron a la reunión «a ver qué pescaban» y tal vez aquí «sean pescados».

Más allá una delegación de cubanos atrae la atención de muchos asistentes. «¡Foto, foto!», piden algunos. Y los hermanos cubanos, como si ya lo hubieran ensayado, se colocan para la pedida placa. Más que simpatía, los hermanos de la isla, reciben muestras de solidaridad: «Ánimo, hermanos, Cristo es el Camino», se escucha de un espontáneo.

Tal vez todo hubiera parado en una manifestación pública de apoyo a los cubanos, si no es que se escucha una voz: «Ahí viene la Virgen de Guadalupe». Tanto en los pasillos, como en el salón de plenarias -donde los conductores del día dan indicaciones para la recepción de la Imagen de la guadalupana- los congresistas estallan en aplausos y vivas. Espontáneamente brota el universal canto: «Desde el cielo una hermosa mañana…», y aquello se convierte en cosa de locos; locos de amor, locos de Cristo, locos de la Morenita del Tepeyac, claro está.

Y ese es el clima que impera en todo momento. Llegan las conferencias y los participantes hacen silencio y tratan de imitar a la santísima Virgen, guardando en el corazón todo lo que escuchan, para después compartirlo como «discípulos y misioneros».

Se suceden las horas y el ánimo no decae. Vienen los descansos organizados, la comida, el momento de pasear por la Expo Familia, la oportunidad de compartir con otras familias a la hora de los alimentos.

Hoy, igual que ayer, o que el tercer día del congreso, las actividades van terminando, las voces se irán apagando, los salones quedarán vacíos, las luces dejarán su lugar a la oscuridad, pero en los corazones de cada uno de los asistentes la presencia de los hermanos, que también lo es de Dios, quedará viva; el ideal de la familia, motivo de reunión, será motor para volver a la vida cotidiana. Después de todo el Encuentro ha hecho sentir a todos que somos familia, familia de Dios.

Por Gilberto Hernández García

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ZENIT Staff

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