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Santo Padre:
Tengo el honor de presentarle a los nuncios apostólicos de los diversos países de América Latina, convocados para un encuentro de tres días de comunión, reflexión y profundización. Hemos analizado con realismo las situaciones que afligen a las naciones del continente: la violencia, el narcotráfico, las desigualdades, el desempleo y la economía informal, el deterioro de la educación, la falta de democracia representativa y el avance del proselitismo de las sectas.
Sin embargo, ante este panorama, que parece deprimente, brillan los fuertes ideales hacia los que caminan las comunidades católicas y la multitud de laicos maduros, guiados por sus obispos, para realizar las tareas históricas que corresponden a los ciudadanos en las actuales situaciones geo-políticas, y está aumentando el número de seminaristas y de sacerdotes.
Por tanto, no faltan motivos de esperanza; pero el recurso mayor, junto con las riquezas naturales y la belleza del ambiente, es la fuerte tradición católica de los pueblos latinoamericanos.
La tradición católica es el patrimonio fundamental de estos pueblos, lo que más los define; es un don providencial que les ha transmitido un tesoro incalculable de verdad y de amor, la «perla preciosa» que es Jesucristo, Verbo de Dios hecho carne para compartir la pasión de los hombres y abrirlos a un destino de justicia y felicidad. Él es el único Liberador y Salvador que rompe las cadenas opresoras del pecado, que revela la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, la excelsa dignidad de toda persona humana. Es «Dios con nosotros», presencia capital y compañía sacramental a través de su Iglesia. Es la «piedra angular» para la construcción humana de la persona y de la sociedad.
También los que no comparten nuestra fe saben bien que sin esta valiosa tradición, presente en la historia y en la cultura de los pueblos latinoamericanos, resultarían incomprensibles la conciencia de la dignidad, la sabiduría de la vida, la pasión por la justicia y la esperanza contra toda esperanza, que vibran en el corazón de su gente.
Pero es preciso subrayar que este patrimonio no se ha adquirido de una vez para siempre. Está sometido a la erosión causada por las incoherencias, por el cansancio y por la falta de fe de quienes lo han acogido con el bautismo y están llamados a vivirlo y a proclamarlo. La Iglesia no puede detenerse en su continuo proceso de conversión a su Señor y, por tanto, en su proceso de purificación y renovación. El abandono de la Iglesia católica por parte de tantas personas que van a buscar otras comunidades e instancias en las que esperan poder colmar su búsqueda religiosa, plantea serios interrogantes sobre la calidad de la evangelización, la educación en la fe y la edificación de sus comunidades.
La tradición católica también está asediada por los ídolos del poder, de la riqueza y del placer efímero. Ciertas corrientes culturales —sostenidas por fuertes poderes transnacionales y mediáticos— propagan de modo global modelos de vida cada vez más lejanos y hostiles con respecto a la tradición cristiana. No obstante estos graves desafíos, la fe católica, gracias a Dios, sigue muy arraigada en los pueblos de América Latina. Más aún, se recrea, se renueva y se comunica gracias a la generación siempre nueva de discípulos de Cristo, los cuales, a causa de la desbordante gratitud y de la alegría que manifiestan, comparten con los demás el don de su encuentro con Cristo, así como el bien, la verdad y la belleza que tienen la gracia de poder vivir.
Santo Padre, esperamos ahora su palabra y su bendición.
[Traducción distribuida por la Santa Sede]