CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 abril 2007 (ZENIT.org).- Constatando la gran necesidad que tiene la humanidad de la misericordia de Dios, Benedicto XVI ha rogado este domingo que se derrame este don sobre las naciones que padecen el drama de la violencia.
De hecho, la paz es el don que Cristo resucitado ha dejado «como bendición destinada a todos los hombres y a todos los pueblos», recalcó el Santo Padre antes de rezar el «Regina Caeli».
Benedicto XVI acababa de celebrar la Eucaristía de este Domingo de la Misericordia en acción de gracias por su 80 cumpleaños y el segundo aniversario de su elección a la sede de Pedro.
Antes de impartir la bendición, dirigió su agradecimiento a los concelebrantes, participantes y 50 mil fieles y peregrinos que le acompañaron en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, en un clima de alegría y fiesta.
Este tiempo de Pascua «no es un tiempo cronológico, sino espiritual, que Dios ha abierto en el entramado de los días cuando resucitó a Cristo de entre los muertos», explicó el Santo Padre.
«El Espíritu Creador, infundiendo la vida nueva y eterna en el cuerpo sepultado de Jesús de Nazaret, llevó a cumplimiento la obra de la creación dando origen a una “primicia” -siguió-: primicia de una humanidad nueva que al mismo tiempo es primicia de un mundo nuevo y de una nueva era».
Y «esta renovación del mundo -dijo- se puede resumir en una palabra: la misma que Jesús resucitado pronunció como saludo y más aún como anuncio de su victoria a los discípulos: “Paz a vosotros!”».
Quiso recalcar el Papa que «la Paz es el don que Cristo ha dejado a sus amigos como bendición destinada a todos los hombres y a todos los pueblos».
No se trata de una «paz según la mentalidad del “mundo”, como equilibrio de fuerzas -aclaró-, sino una realidad nueva, fruto del Amor de Dios, de su Misericordia. Es la paz que Jesucristo ha ganado al precio de su Sangre y que comunica a cuantos confían en Él».
Por eso “Jesús, confío en ti” son las palabras en las se «resume la fe del cristiano, que es fe en la omnipotencia del Amor misericordioso de Dios», sintetizó Benedicto XVI.
Después de haber centrado su homilía en la misericordia de Dios, el Santo Padre volvía así a profundizar en el sentido de la fiesta de este domingo, dedicado a la Divina Misericordia por voluntad de Juan Pablo II.
La devoción a la Divina Misericordia constituye un auténtico movimiento espiritual dentro de la Iglesia católica promovido por Sor Faustina Kowalska (1905-1938), a quien el Papa Karol Wojtyla canonizó el 30 de abril de 2000.
Tras aquella ceremonia, Juan Pablo II anunció: «En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia».
El legado espiritual de la religiosa polaca a la Iglesia es la devoción a la Divina Misericordia, inspirada por una visión en la que Jesús mismo le pedía que se pintara una imagen suya con la leyenda «Jesús en ti confío».
Llevada por los peregrinos, tal imagen destacaba este domingo en la Plaza de San Pedro, bajo un espléndido sol.
Benedicto XVI encomendó a todos los presentes a María, «Mater Misericordiae», «Madre de Jesús, quien es la encarnación de la Divina Misericordia».
«Con su ayuda -invitó- dejémonos renovar por el Espíritu para cooperar en la obra de paz que Dios está cumpliendo en el mundo y que no hace ruido, pero se realiza en los innumerables gestos de caridad de todos sus hijos».
Al saludar en polaco a los muchos compatriotas de Juan Pablo II presentes, el Santo Padre recordó que su antecesor «confió el mundo entero a la Divina Misericordia, de la cual la humanidad tiene tanta necesidad cada día».
«Pidamos que este don de Dios se conceda sobre todo en aquellas naciones donde domina la vejación, el odio y la tragedia de la guerra -añadió-. Que el Divino Amor derrote el pecado y que el bien venza el mal».
Con muchos aplausos se acogió también su saludo a los peregrinos italianos.
Se dirigió «en especial a los fieles que, con ocasión del Domingo de la Divina Misericordia, se dieron cita en la iglesia de Santo Spirito in Sassia» y acudieron a la Plaza de San Pedro al rezo del Regina Caeli.
«Aliento la obra de tal Centro de espiritualidad e invoco sobre él la celeste protección de Santa Faustina Kowalska y del Siervo de Dios Juan Pablo II», expresó Benedicto XVI.
La iglesia del Espíritu Santo en Sassia (www.divinamisericordia.it) –a unos metros del Vaticano- fue consagrada como santuario de la Divina Misericordia por Juan Pablo II en 1993. El lugar acoge constantemente a peregrinos de todo el mundo.
Sobre la devoción a la Divina Misericordia hay distintos materiales a disposición del internauta en la página www.ewtn.com .