Los desafíos de la Iglesia en Ecuador, según Benedicto XVI

Audiencia con motivo de la visita “ad limina”de sus obispos

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 16 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso del Papa Benedicto XVI a los obispos de Ecuador, a quienes recibió esta mañana en la Sala del Consistorio, con motivo de su visita “ad limina apostolorum”.

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Queridos Hermanos en el Episcopado:

Con gran alegría os recibo en vuestra visita ad limina, que con tanto deseo he esperado, y que me ofrece la oportunidad de poner en práctica el mandato que el Señor dirigió al Apóstol Pedro de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32). Antes de nada, permítanme manifestarles mi profundo pesar por la muerte del Cardenal Antonio José González Zumárraga, Arzobispo emérito de Quito, quien con tanta abnegación y fidelidad ha servido a la Iglesia hasta el final de sus días. Ruego al Señor por su eterno descanso y para que acreciente la fecunda labor realizada por tan ejemplar Pastor.

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido Mons. Antonio Arregui Yarza, Arzobispo de Guayaquil y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que ha expresado vuestros sentimientos de afecto y comunión, así como los principales anhelos que animan vuestra misión de sucesores de los Apóstoles. También yo, movido por la solicitud de Pastor de la Iglesia universal, me siento muy unido a vuestras preocupaciones y os aliento a proseguir con esperanza la generosa entrega al servicio de las Comunidades diocesanas que se os han confiado.

Constato con satisfacción que una de las iniciativas pastorales que consideráis más urgentes para la Iglesia en Ecuador es la realización de la «gran misión» convocada por el Episcopado Latinoamericano en Aparecida (cf. Documento Conclusivo, n. 362), y que ha sido confirmada en el Tercer Congreso Americano Misionero, celebrado en Quito el pasado mes de agosto. El llamado que el Señor Jesús dirigió a sus discípulos, enviándoles a predicar su mensaje de salvación y hacer discípulos suyos a todos los pueblos (cf. Mt 28, 16-20), debe ser para toda la comunidad eclesial un motivo constante de meditación y la razón de ser de toda acción pastoral. También hoy, como en todas las épocas y lugares, los hombres tienen necesidad de un encuentro personal con Cristo, en el que puedan experimentar la belleza de su vida y la verdad de su mensaje.

Para hacer frente a los numerosos desafíos de vuestra misión, y en medio de un ambiente cultural y social que parece olvidar las raíces espirituales más profundas de su identidad, os invito a abriros con docilidad a la acción del Espíritu Santo, para que, impulsados por su fuerza divina, se renueve el ardor misionero de los inicios de la predicación evangélica, así como del primer anuncio del Evangelio en vuestras tierras. Para ello, resulta necesario llevar a cabo un generoso esfuerzo de difusión de la Palabra de Dios, de tal manera que nadie se quede sin este imprescindible alimento espiritual, fuente de vida y de luz. La lectura y meditación de la Sagrada Escritura, en privado o en comunidad, llevará a la intensificación de la vida cristiana, así como a un renovado impulso apostólico en todos los fieles.

Por otra parte, sois plenamente conscientes de que este esfuerzo misionero se apoya de una manera especial en los sacerdotes. Como padres y hermanos, llenos de amor y de reconocimiento hacia vuestros presbíteros, debéis acompañarles con la oración, afecto y cercanía, asegurándoles, además, una adecuada formación permanente que les ayude a mantener vibrante su vida sacerdotal. Asimismo, seguid alentando a los religiosos en su testimonio de vida consagrada, que tantos frutos de santidad y de evangelización han dado en esas tierras, y animarles para que, fieles a su carisma y en plena comunión con los Pastores, prosigan en su abnegado servicio a la Iglesia.

Al mismo tiempo, y ante la escasez de clero en muchas zonas de vuestro País, estáis decididamente empeñados en implicar a todos los grupos, movimientos y personas de vuestras diócesis en una amplia y generosa pastoral vocacional, sembrando en los jóvenes la pasión por la figura de Jesús y los grandes ideales del Evangelio. Este esfuerzo ha de ir acompañado del máximo cuidado en la selección y en la preparación intelectual, humana y espiritual de los seminaristas. De esta manera, fieles a las enseñanzas del Magisterio y con la conciencia clara de ser ministros de Cristo Buen Pastor, podrán asumir con gozo y responsabilidad las exigencias del futuro ministerio.

En esta importante etapa de la historia, la Iglesia en Ecuador necesita un laicado maduro y comprometido que, con una sólida formación doctrinal y una profunda vida interior, viva su vocación específica: iluminar con la luz de Cristo toda la realidad humana, social, cultural y política (cf. Lumen gentium n. 31).

A este respecto, quiero agradecer el esfuerzo que lleváis a cabo, no sin grandes sacrificios, para reclamar la atención de la sociedad sobre aquellos valores que hacen la vida humana más justa y solidaria. Si bien la actividad de la Iglesia no puede confundirse con el quehacer político (cf. Deus caritas est, n. 28), ha de ofrecer al conjunto de la comunidad humana su propia contribución a través de la reflexión y de los juicios morales, incluso sobre aquellas cuestiones políticas que afectan de modo especial a la dignidad de la persona (cf. Gaudium et spes, n. 76). Entre ellas cabe destacar, también por su importancia para el futuro de vuestro Pueblo, la promoción y estabilidad de la familia, fundada sobre el vínculo del amor entre un hombre y una mujer, la defensa de la vida humana desde el primer momento de su concepción hasta su término natural, así como la responsabilidad de los padres en la educación moral de sus hijos, en la que se transmite a las nuevas generaciones los grandes valores humanos y cristianos que han forjado la identidad de vuestros pueblos.

Os exhorto encarecidamente también a que prestéis una atención especial a la acción caritativa de vuestras Iglesias, en la que se haga presente el amor misericordioso de Cristo, sobre todo a las personas que pasan necesidad, los ancianos, los niños, los emigrantes, así como a las mujeres abandonadas o maltratadas.

Queridos Hermanos, la reciente canonización de santa Narcisa de Jesús Martillo Morán, pone de manifiesto la fecundidad espiritual de vuestras comunidades. Que el ejemplo y la intercesión de esta joven santa ecuatoriana conceda una renovada vitalidad y mayor celo apostólico a todas vuestras Iglesias particulares, para que llenas de fe y esperanza se lancen a la apasionante tarea de sembrar el Evangelio en el corazón de todos los hombres y mujeres de esa bendita tierra.

Al término de este encuentro fraterno, os reitero mi aliento en vuestra tarea pastoral y os ruego que llevéis el saludo y la cercanía del Papa a vuestros sacerdotes, diáconos y seminaristas, a los misioneros, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos. Con estos fervientes deseos, e invocando la protección de la Virgen María, os imparto con afecto la Bendición Apostólica.

[© Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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