ROMA, jueves, 15 ottobre 2008 (ZENIT.org).- En el treinta aniversario de la elección de Juan Pablo II, el cardenal Camillo Ruini, que fue vicario del Papa para la diócesis de Roma, concedió una entrevista al semanal católico polaco «Niedziela» que traemos aquí para los lectores de Zenit.
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–1978 es llamado el año de los “tres Papas”; en pocos meses, se siguieron acontecimientos importantes y dolorosos: la muerte de Pablo VI, la elección y la muerte de Juan Pablo II y el cónclave que eligió al nuevo Papa. ¿Con qué sentimientos acogió la noticia de la elección del cardenal Wojtyła a la sede papal?
–Cardenal Camillo Ruini: En 1978, yo era sacerdote en la diócesis de Reggio Emilia. La tarde del 16 de octubre estaba regresando a mi casa. En la portería, había un televisor encendido y supe la noticia de la elección por la televisión. La acogí con estupor. Al principio, no lograba recordar quién era el cardenal Wojtyła, luego oí que era el arzobispo de Cracovia. Pero el estupor fue seguido de satisfacción Por dos motivos: uno, que se elegía a un obispo polaco y esto me parecía muy positivo y significativo; el otro, porque se abría una brecha en aquella tradición plurisecular que quería un papa italiano. Cuando oí al nuevo Papa expresarse en su italiano, un poco inseguro pero muy incisivo, se me ensanchó el corazón. Tuve enseguida la impresión de que teníamos a un hombre de gran atracción y capacidad de testimonio.
–¿Cuando tuvo la oportunidad de conocer personalmente por primera vez a Juan Pablo II y qué impresión le produjo aquél encuentro?
–Cardenal Camillo Ruini: Lo conocí por primera vez en otoño de 1984. Yo era uno de los vicepresidentes de la comisión que preparaba el congreso de la Iglesia italiana en Loreto, al que Juan Pablo II daba mucha importancia: por este motivo quiso verme una tarde y me invitó a cenar. Me impresionó la atención con la que el Papa me escuchaba, junto con la precisión con la que me hacía preguntas. Me tocó también la sencillez de la persona, la cercanía de la relación que establecí con el. Ví que el Papa conocía profundamente la situación italiana y sobre todo compartí sus convicciones respecto a lo que necesitaban Italia y la Iglesia italiana.
–Usted ha seguido los primeros años del pontificado de Juan Pablo II desde la perspectiva –diría- diocesana. Al principio, ¿cómo era ‘percibido’ por la gente este ‘papa extranjero’?”.
–Cardenal Camillo Ruini: Sinceramente pienso que el tema del “papa extranjero” para la gente no constituyó nunca un problema: los italianos no son nacionalistas, mucho menos chovinistas. Es verdad que había quien buscaba insistir no tanto sobre el hecho de que era extranjero sino de que venía de un mundo diverso y por ello no habría podido captar nuestros problemas. Se pensaba también que, desde el punto de vista eclesial, en el Este europeo, tras el telón de acero, el Concilio hubiera repercutido menos: pero estas eran ideas que circulaban sobre todo en los periódicos, además de en algunos determinados ambientes eclesiales. Este Papa daba una impresión de confianza, de optimismo, aparte de una fe muy radical y profunda, y esto a la gente sustancialmente le gustaba.
–En 1991, le llamó para ponerlo al lado de su ministerio como vicario para su diócesis, tarea que ha desempeñado hasta la mitad de este año. ¿Cuál era la relación del Papa Wojtyla con la ciudad eterna?
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–Cardenal Camillo Ruini: El Papa tenía una gran conciencia de la importancia de Roma y de su apertura universal, que corresponde a la apertura universal del pontificado del obispo de Roma. No puedo olvidar cuántas veces, hablando incluso privadamente, subrayaba que era el pastor universal, el Papa, en cuanto obispo de Roma. El título de “Obispo de Roma” era la razón de su papel universal. Para él, por tanto, la relación con Roma no era algo accesorio, era la raíz misma del pontificado. El Papa amaba profundamente a Roma: el cardenal Dziwisz, en su libro “Una vida con Karol”, recuerda que Juan Pablo II, cada tarde antes de adormecerse bendecía a la ciudad. El Papa cuidaba mucho su relación con Roma: basta recordar las visitas a las parroquias y las relaciones que mantenía con los sacerdotes, el seminario, los intelectuales, los universitarios, los enfermos y los pobres de la ciudad.
–Usted, durante muchísimos años, fue uno de los máximos responsables de la Iglesia en Italia por estar en la Conferencia Episcopal primero como secretario y luego presidente. Desde esta perspectiva, ha podido seguir la misión del Papa en su país. ¿Cómo definiría las relaciones entre Juan Pablo II e Italia?
—Cardenal Camillo Ruini: También con Italia el Papa tuvo una relación profunda. Sabía bien que el obispo de Roma es el primado de Italia y se disponía a ejercer este papel, en la clave que más le gustaba “Siervo de los siervos de Dios”. En especial el Papa consideraba que la Iglesia italiana no era lo suficientemente consciente de sus grandes riquezas, posibilidades, y también su responsabilidad. Es emblemática la carta escrita a los obispos italianos en 1994 sobre las responsabilidades de los católicos italianos en la hora presente. El Papa concluye esta carta escribiendo que a Italia se le confía la gran tarea de conservar y alimentar para Europa aquél tesoro de fe y cultura que fue injertado en Roma por los apóstoles Pedro y Pablo. Sostenía –citando a menudo al presidente Pertini, con el que tuvo una relación de verdadera amistad- que la Iglesia en Italia era mucho más importante de cuanto los eclesiásticos percibían. Justo gracias a este enraizamiento, la Iglesia italiana tiene una especial responsabilidad en Europa y en el mundo.
–Los detractores de Juan Pablo II, para hacerle daño, a menudo lo llamaban “Papa polaco”, subrayando su presunto provincianismo y nacionalismo. ¿Usted, en cambio, cómo valoraba el amor del Papa Wojtyla por su tierra?
–Cardenal Camillo Ruini: ¡Cuántas veces, comiendo, el Papa me habló de la historia de Polonia, que conocía muy bien! Para entender correctamente sus sentimientos hacia su patria, hay que referirse a todo lo que dijo, por ejemplo, en Naciones Unidas sobre el concepto de nación y de sociedad internacional, entendida como familia de naciones. Para el Papa, la nación no era algo cerrado en sí mismo o tendencialmente antagonístico enfrentado a otras naciones. Era en cambio un dato primordial y fundamental, sobre todo en el nivel cultural, una comunidad de cultura dentro de la que crecen los hombres, las familias y la civilización. Por ello para Juan Pablo II el concepto de nación era altamente positivo, aunque era bien consciente de los riesgos y de las degeneraciones del nacionalismo. Pero el Papa nunca confundió el nacionalismo con el concepto de nación y nunca pensó en que el concepto de nación fuera superado y hubiera que abolirlo. Sabemos cuánto se batió por Europa, pero para él Europa no podía prescindir de las naciones. Cada nación tiene su papel, sus características, su fisonomía.
–Lamentablemente, mucha gente, incluso en ciertos ambientes eclesiásticos, ve en las naciones el obstáculo para la construcción de la Unión Europea. ¿no le parece que haría falta recordar las ideas de Juan Pablo II referentes a Europa?
–Cardenal Camillo Ruini: La Unión Europea tiende a menudo a quitar ciertas competencias a las naciones y esto es un grave riesgo. Si se quiere construir seriamente Europa, hay que construirla sobre la base de la subsidiariedad, cuyo significado es que Europa debe hacer sólo lo que cada nación no pueda hacer por sí sola. Es equivocado querer imponer desde arriba estándares ‘europeos’
de vida social y familiar. Es obvio que los modos de vivir y de sentir de los polacos, españoles, escandinavos o ingleses son muy diversos. Ignorar estas diferencias lleva sólo a inútiles tensiones. La Unión Europea debería en cambio ocuparse sobre todo de los grandes temas de la economía, de la defensa y de la política exterior, donde sólo ella puede actuar con eficacia adecuada.
Volviendo a Juan Pablo II, se puede decir que su amor por Polonia no le impedía amar a la humanidad. Si hay un hombre que ha hecho verdaderamente tanto por el mundo entero y especialmente por los países pobres, este hombre es Karol Wojtyła.
–Hablemos ahora de Karol Wojtyła como persona. ¿Cómo era Juan Pablo II en las relaciones humanas con sus más estrechos colaboradores?
—Cardenal Camillo Ruini: Sabía escuchar y le gustaba escuchar. Intervenía sobre todo para hacer síntesis y para hacer las elecciones decisivas: era muy firme cuando tomaba decisiones que consideraba justas para la iglesia y para mantener la fe. Pero, repito, en las relaciones con las personas era muy respetuoso, confiado y amable. No he visto nunca al Papa tratar a alguien de modo negativo y a menudo he envidiado su capacidad de escuchar a las personas con tanta paciencia y calma. Juan Pablo II no estaba nunca condicionado por el reloj. También en esto era un hombre libre.
–Usted ha definido a Juan Pablo II como “hombre de Dios”. ¿Qué quiere decir esta definición?
—Cardenal Camillo Ruini: Diría que hay dos significados. Uno es “hombre de Dios” porque Dios es señor de ese hombre, se ha apoderado en cierto modo de él, lo ha hecho suyo. En segundo lugar, Karol Wojtyła era “hombre de Dios” porque Dios estaba en el centro de su vida. Es significativo lo que el Papa dijo sobre la Misa como el centro absoluto de cada jornada suya. Esto indica su relación con Dios. En el nivel de los grandes escenarios internacionales, impresionaba el modo en que leía la historia en la perspectiva de Dios (pensemos en la encíclica Centesimus Annus). Pero también en los asuntos más inmediatos y cotidianos adoptaba siempre este punto de vista. Por tanto, en él la oración y la acción estaban íntimamente conectadas: era un hombre que vivía de cara a Dios y que actuaba tratando siempre de interpretar la voluntad de Dios.
–Noto que hablar de la herencia de un gran Papa, que guió a la Iglesia durante nada menos que 27 años es algo arduo, pero ¿podría intentarlo? Qué ha significó el pontificado de Juan Pablo II para la Iglesia y el mundo?
–Cardenal Camillo Ruini: Significó muchas cosas. Todos recuerdan la aportación que dió a la caída del telón de acero. Pero es fundamental también lo que hizo para devolver confianza a la Iglesia y a su misión, o para reivindicar la dignidad y los derechos de los pueblos pobres, pensemos en todo aquello que hizo por los pueblos pobres, pensemos en todo lo que hizo por los pueblos pobres, y lo mismo por los niños no nacidos. Pero si queremos encontrar la clave más profunda de su pontificado, tenemos que volver a su relación con Dios y traducirlo en términos de acción pastoral y de impacto sobre los asuntos históricos. En él era una convicción de fondo: la secularización no es un dato fatal e irreversible, no necesariamente el mundo y la historia se alejarán para siempre de Dios. Ya cuando lo conocí en 1984, estaba convencido de que el mundo, de algún modo, estaba pasando página, que la oleada más alta de secularización la habíamos dejado atrás. En su grito “No tengáis miedo” estaba ya esta convicción de fondo.
–Las personas que mueren dejan siempre un cierto vacío. ¿Qué echa en falta de Juan Pablo II?
—Cardenal Camillo Ruini: Añoro muchas cosas. Le presté mi modesto servicio por más de veinte años. Tenía afecto por él e incluso había familiaridad con su secretario don Stanislao: no podía siempre molestar al Santo Padre, por tanto hablaba a menudo con su secretario. Uno no se resigna nunca a la falta de la persona que ha amado y estimado. Bajo otro aspecto sin embargo, en un sentido más profundo, no siento su falta: le rezo cada día y me siento unido a él en la certeza de que continúa, de un modo todavía más intenso, lo que hizo en los años en los que estuvo en Roma con nosotros.
Por Włodzimierz Redzioch, traducido del italiano por Nieves San Martín