HAMBURGO, domingo, 20 mayo 2007 (ZENIT.org).- En vísperas de la cumbre de los países del G8 en Heiligendamm, Alemania, monseñor Werner Thissen, arzobispo de Hamburgo, subraya en una conversación con Zenit la importancia de que los ciudadanos se declaren dispuestos, como electores y consumidores, a apremiar a los países industrializados para que mantengan su compromiso de lucha contra la pobreza en todo el mundo.
“Cada uno puede hacer el bien”, subraya el arzobispo, responsable en la Conferencia Episcopal alemana de la organización de ayuda «Misereor».
Hace dos semanas, el prelado visitó, junto a una delegación de obispos de todo el mundo -sobre todo de África y Latinoamérica-, a destacados políticos europeos con el fin de persuadirles de la necesidad urgente de medidas más concretas y más eficaces al respecto.
El empeño episcopal forma parte de la campaña internacional «Haz que la ayuda funcione, ¡el mundo no puede esperar!», y culminó en el encuentro con el Papa Benedicto XVI en Roma.
–La lucha contra la pobreza a nivel mundial, y sobre todo la ayuda a los países africanos es, según Benedicto XVI, una prioridad de la política internacional. ¿Cómo valora, en este sentido, los esfuerzos y las medidas de los países industrializados? ¿Qué espera de la próxima cumbre de los países del G8 en Heiligendamm y qué desearía todavía lograr?
–Arzobispo Thissen: Los países industrializados y en concreto los gobiernos de los países del G8 tienen una especial responsabilidad por un desarrollo humano de alcance mundial. Sobre todo porque ellos disponen de medios mucho mayores para luchar contra el escándalo de la pobreza y del hambre en nuestro mundo. En segundo lugar, en cuanto muchas de sus decisiones, por ejemplo respecto al comercio mundial y la cancelación de la deuda, tienen consecuencias directas sobre las condiciones de vida de las poblaciones del sur. Los gobiernos de los países industrializados ricos deben asumir esta responsabilidad sin condiciones. Por lo que se refiere a la Cumbre de los países del G8, esto significa que deben mantener sus promesas de ayuda financiera en la lucha contra la pobreza y demostrar con claros programas anuales cómo pretenden alcanzar el 0,51% del Producto Interior Bruto asignado para el desarrollo antes de 2010.
Además, deben encontrar soluciones equitativas y sostenibles para la desgravación de la deuda de los países más pobres. Estos deben actuar en el plano interno para que la corrupción no anule nuevamente los esfuerzos por el desarrollo y la lucha contra la pobreza. En tal contexto, es incluso vergonzoso que la mitad de los países del G8, entre ellos también Alemania, no haya ratificado todavía la Convención de las Naciones Unidas para la lucha contra la corrupción.
–¿Nos puede describir en alguna medida las condiciones de vida en África? ¿Cuáles son los mayores problemas que debe afrontar este continente?
–Arzobispo Thissen: En mis viajes con nuestra Obra católica de ayuda al desarrollo “Misereor”, entro siempre en contacto con la pobreza, a menudo inimaginable, de los países del Sur. Reaparecen siempre algunos problemas: hombres, sobre todo incluso niños, que mueren por enfermedades simples, sólo porque no tiene acceso al agua potable; campesinos y pescadores que no logran ya alimentar a sus familias y por ello emigran a las periferias de chabolas de las grandes ciudades; la falta de escuelas y de posibilidad de formación, por la que los hombres permanecen cerrados en el círculo de la pobreza.
En África, se presentan además gravemente algunos problemas. Uno de ellos es el Hiv-Sida: en algunas regiones no hay prácticamente familia que no haya perdido, a causa de la enfermedad, a uno o más miembros. Otra catástrofe humana son los numerosos conflictos violentos. Especialmente trágico es el hecho de que a menudo sea precisamente la riqueza en materias primas de África el factor desencadenante y el alimentador de estos conflictos. Para la población esta riqueza se convierte en una maldición en vez de ser una bendición.
–¿Cómo puede una persona sola ayudar a aliviar la miseria en África?
–Arzobispo Thissen: Hay muchas posibilidades. Una de estas es el apoyo de las personas a través de obras de ayuda como “Misereor”. Además deberíamos seguir preguntando a los políticos que nosotros mismos hemos elegido qué hacen para afrontar su responsabilidad.
En la primera semana de mayo, he viajado con un grupo de obispos del Sur y de los países del G8 a Berlín y Roma. Hemos hablado con los gobiernos sobre lo que pueden llevar a cabo por una lucha más eficaz contra la pobreza y por una globalización más equitativa. Para tal fin no es necesario ser obispo. Cada uno puede, por ejemplo, pedirlo a un diputado de su colegio electoral.
Otra posibilidad para la ayuda al desarrollo es nuestro propio cambio de vida. Nuestra comodidad y nuestro bienestar son a menudo co-responsables de condiciones comerciales injustas o de daños ecológicos en los países africanos. También en estos casos el individuo puede hacer mucho.
–¿Cómo se pueden evitar influencias “dañinas” de nuestra sociedad, la cual sin descanso nos induce al consumo de de bienes a menudo inútiles y a las más variadas formas de diversión? ¿Cómo llevar una vida más sencilla, en la que también haya espacio para la ayuda a los necesitados?
–Arzobispo Thissen: Una premisa fundamental es que cada uno de nosotros se dé cuenta de lo que es verdaderamente importante en la propia vida.
Nuestra sociedad de consumo está dominada generalmente por rápidos impulsos de reflejos, sin plantearse grandes problemas. Hablamos de decisiones veloces sobre las adquisiciones. No interesa darse cuenta de que los objetos adquiridos sean luego utilizados o si, al poco tiempo, se abandonarán en un rincón o se desecharán. Poder (o deber) tener todo rápidamente y a buen precio, deprecia los objetos. Paradójicamente no gratifica, sino que confirma el propio vacío. Por el contrario, es útil la atención sobre quién y qué es verdaderamente importante, y la disponibilidad a renunciar por ello a otras cosas. Esta atención puede ser ejercitada. En la Iglesia celebramos anualmente la Cuaresma. También la oración puede ser un ejercicio útil para reconocer lo esencial.
–¿Qué posibilidades de éxito tiene el llamamiento del Papa a los países industrializados –a través de la carta a Angela Merkel- y los esfuerzos en el ámbito de la campaña “Haz que la ayuda funcione – El mundo no puede esperar”? ¿Se necesita una inversión de tendencia o un cambio de opinión para que la lucha contra la pobreza sea realmente una prioridad de la política internacional?
–Arzobispo Thissen: Éste es, al menos parcialmente, un problema preciso de mentalidad. Mientras tanto, para nosotros muchas cosas se han hecho obvias, es decir, el hecho de que podamos permitirnos mucho sólo en perjuicio de otros hombres en otras regiones del mundo o en perjuicio de las generaciones futuras. Esto se refiere por ejemplo al consumo energético o a productos que son fabricados en condiciones de extrema explotación.
Por otro lado, hoy muchos hombres, e incluso políticos, son conscientes de que no puede haber bienestar y paz si una gran parte de la humanidad es excluida. Pero es difícil prestar atención a estos problemas de supervivencia -a largo plazo- en la política y en la economía a corto plazo.
Por eso es tan importante que los ciudadanos hagan oír su voz en calidad de electores y de consumidores. Al lado del Papa, nuestra delegación de obispos quiere ofrecer su aportación. Más de 50.000 personas han apoyado hasta ahora nuestras peticiones con su firma Y hay iniciativas análogas en otras partes. Tengo una gran confianza en que los políticos escuchen estas voces.
–Jesucrist
o vivió con sencillez, y muchos santos, como San Francisco, siguieron su ejemplo. ¿Cómo puede el político, empresario o padre de familia vivir la pobreza sin descuidar sus deberes y ocuparse de las personas que le han sido confiadas?
–Arzobispo Thissen: Una premisa para la moderación es la conciencia de que no debo demostrar continuamente que soy excepcional. Esta experiencia liberadora, que al mismo tiempo es una experiencia muy religiosa, me permite descubrir que a menudo son fáciles la cosas que nos hacen felices a mí y a los demás. Mucho se hace así superfluo y se resuelve solo.
Cada uno puede hacer el bien, cada día. Y en la moderación está la concentración de este bien. Esto no tiene nada que ver con actos de renuncia heroicos, sino que es maravillosamente espontáneo. Y justo nuestra época frenética necesita esta moderación y esta tranquilidad.