ROMA, jueves, 24 mayo 2007 ( ZENIT.org).- La Santa Sede considera posible que las instituciones multilaterales den un rostro humano a la globalización, siempre que se orienten por una cultura ética, confirma monseñor Pietro Parolin.
Intervino el martes en Roma sobre el tema «Santa Sede: una cara de otra globalización – organizaciones internacionales y gobierno global», en el marco de la sesión de estudio organizada por «Pax Romana» (www.paxromana.org ) con ocasión de su 60º aniversario.
Subsecretario de la Sección las Relaciones con los Estados –de la Secretaría de Estado del Papa–, monseñor Parolin reconoció las «deficiencias de la globalización», pero «el ser humano puede moralizarla y humanizarla».
«Se pueden introducir, en las instituciones nacionales e internacionales, las correcciones necesarias para que la dinámica general funcione a favor del auténtico bien común general -afirmó- y no de grupos financieros, de algunas personas y de pocos países».
Déficit de gobernabilidad global
«El analista y el agente político no pueden dejar de percibir, a veces de manera extremadamente aguda, las dificultades existentes para dar sentido y gestionar la sucesión constante de los eventos globales», reflexionó monseñor Parolin.
A ello se suma la paradoja de la que alertó: «Existe, más que en ningún otro momento del ser humano, la plena conciencia de la comunidad y de la interdependencia de las grandes problemáticas mundiales, como el medio ambiente, la pobreza, las migraciones, la seguridad colectiva, los derechos humanos».
«Sin embargo -prosiguió-, tal conciencia está acompañada frecuentemente por la aparición del espíritu nacionalista o de parte, con la fuerte tentación de Estados o de grupos de Estados de resolver solos los problemas, aunque ello se obtenga en perjuicio de los demás».
«Tal tendencia es, precisamente, indicación de un déficit de gobernabilidad por parte de las instituciones internacionales existentes -indicó-: la ONU y la galaxia de sus agencias especializadas, las Organizaciones independientes de la ONU y las Organizaciones regionales».
Pero, en su opinión, «el déficit de gobernabilidad afecta también a los Estados nacionales, también a los más poderosos, en los que no tienen capacidad, ellos solos, de ofrecer respuestas globales ni de gestionar los efectos de la globalización en el interior de sus propias fronteras».
La necesaria «familia de Naciones»
La doctrina social de la Iglesia –recordó monseñor Parolin- ha acompañado y alentado siempre el desarrollo de las instituciones multilaterales, intuyendo «que el rostro humano de la interdependencia –hoy se diría de la globalización- puede ser asegurado principalmente por las organizaciones internacionales, a condición de que estén dotadas de la necesaria autoridad, busquen respetar la igualdad de los miembros de la comunidad internacional, promuevan la asunción de una responsabilidad solidaria por el destino común, y sus decisiones y actividades puedan reconducirse al servicio de la dignidad del hombre».
Es «esencial» que tal autoridad pública universal «sea fruto de un acuerdo y no de una imposición» -puntualizó-, «que no sea entendida como «un super-Estado global»», que «esté regulada por el Derecho, ordenada al bien común y respetuosa del principio de subsidiariedad».
Y «para poder constituirse verdaderamente como un grado superior de ordenamiento mundial, esta autoridad mundial debe, en la gestión de la interdependencia, adquirir una dimensión moral», un fin para el que se debe recurrir –invitó monseñor Parolin- al concepto de «familia de Naciones» que propuso Juan Pablo II [en su discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 5 de octubre de 1995].
Ello tiene fuerte actualidad en la presente globalización, apuntó, porque, como decía el fallecido pontífice, «»familia» evoca inmediatamente algo que va más allá de las simples relaciones funcionales» o de interés, pues, por su naturaleza, es «una comunidad fundada en la confianza recíproca, en el sostenimiento recíproco, en el respeto sincero», donde «no existe el dominio de los fuertes», sino que «los más débiles», precisamente por su condición, «son doblemente acogidos y servidos».
Y «no sólo las enseñanzas sociales de la Iglesia miran favorablemente la ONU» como camino de gobernabilidad global, sino que le proponen «y casi le desafían a alcanzar» la «meta ética de constituirse verdaderamente como familia de Naciones», expresó monseñor Parolin.
Para ello es indispensable, subrayó, «que se dé a las Naciones Unidas una mayor eficacia política y jurídica» y que «todas las normas y las acciones de las Naciones Unidas estén impregnadas de una «cultura ética»».
El papel de la Santa Sede
En este contexto, compete a la Santa Sede, como actor internacional, ofrecer la contribución «de la cultura ética»; de ahí que, como recordó el subsecretario vaticano para las Relaciones con los Estados, «insista en la actuación de los valores fundamentales de la solidaridad, del diálogo, de la búsqueda del consenso, de la renuncia a imponer las propias razones con la fuerza, de la cooperación».
No es en cambio tarea de la Santa Sede -señaló- «dar indicaciones concretas sobre el reordenamiento jurídico y político de la comunidad internacional con el objetivo de hacer frente a las nuevas realidades internacionales y convertirse verdaderamente en el rostro humano de la globalización».
Ya «de la cultura ética se deducen también algunas indicaciones fundamentales de justicia para la reforma misma de las instituciones», aclaró el subsecretario de Relaciones con los Estados.
Sobre la cuestión «de la posibilidad de que las instituciones den una respuesta de gobernabilidad a la presente situación internacional o, si se quiere, que den un rostro humano a la globalización, se puede responder que la Santa Sede lo considera posible», admitió, y «cree que ello sucederá» a través de este llamamiento a una «purificación de las conciencias».
Igualmente, «el rechazo de toda actitud de cinismo que lleve a aprovecharse de los mecanismos multilaterales para promover interese nacionalistas o de parte es la contribución más importante que la Santa Sede puede dar a la comunidad internacional», añadió.
En cualquier caso, en una gobernabilidad desde un rostro humano, la sociedad civil tiene también un «papel fundamental», recalcó monseñor Parolin.
Su acción es «imprescindible» porque, «del fermento de la sociedad civil», «nacen ideas, orientaciones» e iniciativas «que después llegan a los foros internacionales y determinan con frecuencia las decisiones de los gobiernos o de los organismos multilaterales», concluyó.