CIUDAD DEL VATICANO, 21 noviembre 2001 (ZENIT.org–Fides).- Monseñor Cornelius Sim, tras haber sido durante algún tiempo el único sacerdote católico en Brunei, es hoy a sus cincuenta años, sin ser obispo, el prefecto apostólico de Brunei, el sultanado con una de las rentas per cápita más elevadas del mundo (27.000 dólares).
Aunque proveniente de una familia católica de etnia china, durante mucho tiempo vivió alejado de la Iglesia. A los veinte años obtuvo un diploma en ingeniería y trabajó como empleado de la Shell. Después de pasar cuatro años en Escocia para doctorarse, continuó trabajando para la Shell.
En 1981 regresó a la Iglesia y cuatro años después se fue a Estados Unidos para estudiar teología. Ordenado sacerdote en 1989, fue hasta 1992 el único sacerdote de Brunei, pues en la década de los noventa todos los sacerdotes y religiosas extranjeros fueron expulsados de este país de 350 mil habitantes.
Actualmente Brunei cuenta con otros dos sacerdotes, los padres Ivan Fang y Paul Shie, una religiosa y dos seminaristas, que asisten a 20 mil católicos, tres mil originarios del país y 17 mil emigrantes.
En el sultanado la población es en un 80% musulmana. En total, los cristianos de las diferentes confesiones son el 7,7%.
Monseñor Sim, amigo personal del sultán, Hassanal Bolkiah Muizzaddin Waddaulah, jefe de Estado y líder religioso, ha ofrecido esta entrevista a la agencia Fides en Roma, donde se encuentra para realizar su quinquenal visita «ad limina» al Papa y a la Curia.
–¿Cómo definiría su comunidad?
–Monseñor Cornelius Sim: Somos una pequeña minoría, una pequeña Iglesia de 20.000 fieles de entre 350.000 habitantes, regida por un sultán. Nuestro único deseo es continuar viviendo en un país de gran mayoría musulmana, que no tiene ningún motivo para ser gentil con nosotros.
Es una situación ambigua. Muchas veces pensamos que todo está tranquilo, que la Iglesia es tolerada; otras veces sentimos que nuestra vida es difícil. Oficialmente somos reconocidos por la Constitución, pero es difícil apoyarse en las leyes para exigir el respeto de nuestros derechos. En el mundo islámico no se habla de derechos, sino de «permisos». La situación de la Iglesia es compleja, pero contamos con la fuerza del Evangelio.
–La actual situación internacional, la crisis en Afganistán, ¿tiene alguna influencia en vuestro país?
–Monseñor Cornelius Sim: En Brunei la gente es bastante rica y no se preocupa mucho de la situación mundial. El país es dirigido con gran paternalismo, según el cual el gobierno tiene que contentar a sus súbditos: les da dinero, escuelas, casas, autos…
Hay problemas sociales, sobre todo entre los jóvenes musulmanes: hay mucha droga y descontento. La sociedad es muy restrictiva: no puedes hacer esto, no puedes hacer lo otro, nada de alcohol… Muchas diversiones son consideradas occidentales por las autoridades y, por tanto, a priori, «malas». Esto crea en los jóvenes el deseo de probar algo diferente.
–¿Cuál es el desafío principal de la Iglesia?
–Monseñor Cornelius Sim: Nuestro primer cometido es descubrir qué quiere decir ser Iglesia: no un poder o un privilegio. En muchos católicos existe la tentación de soñar los tiempos de oro del pasado, cuando la Iglesia era respetada, los sacerdotes honrados, cuando se hacían grandes celebraciones.
Todas estas cosas ya no existen. Nos encontramos en una situación en la que no podemos poner exigencias. Eso sí, tenemos algunas escuelas. Todo eso nos impulsa a llevar a la práctica lo que sugería la exhortación de Juan Pablo II «Iglesia en Asia»: la Iglesia de este continente debe dialogar con los pobres, las culturas, las religiones. Y el estilo debe ser humilde, no podemos basarnos en la estima acumulada en el pasado. Una Iglesia humilde en el servicio al hombre sin esperar premios o recompensas.
–¿Cómo es la situación de los jóvenes?
–Monseñor Cornelius Sim: Los jóvenes católicos tienen varios problemas. Actualmente hay en las escuelas una fuerte islamización. La gente es empujada a convertirse, se le dice que así sacará ventajas: si eres musulmán puedes ascender, tener las mejores escuelas, los mejores cargos.
Esto crea un dilema para los católicos: optar por la fe o por un buen cargo. Los jóvenes musulmanes tienen otros problemas; todo es regulado y entonces tratan de irse a otros países para vivir en libertad. Luego regresan y vuelven a entrar en la norma. La situación, sin embargo, está cambiando: cada vez hay más gente que viaja al extranjero y así pueden hacer comparaciones…
–Hablaba usted de escuelas católicas, ¿cómo es la labor educativa de la Iglesia?
–Monseñor Cornelius Sim: Tenemos cuatro colegios con más de 2.800 alumnos. Nuestras escuelas son muy apreciadas por las familias musulmanas: hay más disciplina, más calidad cultural…
El Islam tiene problemas en este sentido: quisiera proyectar una imagen positiva de sí, semejante a la de los católicos en el mundo. Tiene un problema de autoestima. Yo tengo muchos amigos musulmanes. A nivel personal son muy abiertos. A nivel público, en cambio, no se expresan todavía y mantienen la línea oficial.
–¿Qué significa para usted la visita que está realizando al Papa?
–Monseñor Cornelius Sim: Antes de venir me preguntaba: pero, ¿para qué servirá? ¿Qué tiene que decirnos Roma? Después me he encontrado aquí con otros obispos asiáticos y africanos, he constatado que hablamos la misma lengua, que vivimos los mismos problemas, el mismo deseo: comunicar el Evangelio al mundo musulmán, budista, animista o ateo.
Y he notado también que la «burocracia» vaticana tiene su valor: nos ayuda, quiere compartir nuestra situación, vivir con nosotros la comunión. En el Islam no hay comunión. Hay unidad en público, pero ninguna atención al individuo.