CIUDAD DEL VATICANO, jueves 13 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- La Santa Sede y la República Federal de Brasil han suscrito este jueves un acuerdo en el Palacio Apostólico Vaticano, según ha dado a conocer la Oficina de Información vaticana.
El Acuerdo ha sido firmado, por parte de la Santa Sede, por el arzobispo Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, y por parte de Brasil, por Celso Amorim, ministro de Asuntos Exteriores.
Han asistido al acto numerosas personalidades, entre ellas el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, y Cláudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, monseñor Lorenzo Baldisseri, Nuncio Apostólico en Brasil, el Presidente de la República Federal de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, el Ministro de Defensa brasileño Nelson Jobim y la embajadora de Brasil ante la Santa Sede, Vera Barrouin Machado.
El Acuerdo, explica la nota vaticana, «consolida ulteriormente los tradicionales vínculos de amistad y de colaboración existentes entre ambas partes», y se compone de un Preámbulo y de veinte artículos que regulan varios ámbitos, entre ellos «el estatuto jurídico de la Iglesia católica en Brasil, el reconocimiento de los títulos de estudio, la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, el matrimonio canónico y el régimen fiscal». Entrará en vigor tras el intercambio de las ratificaciones.
En el discurso que ha pronunciado en estas circunstancias monseñor Mamberti ha recordado que «dos acontecimientos de particularísima relevancia marcan, en los dos últimos años, la vida de Brasil y de la Iglesia católica que vive en él».
Uno de ellos fue la visita apostólica de Benedicto XVI con ocasión de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, en mayo de 2007.
En el mismo momento de su llegada, recordó, el pontífice afirmó que Brasil «ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa, no sólo porque es cristiano y tiene el número más elevado de católicos, sino principalmente porque es una nación rica de potencialidades con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia».
La mirada del Santo Padre, añadió monseñor Mamberti, se ha extendido «desde Brasil a toda América Latina, un continente –afirma el documento conclusivo de Aparecida– que es en sí mismo un don entregado benévolamente por Dios, gracia a la belleza y fecundidad de sus tierras y la riqueza de humanidad que emana de su gente, de las familias, de los pueblos y de las múltiples culturas».
La segunda circunstancia es precisamente la firma del Acuerdo, «importante acto que se coloca en la estela de esos vínculos de amistad y colaboración que subsisten desde hace casi dos siglos entre las partes, y que hoy han sido ulteriormente reforzados».
Si la Constitución de 1824 imprimía al Imperio brasileño un carácter «netamente confesional», explicó el representante vaticano, las sucesivas Cartas fundacionales han modificado este marco, hasta la vigente Constitución de 1988, que asegura «por una parte la sana laicidad del estado, y por otra, garantiza el libre ejercicio de las actividades de la Iglesia en todos los ámbitos de su misión».
Como decía el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral «Gaudium et Spes«, por otro lado, «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas una de la otra en sus respectivos campos. Pero las dos, aunque a distinto título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. Ellas llevarán a cabo este servicio en bien de todos de forma tanto más eficaz cuanto más cultiven una sana colaboración entre ellas, según modalidades adaptadas a las circunstancias al tiempo y lugar».
A través de la firma de este Acuerdo, observó monseñor Mamberti, este marco «recibe hoy una ulterior confirmación, de carácter jurídico e internacional».
Entre los elementos principales del texto, ha citado «el reconocimiento de la personalidad jurídica de las instituciones previstas en el ordenamiento canónico, la enseñanza de la religión católica en las escuelas, igual que las demás confesiones religiosas, el reconocimiento de las sentencias eclesiásticas en materia matrimonial, la inserción de espacios dedicados al culto en los ordenamientos urbanos, y el reconocimiento de los títulos académicos eclesiásticos».
A propósito de esto, el prelado constató que «estaría fuera de lugar hablar de privilegios, porque no hay ningún privilegio en el reconocimiento de una realidad social de tan gran relevancia histórica y actual como es la Iglesia católica en Brasil, sin que esto quite nada de cuanto se debe a los ciudadanos de otra fe religiosa y de distinta convicción ideológica».
De la misma forma ha recordado «con sentido de gratitud» el papel de la Conferencia Episcopal Brasileña en la génesis del Acuerdo, subrayando que ha sido precisamente el episcopado brasileño quien sugirió en 1991 la oportunidad de estipular un Acuerdo internacional entre Iglesia y estado, impulso que ha llevado en 2006 al comienzo oficial de las negociaciones.
En este contexto, monseñor Mamberti ha augurado que el texto «pueda lo antes posible entrar en vigor y contribuir, como está en sus finalidades, no sólo a consolidar los vínculos entre la Santa Sede y Brasil y favorecer cada vez más el desarrollo ordenado de la misión de la Iglesia católica, sino también a promover el progreso espiritual y material de todos los habitantes del país y colaborar, en cuanto sea posible, en la solución de los grandes problemas que hoy preocupan a la humanidad».